Han pasado cuarenta años. Sólo él sabe quién es Garganta Profunda.
–¿No se lo has dicho a nadie? ¿Ni siquiera a tus padres o a tu mejor amigo?
–No. A nadie.
Ricardo Arques (Santoña, 1959) saluda en la puerta de su casa. Tiene en la mano la llave con la que abrió el cofre que estaba dentro de aquel zulo. Fue una relación periodista-fuente llevada al extremo. Por las cuerdas vocales de aquella garganta resbalaron los secretos del terrorismo de Estado. Esa discreción –irreductible todavía hoy– convirtió los GAL en carne de periódico. El ministro del Interior acabó en la cárcel. Felipe González tuvo que responder ante el juez.
Esta es la historia de Ricardo Arques. Esta es la peripecia de un chaval de 25 años que, de pronto, tuvo en sus manos la posibilidad de desnudar el mayor caso de corrupción de la Democracia. Muchos adjetivos en este reportaje van a sonar gruesos: “El mayor escándalo”, “la mayor investigación”. Pero fue así. Eso fueron los GAL.
Arques “nunca va a revelar” la identidad de aquel contacto al que apodó “Garganta Profunda” en homenaje a la fuente que inundó los Estados Unidos con el Watergate. Carl Bernstein, que presentó el libro de Arques y Melchor Miralles, dijo en Madrid que sus pesquisas en The Washington Post habían sido “un juego de niños” comparadas con los GAL.
Ricardo era un chico que jugaba al fútbol, salía por la noche y recorría las calles de Bilbao con su Vespa. “Te van a matar”, le decían sus compañeros. “Te vamos a matar”, le amenazaban los mercenarios. Muestra a la cámara, agarradas con las puntas de los dedos, las dos balas 9mm que le dejaron en el buzón de su casa.
Arques no está dispuesto a traicionar a su fuente, pero sí acepta revelar otros detalles. De hecho, pone en nuestras manos antes de la entrevista sus papeles inéditos. Un diario de apenas quince páginas en que, de manera esquemática, anotó lo sustancial de aquellos años en los que se jugó la vida para poner nombre y apellido a la muerte.
¿Qué pasó con la documentación que llevaban en su coche los policías implicados al salirse de la curva? ¿Por qué una noche cenó con la mafia italiana? ¿Cómo fue el día en que vio el rostro de Garganta Profunda por primera vez? ¿Cuál es el mecanismo psicológico que opera en la cabeza del periodista cuando está encerrado en la habitación de un hotel con dos encapuchados que empuñan un arma?
Redacción del Deia
Han pasado cuarenta años si tomamos como referencia el secuestro de Lasa y Zabala, sucedido en octubre de 1983. Este grupo paramilitar estuvo en funcionamiento hasta 1987. Dejó casi treinta muertos por el camino. Antonio Rubio, otro de los periodistas que destapó los GAL, ha cifrado su financiación en 1.200 millones de pesetas.
Existía el GAL verde (integrado por guardias civiles), el GAL azul (policías y mercenarios) y el GAL marrón (militares encuadrados en el Cesid). Todo ello dependiente de Interior y Defensa, respectivamente. Pero vayamos al principio.
Estamos en la redacción del Deia. Año 1985. Ricardo es un “novato”, pero ya tiene cierta responsabilidad en el periódico. Se encarga de aquello que, en los años del plomo, se llama “orden público”. Tiene contactos en la policía y en la izquierda abertzale.
España ya conoce las siglas de los GAL porque, cuando matan, reivindican los atentados con esa firma. A la postre, el nombre y el logo –la cabeza de la serpiente etarra cortada con un hacha– constituirán un error de principiante. “Se les pudo juzgar como organización terrorista, y no como una mera asociación de malhechores”, apunta Arques.
“Una investigación periodística del semanario portugués Expreso, amparada en la indagación judicial de un juzgado lisboeta, conecta por primera vez a dos españoles con los GAL. Uno de ellos es José Amedo, subcomisario de policía en Bilbao. El otro no está identificado”, relatan los papeles que Arques comparte con EL ESPAÑOL.
