Álvaro Pombo: "La corrupción no se puede olvidar, esa mangancia es terrible, sobre todo para los que vivimos al día"
- "Carmen Romero es un gran modelo de primera dama. Lo de los negocios de Begoña Gómez me parece... complicado".
- "¡Un partido de centro que funcione! Es mi utopía de España".
- "Preferiría que los políticos fueran más tecnócratas, que hablaran menos del bien y del mal".
- "La mili conectaba a toda España, de un sitio y otro, ricos y pobres, analfabetos y cultos. No voy a pedir que vuelva para no montar un escándalo".
- "Me he olvidado del amor y del sexo, pero tengo la amistad, que es mucho mejor".
Se abre la puerta de un piso muy alto en el barrio de Argüelles. Aparece Álvaro Pombo (Santander, 1939) en silla de ruedas con una manta de colores sobre los hombros y un gato marrón en las rodillas.
–Sentaos ahí y me contáis qué vamos a hacer.
Nos sentamos... en su cama. Porque la cama de Pombo, nuestro último Premio Cervantes, está en una esquina del salón. Es una cama franciscana, estrecha y corta, con una manta azul turquesa más gorda que la que le cubre los hombros.
Miramos por encima del gorro que refugia la cabeza del escritor y encontramos un viaje al siglo XIX. Cuadros de barcos desordenados por las paredes, una chimenea con una de esas tuberías negras que recorre buena parte del muro, medicamentos que no habíamos visto jamás, cajones con decenas de zapatos, retratos en blanco y negro y un ramo enorme de rosas blancas.
–Bienvenidos a mi covacha. Es un poco... pero da muy bien en las fotos, ya lo veréis. Venid, ¡vamos a recorrerla! Empujad mi silla, tiene muy buen manejo y yo sólo peso cincuenta kilos. ¡Gori, gori! ¡Vamos, muchachos! ¡Comienza el viaje!
Empujamos a nuestro Cervantes por el salón. Pombo levanta los pies del suelo, cogemos velocidad; grita como si estuviera a lomos de una montaña rusa: "¡Uhhhhh!". Y a nosotros nos entran unas ganas irrefrenables de vivir.
Nos va mostrando cachivaches, borradores, unas vasijas sobre la chimenea. Muchos libros amontonados. Libros amontonados en las mesas, libros amontonados en el suelo, libros abiertos colgando de las paredes como pájaros que revolotean.
Pombo es el ejemplo irrefutable de que en el final volvemos al principio. Pombo nos muestra a su madre, a sus tíos, el mar. Sobre todo el mar de su Santander. Miramos a la cama. La manta azul como el mar. Pombo duerme cada noche dentro del mar.
Es presumido, le encantan las fotos. En concreto, una que hacemos en la que sale fumando su Camel de toda la vida. "Ahora dicen que no se puede fumar, pero yo voy a fumar durante toda la entrevista. ¿A ver? Me gusta esa en la que aparezco echando el humo". Entonces, Cristina Villarino y Rodrigo Mínguez, los fotógrafos, quieren repetirla con distinta luz.
–Álvaro, por favor, eche el humo cuando le digamos (...) ¡Ya!
–¿Qué tal ha quedado? Si no, la repetimos, ¿eh?
–¡Ya! –y Pombo echa una bocanada de humo–. ¡Ya! –otra bocanada–. Una más, por favor. ¡Ya! –otra–. ¡Ya! –y otra–.
–Seguid, seguid, que me encanta el clic que hace esa cámara –Pombo tiene que encenderse otro cigarro.
Joder, vamos a matar a nuestro Cervantes antes de que recoja el premio y va a quedar por escrito. "¡Encima todavía no me han dado los 125.000 euros!", dice cuando abortamos alarmados la operación bocanada.
–¿Queréis hacerme alguna de perfil? Tengo muy buen perfil.
–Como José Antonio.
–Como José Antonio... ¡cabrones! –suelta una carcajada.
Álvaro Pombo se presenta asceta y monástico, pero no parece un hombre solitario. Lo vemos en el cariño con el que trata a "Michi", su gato. En cómo le habla, en cómo le acaricia. Así nos trata también a nosotros, como si fuéramos sus nietos.
Acabada la sesión de fotos, arrasados los pulmones del escritor, ¡joder, nos vamos a cargar al Cervantes!, ya podemos empezar. Este es un viaje por España a través de la vida y los libros de un novelista genial, de un niño que suspendía en los Escolapios de Santander, que aprendió disciplina en los Jesuitas de Valladolid, que marchó a Londres a descubrir la libertad, que fue feliz en la mili, que se ha mantenido "siempre fuera del armario y dentro de la Iglesia", que tuvo sus peripecias en política, que entró en la RAE para sustituir a Laín Entralgo, que mira ahí abajo desde este piso alto de Argüelles.
