Los consejos de Amedo a Aldama para tirar de la manta: "Sé lo que hay que hacer. Me llevé al Gobierno por delante"
"El etarra Pérez Revilla era un sanguinario que se ensañaba y disfrutaba. Me alegré y me sigo alegrando de su asesinato y sufrimiento. Hay que ser muy creyente para arrepentirse del asesinato de Tomasón".
José Amedo fue el capataz de los GAL: el comisario de policía que coordinaba los atentados contra los terroristas en Francia. Pagó con cárcel, tiró de la manta y logró que condenaran al ministro del Interior y a su secretario de Estado.
En esta entrevista, analiza el caso Ábalos y dice manejar información exclusiva: "Me consta que Aldama estaba en contacto con servicios de inteligencia de otros países". Se ofrece a ayudarle. Tiene un plan para que el comisionista se enfrente con éxito al Gobierno.
Hay cosas que la vejez no extravía. Cuando José Amedo (Lugo, 1946) entra en el bar donde nos ha citado, se detiene en la puerta y, desde ahí, examina las mesas una a una. Como un policía que sabe defenderse. Como un policía que sabe preparar un atentado. Después, pregunta: “Y estos, ¿quiénes son?”. Pese a que llevan cámara.
Hay cosas que la cárcel no templa. La manera de hablar, el verbo rudo y conciso que tiene casi todo el tiempo la apariencia de una orden; la forma de responder, que es más propia de un interrogatorio que de una entrevista. Lleva un abrigo largo y una bufanda gruesa. Lleva las ganas de hablar prendidas de los dedos con los que revuelve su café con leche. Los dedos amarillos del fumador.
Hay algo en los periódicos que rebota y enciende. El comisario Amedo, el capataz de los GAL, el jubilado que está aquí sentado, no puede reprimir la solidaridad que siente por Aldama. Amedo tiró de la manta con todo un Estado enfrente y se llevó por delante al ministro del Interior y a su secretario de Estado, que entraron en la cárcel. Ahora está convencido de que Aldama puede hacer lo mismo con José Luis Ábalos.
“Pero para eso le hace falta una buena estrategia. Yo he pasado por ahí. Sé lo que es tener a un Gobierno enfrente. Sé lo que es que te dejen tirado. Sé lo que es convertirse en una cabeza de turco. Estoy dispuesto a darle consejos a Aldama”, dice enlazando tres frases seguidas, una extensión a la que no acostumbra. “Pues sí, hoy tengo ganas de hablar. ¿Empezamos?”.
Vamos a hablar de todo. De la moral del mercenario, de la fe del cristiano, de la cabeza de los asesinos, del placer de matar, del dolor de ver morir, de corrupción, de chantaje, de las tuberías por las que el Estado desagua la mierda. De ETA, de los GAL. De la corrupción eterna, de la de ayer y de la de hoy. Ese es el motivo de la entrevista: entender el presente con el espejo del pasado… y arrancar de paso alguna confidencia. Bucear en lugares donde generalmente no se puede bucear.
Además, hay un hilo invisible que conecta los GAL con la trama de hoy. El abogado de Ábalos, José Aníbal, fue el abogado de varios policías implicados en la guerra sucia. Fue también quien logró sentar a González en el banquillo para interrogarlo como testigo por el secuestro de Segundo Marey [un empresario vasco al que interceptaron por error].
Esta conversación es un viaje por el alcantarillado español. El testimonio de un ejecutor que creyó formar parte de la cúspide de la cloaca y que pagó con cárcel el plan diseñado por sus superiores. Le prometieron el indulto, compraron su silencio con dinero. Hasta que vio que le mentían e hizo lo posible por acabar con el gobierno de Felipe González.
Si hubiese que resumir la vida de este policía con la misma parquedad con la que nos contesta, podríamos decir: nació en Galicia a mediados de los cuarenta. Su padre, que era tirador olímpico y que trabajaba en la Policía, se trasladó a Bilbao. Allí, Amedo se hizo subcomisario.
Supo moverse en el inframundo. Compraba confidentes, compraba etarras. Espiaba. Tenía una red de contactos que ansiaban para sí los servicios secretos. Intentaron asesinarlo siete veces. Dormía con una granada en la mano. Incubó el odio. Un día, por orden del Gobierno, se convirtió en el capataz de los GAL. Contrataba a los mercenarios, señalaba objetivos, ordenaba asesinatos.
Fue a la cárcel junto a su subordinado Michel Domínguez, que le hacía las veces de traductor. Salió de prisión tras casi doce años. Salió con la “incomprensión” del policía obediente que, en todo momento, creyó estar cumpliendo con su deber.
Va a abrirse en canal porque a estas alturas total qué más da. No va a esforzarse en esconder sus contradicciones. Por ejemplo: ¿cómo convive la fe en Dios con ordenar un asesinato después de otro? ¿Cómo puede estar uno arrepentido de lo que hizo y al mismo tiempo no estarlo? ¿Se puede uno arrepentir de haber ordenado un asesinato y en la respuesta siguiente confesar el placer de haberlo hecho?