La gendarmería francesa ha arrestado a “mercenarios portugueses” por atentar en el País Vasco-Francés: en Bayona y San Juan de Luz. Entonces, pasa lo que suele pasar en los periódicos:
–Ve para Portugal a ver qué rascas.
Ricardo vuelve de Portugal con los retratos robot de los dos españoles supuestamente implicados. Uno ya se sabe que es Amedo. Y el otro… “¡Joder, pero si sé quién es el otro!”. Está seguro de que es Miguel Domínguez, a quien conoce por su labor de periodista de orden público. Es un colaborador de Amedo. Pero no puede publicarlo porque no tiene manera de contrastarlo.
Se pone a escribir. Empieza a utilizar como “señuelo” ese dato que sólo él sabe. Una táctica habitual entre los periodistas de investigación: “Comencé a publicar, siempre añadiendo los dos retratos robot y frases como… ‘Aparece con bigote, pero podría no tenerlo’, ‘Aparece con gafas, pero podría no tenerlo’… Y el señuelo dio resultado. Lanzas avisos para que lleguen a alguien y, de vez en cuando, llegan”.
La dirección de los GAL supo que Ricardo sabía. Entre las líneas de esos reportajes, quienes estaban en el cogollo entendieron que Arques, aunque no lo mencionara, había descubierto la identidad del secuaz de Amedo.
Suena el teléfono en la redacción del Deia. Llama un hombre francés. Pide que le pasen con “Arques”, pero la secretaria entiende “Deportes”. Chillan los de Deportes. Porque los de Deportes, en cualquier redacción, suelen gritar un montón: “¡Ricardo! ¡Es para ti!”.
Dice esa voz:
–Soy miembro de la dirección de los GAL.
–Un momento, un momento…
–Tome nota de estos datos, investigue y compruebe. Cuando los haya publicado, me pondré de nuevo en contacto con usted.
–Oiga, pero… [clic. Ya no hay nadie al otro lado del auricular]
“Lo primero que pensé fue… ‘Tiene que ser una broma’. Yo estaba en otra órbita, escribiendo sobre las elecciones al Parlamento vasco. Me pilló con el pie cambiado. Pero esos datos que me dio… Empezaba una investigación muy arriesgada”, dice hoy Arques.
"Te van a matar"
La fuente, la garganta profunda, no oculta su intención de utilizar a Ricardo. Le pide que publique lo que le dice y le chantajea: “Si lo sacas, te daré más”. Todas las fuentes tienen un propósito. Algunas veces puede coincidir con el del periodista: una información rigurosa y de interés para el lector. Pero esa teoría es difícil de aplicar en la práctica. Por la velocidad con la que suceden las cosas, por el poco conocimiento que se tiene del filtrador.
“No soy muy taurino, pero he leído algunas novelas costumbristas. Cada fuente, como cada toro, tiene su lidia. Yo ya vi que la fuente iba a querer imponer sus reglas. Temía convertirme en un títere. Por eso iba contrastando minuciosamente antes de publicar”, sintetiza el periodista.
Empiezan las citas con la fuente y sus colaboradores. Con instrucciones como estas: “Frente a los urinarios públicos del parque sobre el río Nivelle que separa San Juan de Luz de Ciboure. Viste una prenda amarilla visible y lleva un periódico Deia bajo el brazo”.
Bilbao, San Sebastián, Fuenterrabía, Pasajes, Irún, Hendaya, Anglet, San Juan de Luz. “Hubo un patrón inalterable en todas ellas, seguramente para que yo tomara conciencia acerca de quién ejercía el dominio en la relación. Querían advertirme de que no debía rebasar ninguna línea sin su permiso”, dicen los papeles inéditos de Arques.
–¿Cómo traducían esa exhibición de fuerza? ¿Cómo eran realmente los encuentros?
–Yo no conducía en aquella época. Solía llevarme Fidel Raso, un compañero fotógrafo, un tío cojonudo. En cuanto llegaba, la fuente y sus colaboradores me hacían saber que controlaban todos mis movimientos. Me decían dónde habíamos parado a desayunar, dónde habíamos echado gasolina, dónde había cambiado pesetas por francos, cuál era el coche en el que había llegado y quién me había traído.