Álvaro Pombo nos va mostrando la vida en sus rendijas para que nos proyectemos en ella. Una etapa detrás de otra. Dice que el sexo y el amor conyugal le han abandonado, pero no sus amigos, Dios ni la inspiración. "Mejor corrijan... ¡He sido yo quien ha abandonado al amor y al sexo! ¡Y no los echo de menos! Tengo la amistad, que es mucho mejor".
–Aparcadme, aparcadme aquí y empezamos –levanta los pies del suelo y vuelve a gritar "¡uhhhhh!".
Vamos a ser felices, Álvaro, como en el poema de Luis Alberto de Cuenca, aunque el mundo sea un globo de gas letal y nuestra Historia una película de brujas y vampiros.
Usted dicta las novelas casi desde siempre, no es cosa de ahora. ¡Es un dictador!
Soy un verdadero dictador.
Lo hace para ver la cara del otro, para volver a la novela más primitiva, la que se contaba en un poblado alrededor de una hoguera.
Fue una idea que tomé de Henry James, que dictó sus últimas novelas. El dictado se oye: eso te permite ir cambiando el ritmo de lo que cuentas, escribir historias más dialogadas. Además, uno puede ver, efectivamente, la reacción de quien recoge el dictado. Luego voy corrigiendo a mano. Pero ese ritmo, esa oralidad, no podía conseguirla inclinado sobre la mesa del despacho.
¿Por qué no nos dicta el inicio de una novela? Está Álvaro Pombo en su casa, un famoso escritor de 85 años. Le llaman para comunicarle que ha ganado el Cervantes. De pronto se ve con una dosis de posteridad y 125.000 euros en el bolsillo.
[Se queda en silencio casi un minuto]. Podría empezar así: “Rafael Sánchez-Ferlosio contaba que vivía saltando de premio en premio. Eso le pasó aquel día a Álvaro Pombo, que se convenció de que era verdad. Así viven los escritores, saltando de artículo en artículo y de premio en premio”.
Es que los escritores tenemos el dinero un poco venido del cielo. Las novelas venden mal. El premio nos viene bien porque son euros contantes y sonantes. Sé que suena prosaico, pero es muy real.
Cuando murió Valle-Inclán, al ver la situación en la que habían quedado sus hijos, Baroja dijo que a los escritores habría que prohibirles tener descendencia por lo poco que da de sí la literatura.
La literatura está mal pagada. Entonces, los escritores complementamos nuestro sueldo con artículos. Lo que pasa es que hace ya tiempo que no hago artículos ni bolos... [derrama la mirada por lo que llama su “covacha”].
Entonces, sólo le quedan los premios.
Claro. Bueno, y algo más que tengo por ahí. Algunos ahorrillos que guardo para eso que los ingleses llaman “a rainy day”. Ahorrillos “for a rainy day”. Vivo bien porque tengo pocas necesidades. No viajo, estoy aquí metido todo el día. Aparte de escribir, lo que más me distrae es esto que estamos haciendo ahora: charlar.
En sus primeras declaraciones, hizo usted algo que casi ninguno se atreve a hacer: hablar del dinero.
Yo hablo de dinero todo lo que haga falta.
También dijo que Cervantes fue “un pringado genial” y muchos se llevaron las manos a la cabeza. Tampoco era para tanto escándalo, ¿no?
“Pringado” no quiere decir “tonto” o “inútil”. El pringado, como Cervantes, tiene una vida agitada. Sin un céntimo, Cervantes tuvo que depender de benefactores como el Duque de Lerma. Escribió El Quijote para “aliviar el pecho melancólico y abatido”. Nunca le dieron un premio y, en vida, nunca le tomaron en serio. Además, le plagiaron. Os acordaréis de El Quijote de Avellaneda.
Me interesa mucho “El licenciado Vidriera” porque es un análisis sobre la fragilidad. No sólo de los escritores, sino de la fragilidad de todos nosotros. De los valencianos que se han quedado sin casa. Llamarle “pringado” fue ensalzar a Cervantes. Un hombre genial a pesar de las dificultades.
El primero que le dijo a usted que sería escritor fue un sacerdote. ¿Cree en la providencia?
Soy cristiano, pero no creo en la providencia como el regalo que uno recibe después de haber rezado mucho. Creo en la misericordia de Cristo. Es complicado, ¿eh? La fe es sobrenatural. No soy practicante, pero fui educado en el cristianismo.
Creo que esto es importante. La gran mayoría de los hijos de Occidente hemos sido educados en el cristianismo. Tenemos valores cristianos aunque no nos demos cuenta. Por ejemplo, en la relación que tenemos con los demás. Está muy impregnada del “amarás al prójimo como a ti mismo”. Sin una cierta clase de religiosidad, pienso que la vida es muy chata.
Aquel sacerdote, más que fe en Dios, tuvo fe en usted. Era "Alvarín" un hijo de la aristocracia santanderina venida a menos que suspendía los exámenes pero escribía un montón.
