Ha llegado don Bernardito vestido de un luto impecable. Todo de negro, salvo la luciérnaga del alzacuellos. Don Bernardito es un cura filipino cuyo papel de reparto esta mañana era el de nuncio apostólico del Papa en España.
Se ha sentado al lado del otro nuncio, el que necesita Sánchez para sellar la amnistía: el presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido. Los dos han visto juntos, en un palco, el arranque de esta legislatura. Aquella pareja inesperada en realidad no lo era tanto. Estos cuatro años sólo nos quedan dos caminos: apoyar la amnistía o encomendarnos a Dios.
Cándido miraba el móvil de tanto en cuando. Quizá leyera documentos. A Cándido le tiene que dar una envidia tremenda don Bernardito. Porque el cura perdona los pecados sin importarle la Constitución... y el presidente del TC tendrá que hacer malabares para que la absolución de los independentistas catalanes tenga encaje jurídico.
Hubo un tiempo en que el nacionalismo era otra cosa. A unos metros de la extraña pareja estaba de pie Miquel Roca. No sabemos si ha saludado a don Bernardito, pero habría sido tal que así:
–¿Qué tal, padre?
–Muy bien, ¿y usted, padre?
El padre Roca miraba a sus hijos desde las alturas. Tanto se arrimaba a la barandilla que parecía a punto de lanzarse al vacío. No es para menos. Media hora ha estado de puntillas, hasta que han llegado los reyes. Quizá pensara en suicidarse mediante la vieja técnica de la precipitación. Llegados a esta situación, sólo el sacrificio de un padre de la Constitución puede devolver la cortesía parlamentaria a la Cámara. Y ni siquiera estaría garantizado. El padre Roca lo sabe y, tras mucho meditarlo, ha acabado por sentarse.
Era la tercera vez que Felipe VI se dirigía al Congreso. Ojalá no vuelva más. Cuando metes a una persona que sabe estar en un sitio donde la mayoría de la gente no sabe estar, el contraste resulta demoledor.
Hace apenas unas semanas, los que hoy aplaudían de pie al Rey se cruzaban insultos, miradas y gestos de una a otra bancada. Si la reina Letizia fuera la presidenta de la Cámara... con ella no se atreverían. La mirada de la reina fulmina.
Se trenzaban los pecados a una velocidad vertiginosa. Miraba don Bernardito a los del PP, que están en tiempo de cambio, con una renovación en la cúpula, lo que implica la automática conversión de los diputados azules en Caínes capaces de matar a quien sea para sacar la cabeza.
También le habrá llamado la atención a don Bernardito la manera en que aplaudía a los reyes una de las nuevas ministras, Sira Rego. A cámara lenta, como si alguien le estuviera moviendo las manos desde las alturas. O mejor: como si tuviera una pistola en la cintura. Don Bernardito no entendía. ¿Cómo va a ser Sira Rego la ministra de la Infancia y la Juventud? Dejad que los niños se acerquen a mí... salvo si sus padres son monárquicos.
Francina Armengol comenzaba su discurso desde la tribuna. La presidenta del Congreso, para sorpresa de muchos, incluso de sí misma, ha empezado hablando de las Cortes de León y de Alfonso IX. Pasaban los minutos y no despegaba. Seguíamos en el León de hace tropecientos siglos.
La primera cita ha sido la del politólogo y profesor australiano John Keane. Ha quedado un poco raro. Arqueaban las cejas varios diputados, también de su partido. La gente que lee a John Keane no suele tener la necesidad de citar a John Keane.
Pero luego ha ido de mal en peor. Ha citado a Manuel Marín, a António Guterres, a Joan Margarit, a Clara Campoamor. ¡A Clara Campoamor, con las leches que le propinaba el PSOE! Cinco citas en veinte minutos. Pero la mejor guinda la guardaba para el final. Se ha arrancado por bulerías con Cicerón. Y se ha hecho el silencio.
No por citar a Cicerón. Tiene todo el derecho del mundo a citarlo la señora Armengol. Sino por el ejercicio de brujería al que lo ha sometido. Lo ha hecho hablar con lenguaje inclusivo. "Vosotros y vosotras no ambicionáis riquezas...". Se iba alargando la presidenta del Congreso. De Francina Cicerón no nos libraban ni nuestras oraciones a don Bernardito. Ha sonado como cuando Felisuco leyó el Quijote con lenguaje inclusivo. Con la diferencia de que él lo hizo en broma.
Se ha soliviantado la oposición porque Armengol, en lugar de laudar una España de todos, ha hablado de la que desea el Gobierno en particular. No habíamos visto nunca, ni siquiera en estos días de la polarización, que la mitad del Parlamento no aplaudiese a quien lo preside. Ha acabado Armengol y no la han ovacionado ni los del PNV. Sólo lo han hecho PSOE y Sumar.
Suele criticarse la "ampulosidad" de la monarquía, pero el Rey sólo ha citado una obra: la Constitución.
No ha estado mal el arranque de la legislatura, aunque se haya tratado de un mero simulacro. El verdadero Parlamento está en Ginebra y lo estrenan PSOE y Junts este sábado. España se ha convertido en un gintonic. ¡Brinde con nosotros, don Bernardito!