–Eras un chaval de veintipocos. Te mandaron balas a casa. Un grupo de mercenarios sabía dónde vivías. Y seguías haciendo una vida normal. Salías con tus amigos, ibas por ahí a ligar, no renunciaste a la noche. ¿Y el miedo?
–Me gustaba mucho mi profesión. Creo que, en aquellos años, interpretaba la vida como una olla exprés. Metía presión… y sacaba presión. La presión la metía con el periodismo. Y la descargaba estando con mis amigos. Me lo decían los veteranos del periódico.
–¿Qué te decían?
–Yo iba siempre con mi Vespa. Me decían: “Es tan fácil como darte un golpe y después tirarte al río”. Yo, que ahora soy veterano, le diría lo mismo a un chaval en mi situación. No es que fuera un loco, pero tenía la osadía de los veinte años. Estaba enganchado a esa investigación y no podía dejarla.
–Como una droga. La ansiedad en la investigación acababa venciendo al miedo.
–Sí. Eso no quiere decir que actuara con imprudencia. Intentaba estar en el sitio correcto. Solía prometerme a mí mismo que si estaba en un sitio donde sintiera peligro… me marcharía.
–Se me ocurre una moraleja que destruye el tópico. Solemos decir, y es verdad, que la veteranía enseña mucho sobre la profesión. Pero, quizá, aquella investigación requería juventud. O dicho de otra manera: con cincuenta años, ¿puede que no te hubiese salido tan bien?
–Me he planteado esto que dices bastantes veces. Hay cosas que habría hecho mejor, pero también estoy seguro de que no habría hecho muchas otras cosas necesarias. Habría tenido miedo a varias de las citas que me propusieron.
GAL contra GAL
A través de esos encuentros, del contacto con varios colaboradores, Arques se convence de que Garganta Profunda no es una persona, sino una red. Una parte de los GAL que, aparentemente, quiere destruir a los GAL.
–Era fundamental comprender si era posible que los GAL querían destruir a los GAL. Sólo eso podía explicar las necesidades de la fuente y desterrar de tu cabeza la idea de que podía ser una trampa. Una manera de tenerte despistado o incluso de acabar contigo.
–Una cuestión importante. Mucha gente piensa que los GAL eran un grupo que pretendía acabar con ETA a tiros. No era exactamente eso. Los GAL pretendían sublevar a la población francesa para obligar al gobierno de París a que colaborara con España en la lucha antiterrorista. En un momento dado, ese objetivo quedó cumplido.
–Ese contexto es fundamental.
–Sí. Porque eran años en que los comandos de ETA no tenían más que matar y cruzar a Francia para sentirse a salvo. Francia era su refugio natural. ¿Sabes? En cierto modo, nos estaban pasando la factura de la OAS [organización terrorista de extrema derecha nacida en Francia y con refugio… a veces en España].
–Los GAL contra los GAL.
–La respuesta que finalmente encontré era más o menos esta: cumplido el objetivo, muchos de ellos quisieron parar. Otros desearon seguir con la guerra sucia. Pero estuve mucho tiempo, durante la investigación, pensando que quizá estuvieran intentando cebarme para luego silenciarme.
“Cebar”, otro verbo propio del periodista de investigación. Ricardo Arques había empezado a conocer los tejemanejes de Amedo y era el único que sabía de la identidad de Michel Domínguez. También tenía sospechas de la financiación: dudaba entre el Gobierno y los empresarios vascos. Sus crónicas lo delataban como un tipo excelentemente informado. Y Garganta Profunda lo sabía.
Lo lógico era que, en ese punto, la investigación siguiera dando sus frutos. “Si acababan conmigo, estarían quemando el campo por abajo para impedir que las llamas llegaran hacia arriba”, puede leerse en los papeles de Arques.
–Cebar también era…
–Sí. Darme migajas hasta conducirme a un lugar donde pudieran matarme sin dejar rastro. Y eso sólo podían conseguirlo si yo veía que el material que me daban era bueno.
–Un lugar como por ejemplo… un zulo.
–Sí. El zulo.