Fue en los Escolapios de Santander. Yo tendría catorce años. Había una revista en el colegio y me animaron a escribir. Un mes de mayo, saqué seis artículos con seudónimo… y seis suspensos. Es significativo, ¿no os parece?
No era una rebelión ni nada parecido. Lo que pasa es que escribir y publicar es una experiencia poderosísima. Me parecía que era lo más genial que podía hacerse. Para la edad que tenía, lo hacía bastante bien. Escribía bobadas de críos, pero fue mi principio. Por eso es importante para mí.
Últimamente, ha escrito mucho sobre su familia, sobre esos principios. ¿Tiene usted algo que ver con las hermanas Pombo? Las ‘influencers’.
Lo he preguntado porque no tengo ni idea. Los Pombo hemos sido muy prolíficos. Hay muchos Pombo por ahí. Estas chicas tan simpáticas son Pombo ya nacidas en Madrid, pero creo que tienen raíces en Santander. Seguro que somos parientes, aunque no sé en qué grado.
¿Sabe que, si una de ellas posa con una foto, por ejemplo, de su última novela se agota la edición de golpe?
Oiga, pues a ver si les mandamos alguna de mis novelas, ¿no? ¿Vosotros podéis? Os lo agradezco.
"No soy practicante, pero creo en la misericordia de Cristo"
En “El exclaustrado” (Anagrama, 2024) habla precisamente de los curas. ¿Cómo fue la educación con ellos? Porque luego, como suspendía, lo mandaron interno con los jesuitas a Valladolid.
Tengo la mejor opinión de ellos porque he tenido mucha suerte con los curas que me he cruzado. Recuerdo a un párroco zaragozano, Javier Casanova, que dice en uno de sus libros: "Pombo ha realizado en su obra una apología del cristianismo”. Cuando lo leí, pensé: “¡Pobre hombre! El obispo le va a poner contra la pared”.
Aquellos jesuitas de Valladolid estaban llenos de entusiasmo y de gracia. Pasamos muchísimo frío, eso sí. Valladolid es una ciudad inundada de niebla por el paso del Pisuerga.
¿La educación de la España de entonces era demasiado autoritaria y la de hoy todo lo contrario? Es como si hubiéramos pasado de “los trabajos y los días” a “los placeres y los días”.
Eso me dicen… Yo de lo de ahora no sé mucho. Nosotros tuvimos que trabajar un montón, vivíamos en una sociedad muy autoritaria, pero yo no lo sufrí demasiado. Por ejemplo, me lo pasé muy bien en la mili.
Cuéntenos.
Pasé un par de veranos en el campamento de Robledo, al lado de Segovia. Después fui a hacer de alférez en una compañía. Pedí Melilla. ¡Aprendí a manejar una tropa de treinta hombres! No creáis que es fácil.
La mili era un sistema que conectaba a todas las gentes de España, a todas las provincias. También a todas las clases sociales: ricos y pobres, analfabetos y cultos. Di clase en la mili a los analfabetos que había. Un poco de disciplina militar nos viene bien a todos. Una especie de integridad, de capacidad de aguante. “Jodidos, pero contentos”. Eso se decía mucho en la mili y me parece un buen lema de juventud. Viví en un mundo laborioso y ascético. Pero no me miréis con esa cara por lo de la mili…
Es que no sabemos lo que es; no nos tocó la mili, Álvaro.
¿Cómo que no? ¡Pero si trabajáis para Pedro J.! Eso es mucho más duro que la mili. Yo he escrito para él y lo recuerdo como un director duro y exigente.
Hombre, esto es mucho peor que la mili seguro, Álvaro, eso sí se lo podemos decir.
Tenéis razón, sí. Lo que quiero decir es que para aprender a mandar hay que aprender primero a obedecer. No me parece muy distinto el ambiente de una redacción como la vuestra al de la mili. Pedro es ingenioso y divertido, pero es un jefe difícil de tener, ¿no?
[Hemos estado a punto de matarle con los cigarros y ahora él quiere que nos maten a nosotros si contestamos la verdad]. ¿Quiere usted que vuelva la mili?
No voy a decirlo porque, ahora que me han dado el premio, a ver si voy a montar un escándalo nacional. Recuerdo que cuando Aznar quitó la mili, la gente se alegró mucho. Yo no tanto porque no me pareció un tiempo perdido el que pasé allí.
Aquella educación nacionalcatólica expulsó a mucha gente de la Iglesia, pero también mantuvo a mucha dentro. Usted suele decir: “Toda mi vida fuera del armario, pero dentro de la Iglesia”.
Siempre he sido fiel al cristianismo. Hay dos frases que me gustan mucho. Una de Heidegger: “Sólo un Dios puede salvarnos”. Y otra de don Ramón del Valle-Inclán… Le preguntaron cuando ya estaba muy mal: “¿Quiere que venga un cura?”. Respondió: “Yo estoy a bien con Jesucristo”. Pienso algo muy parecido.
¿Y Dios? Aparte de esa “ficción suprema, de la máxima invención poética”, como usted lo define, ¿es algo más?
¡Eso quisiera yo saber! ¿Existe Dios? Lo que existe seguro es Dios como ficción divina y suprema del hombre. Lo hacemos así para intentar concebir lo que está más allá de nosotros mismos.
La fe no es un don que te permita vivir feliz, sino una explicación que te deja abierto a lo incomprensible de la existencia. Así lo entiendo yo. “Con todos sus ojos la criatura ve lo abierto”, escribió Rilke.
"Cuando Aznar quitó la mili, la gente se alegró mucho. Yo no tanto porque lo pasé muy bien"
Creció con el retrato de su tío Álvaro en el salón, un muchacho falangista que murió asesinado en el Santander de 1936. Así se llama su penúltima novela “Santander, 1936” (Anagrama, 2023). Es muy bonita la ternura con la que se trata a los falangistas y a los comunistas de entonces. Es un intento por comprender su idealismo y por ponernos en su lugar: ¿qué habríamos hecho nosotros?
Aquellos muchachos, tanto los rojos como los nacionales, creían religiosamente en sus ideales. Estaban dispuestos a morir por ellos. Eso aporta una especie de integridad… “Si te dicen que caí/ me fui/ al puesto que tengo allí”. Esa frase se puede aplicar también al otro bando.
Es muy difícil hoy no pensar con afecto en nuestros enemigos. A mí me resulta imposible. Crecí en una familia en la que hubo de todo, pero más nacionales. Me eduqué en el nacionalcatolicismo, pero pienso con muchísimo afecto en las víctimas del otro lado. Todos esos jóvenes muertos… ¿Cómo hay gente que no se compadece de eso?
Ha querido poner el prisma en los chavales, en los que fueron víctimas de un clima creado por otros. Ellos pusieron el pecho y la pistola al servicio de las ideas que les habían metido en la cabeza. No se les puede exculpar de todo lo que hicieron, pero sí se puede intentar comprender qué pasó.
Creo que hay una especie de sencillez, de humildad y de entrega que se puede rescatar de esa generación. Me interesaba escribir esa clase de experiencia. Me parece que el hedonismo destruye un poco a la gente. “Quiero echar un polvo ahora, quiero ser considerado un gran escritor ahora”. El “ahora” puede tardar en llegar 85 años.
Muchos le dirán que es usted un fascista por “equiparar” a unos y otros. ¿Qué les pasa a los políticos con la guerra? En lugar de dejarla como material de novelas, películas y ensayos, la meten continuamente en el Congreso.
Y vuelven a dividir a la gente. En vez de integrar, estamos continuamente levantando la línea divisoria. Los políticos deben tener mucho cuidado con eso. No son buenos guías educativos. Preferiría que fueran más tecnócratas, que hablaran menos del bien y del mal. “Obras son amores y no buenas razones”.
Fijaos en las víctimas del volcán de Canarias. Muchos todavía no han recibido los dineros que les prometieron. Prometen y prometen, pero tardan en cumplir cuatro o cinco años… si cumplen.
Vamos a ver cuánto tardan en llegar las ayudas de la Dana.
Vamos a verlo. Mucha gente está con lo puesto. Una tragedia.
La gestión de la Dana ha puesto sobre la mesa dos modelos de país: la federalización absoluta –que lo gestione la autonomía mientras no pida ayuda– y la emergencia nacional.
Es un asunto nacional. Yo no veo nada de dos modelos. La Dana ha sido un desastre nacional que nos ha afectado a todos. ¿Cómo no va a ser cosa del resto de españoles que haya valencianos que, de un día para otro, se hayan quedado con lo puesto? ¿Cuántos políticos hay en el Congreso y en el Senado? ¿Qué hacen? Hablar por los codos. Es que a mí eso me cansa un poco…
Volviendo a la guerra: del recuerdo de su tío Álvaro, usted aprendió ideales joseantonianos y, al mismo tiempo, desterró para siempre “el culto a la violencia”.
Sí. Me quedé con la manera de pensar los ideales y rechacé la violencia. Esa fue la parte mala y dura de la Falange. "La dialéctica de los puños y las pistolas". Eran violentos todos. Y eran demasiado habladores todos. Lo mismo en la derecha que en la izquierda. Hablaban un montón. Fue una pelea entre hermanos. Eso es lo que debemos recordar para siempre. ¿Cómo es posible que haya quien no lo entienda? Una guerra civil es lo peor que le puede suceder a un país. No fue posible la paz.
¿Por qué no fue posible?
Porque nadie se avino realmente a entender al otro. Habéis venido aquí y os prometo que estoy pensando en vosotros: ¿dónde trabajan? ¿Cuánto ganarán? ¿Tendrán familia? Entenderse entre amigos, entre parejas, es un esfuerzo continuo. Es muy difícil. Imagínate si no conoces de nada al otro.
Con el paso del tiempo, tenemos la sensación de que usted se ha convertido en una síntesis de su tío Álvaro, el joven falangista; y de su abuelo Cayo, el republicano azañista.