La dama negra
La investigación, todavía sin saberlo Arques, va encaminada hacia ese zulo. Leemos acerca de esta otra cita en sus papeles. Ocurre en el parador de Fuenterrabía: “Me llamó y me dijo… ‘Suba al primer piso y verá la puerta de una habitación entreabierta. Empuje, entre con cautela, cierre y siéntese. No se asuste, no hay peligro’. Yo respiraba con intriga y tenía el corazón desbocado en la penumbra de aquella habitación. Dos hombres encapuchados asomaron por una puerta contigua. Saludaron parcamente. Uno sacó la pistola y la posó sobre la única mesa con la palma de la mano abierta. El otro se la dejó bajo el cinturón, ostentosamente visible a la altura del ombligo”.
Le dan a Ricardo la llave de la consiga número 7 de la estación de ferrocarril en Hendaya [todavía hoy conserva esa llave, que aparece en las fotos]. Encuentra en la taquilla pistas que le llevan a Andorra. “Allí hay muchas claves”, le dicen.
Siguen los papeles de Arques: “Mis fuentes eran devotas de la intimidación. Preparaban muy bien los escenarios para que no olvidara cuál era mi rol en el juego ni con quién estaba jugando”.
Ricardo Arques ya vive en clave GAL. Dedica infinidad de horas al curro: comprobación de registros en hoteles, fichas identificatorias, visitas al casino de San Sebastián. “Amedo, su socio y algunos pistoleros de los GAL eran clientes frecuentes en vísperas de los atentados”, escribe.
Llegamos a Andorra. En el Principado se esconden algunos de los mercenarios más renombrados de la estructura. La más singular, la “Dama Negra”. Dicen los papeles: “Se había convertido en leyenda por tres características. Era la única mujer de la organización, vestía siempre de negro y llevaba una peluca rubia cuando atentaba. Mostraba una ira despiadada en sus acciones”.
Se llama Dominique Thomas. Regenta una tienda de pieles en Andorra la Vella. Ricardo hace un primer viaje en solitario para explorar el terreno. Después, se planta en la tienda con su inseparable Fidel Raso, que inventa un método algo rudimentario para fotografiarla: una cámara escondida en una bandolera abierta por un pequeño círculo. La tiene conectada a un mando a distancia que a su vez ha camuflado en el bolsillo del pantalón.
Dominique Thomas sospecha. Se da cuenta de que no son clientes. Llama a seguridad. Descubre a Raso. Le exige que abra la bandolera. Es dura, enérgica. Los periodistas se marchan. Saben que tienen enfrente a alguien que no duda en matar.
Una semana después, Arques localiza el domicilio de Dominique Thomas. Regresa a Andorra. Una casa rural aislada sobre la loma de una montaña. “Se accedía por una carretera estrecha sin asfaltar que terminaba en la propia vivienda. No fui solo. Hice un trato con un diario local para que alguien me acompañara a cambio de compartir la exclusiva”, reseñan los papeles.
Otra vez descubiertos. Un hombre carga tres dóberman en una camioneta de color rojo y los persigue. El coche de alquiler de los periodistas no puede con el todoterreno. Es el cuñado de Dominique Thomas y, en contra de lo que la imagen prologaba, resulta “razonable”: “No vuelvan por aquí o tendrán problemas”.
Los mercenarios
El hilo de la Dama Negra permite a Ricardo descubrir a otros mercenarios: Raymond Sanchís, Christian Hitier, Jean Philippe Labade e Ismael Miquel. A éste último lo entrevistará en una cárcel de Tailandia. Lo consiguió a través de sobornos con tabletas de turrón. ¡Hay un mercenario que se llama Pedro Sánchez! Qué cosas.
–¿Tuvo relación con los mercenarios?
–Los perseguía y los localizaba, pero no hablaba con ellos. Salvo con uno. Como ha pasado tiempo, te lo puedo contar. Se llamaba Carlos Gastón. Era un exmiembro de la OAS. Lo apodaban “El Grande”. Vivía en Marbella en una casa increíble que le había comprado a David Hasselhoff, el de Los vigilantes de la playa.
–Un casoplón, entonces.