Sí, está bien visto. Fui muy falangista de joven porque no había otra cosa… Luego he admirado y leído muchísimo a Azaña. Es muy fácil hablar a toro pasado de la guerra y la posguerra. Es muy fácil hablar hoy. Pero, ¿qué habríamos hecho nosotros? No sé, creo que hoy, con las afortunadas circunstancias que nos rodean, hay que vivir alegremente, resueltamente. Yo estoy en una silla de ruedas y peso cincuenta kilos, pero vivo muy alegremente. ¿Vosotros qué años tenéis?
Estamos rondando los treinta, años arriba, años abajo.
Es la generación más importante, la que más me conmueve. Es el tiempo de las verdaderas dificultades, el más emocionante: hay que hacer grandes cosas sin tener mucha experiencia; hay que mantener grandes proyectos vitales sin tener dinero.
Todas estas cosas de las que hablamos es imposible encajarlas en el relato de la memoria histórica. Probablemente, el problema sea ese: la creación de un relato oficial.
A mí es que me parece imposible crear un relato oficial. Decir “que vienen los fascistas, que viene la extrema derecha” me parece una pésima idea. Viene gente que no piensa como tú, pero… ¿no es posible hablar siquiera? Pero qué importa, no soy un maestro de la moral.
"Ese argumento de 'que viene la extrema derecha' me parece pésimo. Simplemente, viene gente que no piensa como tú"
¿Cómo es posible que no haya hoy, casi cien años después, un partido que defienda el legado de lo que podríamos llamar Tercera España?
La Tercera España, supongo, es la gente como yo. Creí que la Tercera España iba a ser UPyD. Por eso me impliqué tanto. Pero no funcionó. Luego hablaremos de política, supongo. Os contaré cosas.
Usted se fue a Londres en 1966. Tenía 27 años. Llegó a un país libre, muy distinto de España, pero no aprovechó esa libertad con visceralidad, no se entregó al desorden.
No me entregué al desorden, es cierto. Me mantenía económicamente siendo “cleaner”; iba por las casas limpiando. Me fui porque quería ser independiente, no estar al abrigo de la familia. Conocí el norte de Londres, el gueto judío. Me daban un té con kosher. Traté a muchas amas de casa judías. Limpiaba cristales, retretes… Sacaba el brillo a la plata. Preparaba la fiesta del cordero.
Pero, hombre, sí disfrutaría de algunas cosas que no había en España. De hecho, al regresar, publicaría “Relatos sobre la falta de sustancia”, muchos de ellos historias cortas protagonizadas por homosexuales. Eso fue muy impactante para la sociedad española de la época. Había en esos textos otra manera de vivir.
Sí, pero me refiero a que no participé en el clima de Carnaby Street. Tuve, como hoy, una vida solitaria. No he participado en bandas de diversión. Quería escribir, tenía que leer, conocer a los hombres, enterarme de la vida. Estudié Filosofía en España y después en Londres.
Lo titulé “falta de sustancia” porque, en ese tiempo, viví con falta de apoyos espirituales. En el primer relato, Luzmila, que era el que más le gustaba a López Aranguren, hablaba de una persona que había creído todo lo católico a pies juntillas y de repente… ¿Recordáis lo de Cervantes “pringado” que hemos hablado antes? Mis personajes son así.
Es uno de los pocos de su perfil –joven, español, ansioso de libros y libertad– que no se hizo comunista en aquellos setenta.
No me hice comunista, pero tampoco otra cosa. Era un individualista en ese tiempo. El comunismo era un vicio francés. En Inglaterra no había ese ambiente, era una cosa más anarco. Sartre decía: “El problema más importante en la vida es… ¿me afiliaré o no al Partido Comunista?”. Él les apoyó, pero creo que no se afilió.
¿Qué tal los comunistas de hoy? ¿Qué tal le suena eso que nació a la izquierda del PSOE? Primero el 15-M, luego Podemos, ahora Sumar…
Escribí un libro sobre la vida de San Francisco de Asís. En la segunda edición, comparé el franciscanismo con los círculos de Podemos, que acababan de aparecer. Ese sistema de organizarse en círculos, de empezar desde abajo, esa hermandad… No funcionó así. Podemos desilusionó a mucha gente. A mí no es que me ilusionara porque ya era mayor y estaba en UPyD, pero me pareció muy interesante.
En el otro extremo, que parecía dormido, ha nacido Vox. Pero no sé si tiene algo de su tío Álvaro y la Falange de entonces.
Vox nunca me ha sonado bien. Me gustaría que se integraran en el PP. Creo que deben resolver algunos de sus planteamientos… Por ejemplo, en inmigración. Aunque con esto no digo que España deba asumir cualquier tipo de inmigración irregular.
No podemos recibir una avalancha de inmigrantes irregulares. Yo los veía, se ponían en la Plaza de España con las maletas. No tenían nada que hacer. Alguno de ellos, desesperado, robaba una cartera. No tenía para comer, no tenía la posibilidad de encontrar un empleo. En ese contexto, supongo que yo también robaría una cartera. Me habíais preguntado por Vox, ¿no?
Sí.
Os decía lo de la integración en el PP porque mi idea de la política en general, ya lo veis, es integradora. La izquierda española ha sido siempre una familia que se pelea. Es una sopa que no es digerible. La izquierda se divide, se divide, se divide y se divide…
Ahora esa lucha ha llegado también a la derecha española.
Y es perjudicial para el país, igual que lo es la fragmentación de la izquierda. Abascal es un hombre del PP: allí se formó.
Regresó a España casi con las primeras elecciones. Se encontraría un país totalmente cambiado. ¿En qué pequeñas cosas lo notó?
¡Un país casi irreconocible! Me sentía como un burro en una cacharrería. Me sentí durante un tiempo muy fuera del asunto. ¡Íbamos al banco con jersey! Antes, con Franco, siempre hubo que ir de traje y corbata. Llegó una especie de desaliño indumentario. Tardé por lo menos dos años en acostumbrarme.
Vivía cerca de Malasaña. “Spain is different”. Joder, pero yo me preguntaba: “¡Qué desorden! ¿Será posible algún día trabajar aquí?”. Un escritor necesita cierto silencio, cierto orden. En una democracia que nace, hay eslóganes y manifestaciones por la calle todo el día. En Londres eso no era así cuando yo llegué.
Una vez, cuando le preguntaron por esa falta de filiación partidista de aquellos años tan políticos, usted dijo: “Mi única ideología era la homosexualidad, que ya era suficiente”. Explíquenos eso.
La homosexualidad es el derecho de amar a quien quieras. Lo defiendo y lo defendí siempre. Lo que pasa es que hoy los movimientos homosexuales me parecen demasiado folclóricos. El Día del Orgullo me parece bien que se celebre, pero es como una feria.
Fui muy amigo de Pedro Zerolo. Discutíamos mucho sobre esto. Él me decía: “Yo soy homosexual todo el día”. Yo le respondía: “Pedro, no es verdad, no podemos estar haciendo propaganda todo el día”. Además, es incomodísimo. Yo no soy escritor todo el día. Vosotros tampoco sois periodistas todo el día. Creo que Zerolo tenía una actitud muy buena. Ahora, lo LGTBI se ha convertido en un cachondeo.
"Los movimientos homosexuales de hoy me parecen demasiado folclóricos"
Nos han contado que está usted preparando un texto sobre “la homosexualidad como don de Dios”.
Me gustaría que dejaran de pesar sobre la homosexualidad la idea del pecado y del vicio. Esos prejuicios todavía pesan hoy. Ser homosexual tendrá sus complicaciones, pero nunca deberá tener más complicaciones que ser heterosexual. El erotismo, el poliamor… Eso me cansa mucho. ¡Con lo difícil que es amar a una persona! El poliamor me parece falto de sustancia.
¿Recuerda la que se montó cuando dijo que, por homosexual que fuera, no estaba a favor del matrimonio gay, tal y como pedía el que era su partido, UPyD?
Es que el “matrimonio” es un sacramento de la Iglesia. Por otra parte, es que el matrimonio me parece una institución anticuada. La cuestión es al revés: ni siquiera lo reclamo para las parejas homosexuales.
Oigan, esto está siendo muy largo, lo estamos pasando de maravilla. ¿Queréis un anís? [Mira una botella de Anís del Mono que hay en la estantería]. ¿Preferís un licor de café? No hay cosa más rica que el licor de café.
Estamos bien, gracias. ¿Sabe que todavía hay gente en el gremio periodístico que recuerda aquel discurso y grita imitándole a usted “Upeidé, upeidé”?
No se me ocurrió otra cosa para levantar a la gente… Aquel fue un partido de centro. El centro es realmente imposible en España. Por eso estamos dando bandazos. Sánchez y Feijóo se pasan el día sacándose faltas cuando tendrían que estar hablando sobre cómo se resuelve el desastre de Valencia.
Dejó usted grandes momentos en política: “Somos los de la conjunción copulativa (…) Somos resplandecientes, magentas y animosos (…) No tenemos que dar mítines, tenemos que dar conversación”. Creo que hay muchos españoles que echan de menos el sentido del humor en la política. No hay ironía, no hay chistes, no hay nada de eso.
La conjunción copulativa parecía tener un doble sentido, pero yo no hablaba de echar un polvo, ¿eh? Me refería a la capacidad de unión. A esa necesidad del tercer partido.
Volvamos a los ochenta: usted se instala en España, pero no conoce apenas gente en Madrid. Son los años de La Movida, de la heroína, del rock, de Tierno Galván. ¿Qué tal se le dio la cosa?