–Era un personaje muy peculiar y muy rico. Había actuado como reclutador de mercenarios para los GAL y yo lo sabía. Un gran amigo mío era muy aficionado al boxeo. Entendía mucho y Gaston, como amaba ese deporte, se hizo a su vez amigo suyo. Le dije a mi colega que me concertara una cita. Yo había escrito muchísimo contra él, pero… me recibió.
–Joder.
–Sí, sí [sonríe]. Los mafiosos tienen unos códigos de lealtad impresionantes. Como iba de parte de su amigo, me trató como un amigo. Me dio contexto, me aportó luz. Me reafirmó cosas que ya había publicado. Después de medirme, me recibía en un restaurante con grifería de oro todas las semanas. Uno de aquellos días, me sentó a cenar con los capos de una mafia italiana. Habían ido a Marbella para negociar. Tras unos asesinatos, la Costa del Sol se estaba descontrolando. Gastón fue un caballero conmigo.
Dicen los papeles de Arques: “Los datos sueltos se comportan en la investigación como pequeñas bolas de nieve en la montaña. Si los pones a rodar, engordarán hasta tener una envergadura insospechada”.
“Pude ir determinando qué pistoleros habían protagonizado qué atentados. A la vez, iba componiendo el organigrama de los GAL por debajo de Amedo y su socio. Ese esquema serviría al juez Garzón para instruir el complejo y nutrido sumario”, apostilla.
–Tú ya sospechabas del Gobierno.
–Eso desde el principio. Sólo podían pagarlo los empresarios vascos amenazados por ETA o el Consejo de Ministros. Pero mi sospecha se hizo más grande el día que un fontanero del Gobierno se me acercó para sobornarme.
–¿Qué te ofreció?
–Una o dos cabezas más, aparte de las de Amedo y Domínguez. Por ejemplo, la de Miguel Planchuelo, jefe de la brigada de información de Bilbao. Y también otra, pero no me dio el nombre. Me ofrecieron alguna exclusiva para “apuntalar mi prestigio” y dinero para investigaciones futuras referidas a otras cosas. Todo a cambio de que frenara.
"¡Eres tú!"
Llega, por fin, el día. Un miembro del equipo de Garganta Profunda le dice: “Voy a proporcionarle un plano para llegar al zulo de los GAL. Allí se guarda importante material. Ábralo”. Resucitan las sospechas: “¿Y si me han traído hasta este punto de la investigación para matarme? Yo ya tenía información más que de sobra para superar la barrera de Amedo y escalar en la estructura de los GAL”.
Hace poco que han aparecido las dos balas en su buzón. Un comisario amigo le dice: “Ricardo, déjalo y cuídate. Si estás en muchos frentes, no sabes de dónde va a venir el tiro de gracia”. El miedo lo atenaza. Se sabe a punto de recibir las instrucciones del zulo. Para quebrar su parálisis, decide lanzar un órdago.
Le llama Garganta Profunda, pero es Ricardo quien da órdenes: “Tengo preguntas irrenunciables que hacerle. Si no nos vemos personalmente otra vez y me las responde, no abro el zulo”. Recuerdan los papeles: “No era valiente ni tenía vocación de serlo, pero debía romper el enredo del miedo”.
Pasan los días. La investigación languidece. Pero suena, al fin, el teléfono. Garganta Profunda lo cita, por primera vez, en Madrid. Le resulta raro. Es miércoles a primera hora de la mañana. La cita es este jueves.
El reservado de un hotel. Primavera. Llega Ricardo. No hay nadie. Espera. Se abre la puerta, aparece un hombre. “¡Pero si eres tú!”. Garganta Profunda no es el individuo francés con quien tantas veces se ha visto y hablado por teléfono. Ese francés había ejercido –le cuenta la verdadera Garganta Profunda– como “lugarteniente”, como pararrayos.
El verdadero Garganta Profunda es un hombre al que Ricardo Arques hace mucho tiempo que conoce y con quien mantiene una buena relación. Relajación, bálsamo. De repente, encuentra sobradas razones para confiar. Y de repente comprende por qué lo han elegido a él, ¡entre tantos!, como periodista confiable.
“Los GAL han cumplido su misión, han hecho su servicio. Hay parte de la organización que no está conforme, que cree que es insuficiente y quiere elevar el nivel de los atentados para presionar más al gobierno francés y alcanzar mayores compromisos en la lucha contra ETA”, dice Garganta Profunda.