Tierno se equivocó cuando dijo eso de “a colocarse”. Porque colocarse no es inteligir, sino entrar en una especie de modorra. Me impactó mucho la devastación de las drogas de aquellos años. Tanto que estuve un tiempo de voluntario en Proyecto Hombre. Quería que escribieran. Tengo fe en la escritura. Cuéntame cómo es tu abuela, cuéntame cómo es la cocina de tu casa, cuéntame aquel verano.
Hacíamos esas redacciones. Iba un par de días por semana. Proyecto Hombre estaba hasta los topes de padres, madres, hermanos… Fue tremendo. Cuando llegué a España, vi eso y me metí en Proyecto Hombre. Era agotador, ¿eh?
No frecuentó mucho La Movida.
No. Fue debido a mi temperamento sedentario. Soy una persona alegre, pero lo que me aburre es el copeo multitudinario. Me cansa y me aburre.
Luego vino un paréntesis largo, como si la Democracia se hubiera hecho de pronto mayor. Los que habían llegado con la chaqueta de pana y el pelo azabache salieron de Moncloa casi quince años después con el traje y las canas. ¿Qué fue de usted esos años?
Voté a los socialistas dos o tres veces. Me parecía interesante el proyecto socialista de entonces. Hoy ya no. Pedro Sánchez nunca dice nada nuevo. Fui muy del Guerra. Le decía: “Me tienes que meter en política, Alfonso”. Y él me contestaba: “Ni se te ocurra, estás bien donde estás”. Pero yo quería un puesto de cualquier cosa para experimentar. Es que el Guerra era muy divertido. Estuve en Moncloa en las famosas cenas de Felipe.
Ah, ¿sí?
Bueno, sólo fui una vez, ¿eh? Y fui porque no me llamaban. Todo el mundo sabía que Felipe hacía esas cenas con escritores en La Bodeguilla de Moncloa. Hice saber a todo Madrid que no me invitaban. Entonces me llamó Carmen Romero, la mujer de Felipe, que era quien organizaba esas cenas, y me invitó. Carmen Romero me parece un gran modelo de lo que debe ser una primera dama.
Cuente, cuente.
Era profesora de Literatura, tenía su plaza, siguió trabajando… Se reunía con intelectuales, con escritores, con libreros, con sus amigos de siempre… Lo de Begoña Gómez me parece complicado. Ojo, no lo digo porque sea mujer; diría lo mismo si Sánchez fuera el marido de la presidenta. Me parece complicado que esté haciendo negocios. No sé si se ha aprovechado de su posición o no para eso, pero… A mi amigo Juan Cruz no se le puede decir nada de esto.
¿Se enfada?
Sí, sí, se enfada, no aguanta que le diga cosas ni de Begoña ni de Sánchez.
Hubo grandes casos de corrupción en aquella época del felipismo, luego los hubo también en los distintos gobiernos del PP. Parecía que la última vez iba a vacunarnos, pero parece que todo lo contrario. Supongo que ha seguido las últimas noticias.
La corrupción, el quedarte con las cosas y los dineros de los demás, es terrible y no se puede olvidar. Esa mangancia produce un desprestigio terrible. La corrupción trae escepticismo político y malestar social. Sobre todo para los que vivimos con lo justo y nos preocupamos cuando llega el fin de mes. Bueno, yo ahora tengo los 125.000 euros del premio.
A eso hay que sumar que estamos atrapados en lo de los bloques: o la izquierda con la extrema izquierda y los nacionalismos; o la derecha con la extrema derecha.
A mí eso no me gusta nada. Yo volvería, vuelvo a repetirlo, a una idea de centro. El problema es que el centro acaba resultando muy inestable. Nos pasó con UPyD, pero también a Ciudadanos, que trabajaban muy bien. Propusimos la unión, pero fue imposible. Era muy difícil conciliar los liderazgos de Rosa Díez y Albert Rivera. ¡Un tercer partido! ¡Un tercer partido! ¡Un partido de centro que funcione! Es mi utopía de España.
Hay Congreso federal del PSOE el próximo fin de semana. Tenemos Sánchez para rato. ¡Igual supera a Felipe!
¡Habrá hecho cosas que estén bien!
El presidente del Gobierno es, quizá, el más guapo que hayamos tenido, pero decía su madre que era mejor ser más simpático que guapo.
Hombre, si se puede ser las dos cosas, mejor. A mí Sánchez no me parece un hombre demasiado simpático, pero tiene muy buena planta. Esa planta la tiene también don Felipe VI. Están en un sitio y se les ve enseguida. El político debe estar resignado a que las cosas le salgan mal poniendo buena intención. Esa sería una buena máxima política, ¿no os parece?
Ser guapo, en política, es una desventaja. Le llamábamos “Pedro, el guapo” al principio, ¿recordáis? A mis amigos socialistas no les gustaba nada que dijera eso. Joder, ¿por qué? ¿A quién no le gusta un hombre guapo? Como no se iban a acostar con él, es como que eso no les importaba. A mí sí me gusta que nuestros representantes tengan buena planta. Ahora ya no conozco socialistas sanchistas. Bueno, me queda Juan Cruz, que es un encanto. Oye, ¿esto qué es? [se le ha caído la espumilla del micrófono].