Y atención a este párrafo de los papeles inéditos de Arques: “Un par de meses después supe que decía la verdad, cuando vi que entre los documentos encontrados en el zulo de los GAL había planos de atentados listos para ejecutar contra ikastolas y otros temerarios objetivos que ponían en riesgo a la población civil”.
Seguimos en el reservado del hotel, en Madrid. Dice Garganta Profunda: “No hay otra forma de acabar con los GAL que destruir a la organización desde dentro. Se ha perdido el control”. Le da los detalles del zulo. Ricardo le pide, como garantía, ser acompañado por él o uno de sus colaboradores. ¿Y si allí se encuentra con uno de los mercenarios que quiere continuar con la guerra sucia? “Eso no es posible”. Ricardo insiste: “Necesito esa seguridad, compréndelo”. Garganta Profunda responde: “Da igual que lo comprenda o no. Eso no es posible”.
–¿Qué garantía puedes darme de que no me pasará nada?
–Mi palabra.
El atentado
Ya son casi dos años de investigación. Y hace ya más de uno que los GAL no atentan. Todo coincide: justo desde que Francia colabora con las extradiciones. Un lunes, el colaborador francés de Garganta Profunda llama a Ricardo por teléfono a la redacción del Deia: “Los GAL vuelven. Esta semana habrá un atentado”.
–¿Qué contestaste?
–“¡No me digas más, por favor!”. Y no me dijo más. Aquello me habría convertido en un cómplice de asesinato. Pero tuve que contárselo al director del periódico.
El viernes de esa semana, muere asesinado Juan Carlos García Goena, un exiliado vasco en Hendaya que nada tiene que ver con ETA. Empieza uno de los momentos más delicados de la investigación.
Contra todo pronóstico, el director del Deia reacciona diciéndole a Ricardo que lo de los GAL se ha acabado. Es increíble, pero es cierto. El Deia lleva años marcando la pauta nacional, nutriendo a las cabeceras de Madrid con sus exclusivas. La marca ha ganado prestigio. Radios y televisiones extranjeras suelen venir a entrevistar a Ricardo. Pero el director ha hablado.
–¿Por qué ocurrió?
–Me dijeron que tenían miedo, que no era lo mismo seguir investigando a los GAL si los GAL volvían a matar. Tenían pánico a que pusieran, por ejemplo, una bomba en el periódico.
–¿Les creíste? ¿Ese fue el verdadero motivo?
–Al principio me lo creí. En realidad, siempre he pensado que era verdad. Pero luego me enteré de que Amedo había tenido un accidente volviendo de San Sebastián, a la altura de Éibar. Lo atendió la Ertzaintza… y encontraron mucha documentación. ¿Y si eso sirvió al Gobierno vasco para cambiar cromos? ¿Y si el Gobierno vasco calló a cambio de que el Gobierno central les diera algo? Es sólo una sospecha, pero me consta lo del accidente.
Es julio de 1987. Ricardo pide la cuenta y deja el Deia. Habla con un amigo, que a su vez es amigo de Fernando Múgica. Fernando trabaja en Diario 16. Hablan. Fernando queda impresionado por el material del que dispone Arques. Se lo cuenta a Pedro J. Y Pedro J. pide que le saquen unos billetes a Madrid inmediatamente.
El zulo
La investigación de los GAL se instala en la redacción de Diario 16. Ricardo tiene los datos del zulo. Pedro J. dispone que haga pareja con Melchor Miralles, investigador de la casa. Melchor habla con su hermano Carlos, que hará las fotos del zulo. Cada uno lleva a otro amigo.
El zulo está en el Col de Courlecou, junto a la línea divisoria de Behobia que separa España de Francia. La carretera no llega hasta el final. Hay que caminar monte adentro unos seiscientos metros. “Árboles y helechos gigantes”, recuerdan los papeles de Arques.
Ricardo, Melchor y Carlos piden a sus amigos que esperen en el pueblo más cercano y que, si pasadas las horas no han vuelto, llamen a la policía e indiquen el paradero exacto del zulo. Pero sus amigos se saltan la orden y hacen guardia a las puertas del camino.