Se ha caído la espuma del micrófono.
¡Qué decís! ¿Y no se ha grabado nada? ¿Tenemos que repetir todo?
No, no. No pasa nada. Está todo perfectamente grabado.
Menos mal, casi me da algo. Bueno, habría sido mucho peor para vosotros.
Su madre era las dos cosas, guapa y simpática. ¿Se acuerda mucho de ella?
Me acuerdo mucho de mi madre, sí. Está colgada en varias fotografías de la casa… Sin ser nostálgico, recuerdo mucho el pasado. He cumplido 85 años, tengo varias prótesis, no puedo apenas andar, pero no siento que padezca demasiadas dificultades.
¿Usted aprendió a escribir de las mujeres? Las historias que contaban en la mesa camilla de Santander. Los hombres no dedicaban tiempo a contar historias, salvo los que escribían libros.
Sí, en esa época era así. Mi madre y sus hermanas eran muy divertidas. El mundo giraba alrededor de esa mesa camilla. El mundo era una conversación agitada.
Es usted un loco muy cervantino, Álvaro. Repite mucho la palabra “unánime”, pero me temo que, en España, está a punto de salir del diccionario.
La utilizo mucho porque me gusta eso de Borges… “La noche unánime”. Aunque no sé por qué... A mí, en realidad, me gustan más los amaneceres, soy madrugador.
Dice que hace vida monástica, que vive solo. Una vez contó que, a lo largo de la vida, ha tenido “serias complicaciones con el amor”. ¿Convertir el amor intenso en amor duradero es la misión más difícil?
Me parece muy difícil. Proust hablaba de las intermitencias del corazón. La fidelidad conyugal, sea homosexual o heterosexual, resulta muy complicada. En general, son muy difíciles las relaciones humanas. Yo hago todo lo posible por facilitarlas. La relación en la oficina, como en el amor, también es muy complicada, ¿eh? Os lo digo yo, que trabajé en un banco.
¿Lo ha intentado muchas veces, el amor duradero?
Sí, pero hoy me queda el amor fraternal. He sustituido el erotismo por la amistad. Me quedan amigos de muchos años. Aurelia lleva trabajando aquí en casa más de veinte. La duración en el tiempo es un asunto que me interesa muchísimo. No sé si es cosa de viejo, pero lo he tenido toda la vida.
“El amor y el sexo se han olvidado de mí”, decía el otro día. ¿Cómo es vivir así?
Es verdad, pero matizo la frase. He sido yo quien se ha olvidado del amor conyugal y del sexo. No los echo de menos. Tengo la amistad, que es mucho mejor. No siento melancolía. ¿Os imagináis que yo fuera ahora a un bar gay a ligar? Me sentiría horrible. A la gente hay que dejarla en paz. ¡Que liguen otros! Es que yo soy difícil también, ¿eh?
Frente al tiempo prolongado sólo tenemos el instante. Esa es la encrucijada. Pero un instante es demasiado poco. “Nos abrasaría este instante si durase otro instante”, decía Octavio Paz. Para no abrasarse y mantener el fulgor de la amistad y el amor, hay que tener mucha integridad.
Quienes no se han olvidado de usted han sido los lectores. Además, el Cervantes garantiza cierta posteridad. ¿Le preocupa la posteridad?
La posteridad no es para mí una preocupación. Hombre, me gustaría que me leyeran después de muerto, quien diga lo contrario miente. Y por supuesto me ha encantado que me den el Cervantes.
Hoy no tengo grandes preocupaciones. La más urgente es la misma que la vuestra: ¿cómo voy a llegar a fin de mes? En cuanto al resto, estoy contento con mi vida. Es una vida solitaria y monástica.
Jorge Bustos me dijo que mi verdadera vocación es la de monje. Puede que tenga razón. Habría sido un gran monje heterodoxo, pero habría tenido problemas. Habría enseñado a los hermanos que la sexualidad y la homosexualidad también son un don de Dios y me habrían dicho “¡fuera del convento, hijo de puta!”. Quiero extender la idea canónica de Dios a lo que verdaderamente somos.
Denos algunos consejos para el amor.
Lo más importante es la atención: estar atento a la persona que se ama. ¿Lo veis? Yo he estado toda la entrevista muy atento a mi gato. Y a vosotros. Os aconsejaría que pusierais las cosas en el curso del tiempo. Poner las cosas en el curso del tiempo… Eso da la perspectiva.
¿Ha sido más feliz amando o escribiendo?
Escribir es muy divertido, pero lo que más me gusta es hablar. Por eso dicto las novelas, me siento muy acompañado. Como en este rato. Lo he pasado muy bien, muchas gracias por venir.
Ave María purísima, Álvaro Pombo.
Sin pecado concebida.