–¿Fuisteis armados? No sabíais qué podíais encontrar.
–¡Qué va! ¿Cómo iba a ir armado? Yo sólo había disparado en la mili y no tenía ni idea.
–Pone en tus papeles que llevaste unos guantes de fregar. Refleja muy bien lo de la inconsciencia.
–Tenía que llevar guantes para no dejar huellas en previsión de no entorpecer una posterior investigación de la policía. No tenía guantes para el frío. Con esa edad, piensas que esos guantes son para los jubilados. Y lo único que había en casa eran unos guantes de fregar.
Ricardo, Melchor, Carlos y sus amigos se dirigen al zulo sin cobertura de seguridad. “Corazones a mil latidos por hora”, recuerda Arques. Sacan el baúl del agujero. Este es el botín mencionado en los papeles de Arques:
Allí estaba escondido un baúl metálico blanco protegido por una bolsa plástica de color negro. Dentro encontré armas, cargadores, munición y explosivos; información elaborada a mano y a máquina de seguimientos a etarras, los esquemas de las calles por donde transitaban habitualmente con sus horarios frecuentes y movimientos.
Lo último que manipulan son los explosivos, que están dentro de un par de bolsas de El Corte Inglés. Carlos hace las fotos. Ricardo y Melchor han llevado una grabadora para tomar las notas más rápido. Hay un mecanismo psicológico interesante que queda descrito en los papeles inéditos de Arques y que refleja la enfermedad del periodista: “Metido en la escena, ya tenía la cabeza dedicada en exclusiva a procesar el hallazgo y, por tanto, el corazón latía más relajado”.
Pero, de repente, asoma un bulto embalado sobre dos tablas con una luz y un par de cables. Uno rojo y otro verde. Se les resbala de las manos y golpea contra el baúl. Se enciende una luz. Los periodistas creen que la bomba se ha activado. La dejan ahí y echan a correr monte arriba. La luz no se apaga, pero el artefacto no explota. Los periodistas regresan al zulo. Dejan todo como estaba originalmente y se marchan.
Ricardo y sus compañeros escriben y publican. Informan del hallazgo a la justicia francesa. La operación policial es fotografiada por France Press y las imágenes se distribuyen por toda Europa. El juez envía el contenido del zulo a la Audiencia Nacional de Madrid mediante una comisión rogatoria. Es la “semilla” –dice Arques– de la posterior indagación judicial emprendida en España contra los GAL.
Caerán Enrique Rodríguez Galindo (general de la Guardia Civil), Julen Elgorriaga (gobernador civil de Guipúzcoa), José Barrionuevo (ministro del Interior), Rafael Vera (secretario de Estado de Interior), Julián San Cristóbal (director de la Seguridad del Estado), Ricardo García Damborenea (secretario general de los socialistas de Euskadi), José Amedo (subcomisario de policía) y Michel Domínguez. Felipe González declaró ante la justicia.
El final
–¿Qué sensación tienes, cuarenta años después, sobre el papel de González en los GAL?
–Creo que lo que te voy a decir es mero sentido común. Nadie puede creer que exista una trama de Estado como esa sin que lo sepa el presidente del Gobierno. Yo no imagino a Felipe González diseñando los atentados. Más bien lo veo diciendo: “Haced, pero yo no quiero saber nada”.
–España es una isla en lo que se refiere al terrorismo de Estado. En otros países europeos, a los gobiernos no les ha costado caro haberlo llevado a cabo.
–España es una isla en ese sentido, es verdad. Alemania, Inglaterra, Italia, Portugal… En todos ha ocurrido y no pasó nada. Aquí todavía se sigue hurgando en esa herida. ¿Es mejor? ¿Es peor? No lo sé. Yo, en esta historia, lo tuve claro desde el principio. Tenía que ser el árbitro en el partido de tenis. Mirar bien la pelota, pero nunca bajar a la pista.
Es la escena de Match Point, la película de Woody Allen, pero no hay una pelota en la cinta de la red. Es una llave. La llave del zulo. Y este es Ricardo Arques cuarenta años después.
Está a punto de desatarse un huracán.