Tirar de la manta
–El Gobierno compró su silencio y el de Domínguez, pero un día decidieron tirar de la manta. Es una expresión muy tópica, la estamos escuchando mucho estos días.
–Sí, estamos otra vez en eso… A nosotros nos prometieron el indulto por activa y por pasiva. Cada cierto tiempo, venía nuestro abogado a la cárcel para ver si decaían los ánimos. En realidad, nuestro abogado trabajaba para el Gobierno, no para nosotros.
–Así se garantizaban su silencio.
–Exacto. También vino a vernos Julián Sancristóbal [primero gobernador civil de Vizcaya y después secretario de Estado de Seguridad] para prometernos el indulto de parte del presidente González. “Dos años de cárcel y luego a la calle con la vida arreglada para siempre”, nos decían. Agua de borrajas. Nos prometió lo mismo hasta el fiscal general, Eligio Hernández.
–¿El fiscal general estuvo implicado?
–¡Y tanto! ¡Nos citó en su despacho! Les dije: “¿Estáis locos? Esto, en dos días, está en la portada de El Mundo”. Y así sucedió. Nos pillaron.
–Lo del fiscal general hoy, presuntamente filtrador de los datos privados del novio de Ayuso, le parecerá una broma, entonces.
–Al lado de lo nuestro, una auténtica broma.
La estrategia de Aldama
Se le percibe desde lejos a Amedo el interés en hablar de Aldama. Por caminos que nada tienen que ver, acabaron en la misma situación: dentro de la cárcel y con la posibilidad de levantar la alfombra de la corrupción. Retrospectivamente, podemos decir que Amedo, al que también se le negó la credibilidad por su condición de delincuente, sí que poseía el material con el que amenazaba. De Aldama, existe la duda.
Cuando tomó la decisión, Amedo entregó las pruebas, testificó y provocó la entrada en la cárcel del ministro del Interior Barrionuevo y de su secretario de Estado Rafael Vera. Aldama juega a insinuar que puede lograr lo mismo con Ábalos y, quién sabe, alguno más.
–A Aldama, el Gobierno le dice hoy lo mismo que le decían a usted: “¿Cómo va a tener credibilidad si es un delincuente? ¡Pero si está en la cárcel!”. ¿Cómo se afronta psicológicamente ese momento? El paso al frente, la aportación de pruebas.
–A nosotros nos obligó el incumplimiento de la promesa que se nos hizo, pero también la presión social, de la prensa y del juez Garzón. Aldama es una persona mucho más capacitada que todos aquellos que dependen de sus confesiones. Me refiero sobre todo a Ábalos y a Koldo. Le daré a Aldama, si él quiere, varios consejos estratégicos.
–Hágalo.
–Hombre, no cuela. No lo voy a hacer aquí en una entrevista, que esto lo leen los afectados. Sí puedo decirle cómo empezar. “Señor Aldama, ponga contra las cuerdas a Ábalos todo lo que pueda”. Y después… Después tendrá que cambiar de estrategia.
–De momento, el tirón de manta de Aldama ha sido leve. Además, ni siquiera se ha podido comprobar que sea verdad lo que dice. ¿A qué le huele todo esto? Los supuestos pagos en negro, la supuesta implicación de más ministerios, la trama de licitaciones amañadas…
–Aldama no está tirando sin carga. Lo que pasa es que va poco a poco; está dosificando la información que maneja. Fíjense en la cruz con la que le condecoró la Guardia Civil. Eso es clave.
–Por qué.
–Eso no se le da a cualquiera. He trabajado en ese mundo. Y no se lo dan a cualquiera, se lo aseguro. Estoy convencido de que Aldama colaboró mucho en su momento como confidente de la Guardia Civil. Creo que facilitó informaciones delicadas que afectaban a la seguridad del Estado.
–¿Por dónde va?
–Información sobre posibles atentados yihadistas.
–Esto es todo una marcianada.
–Sacaba la información del servicio de inteligencia marroquí. No es que lo piense; lo sé. No puedo decirle cómo, pero lo sé. Aldama ha tenido contactos con servicios de inteligencia de otros países. Yo los tuve, por ejemplo, con la inteligencia venezolana. Déjeme decirle otra cosa.
–Diga.
–Aldama sabría, porque no es tonto, que los gobiernos de España y Marruecos estaban distanciados. Y también sabe que todas las informaciones se pagan con dinero. Míreme, todas se pagan con dinero [remarca cada una de las sílabas]. Aldama está capacitado. Es inteligente y hábil.
–¿Cree que se puede llevar por delante al Gobierno?
–Esperemos acontecimientos. Ah, y no descarte que, en una segunda fase, si Koldo y Ábalos se ven entrando en la cárcel, puedan aportar pruebas contra el Gobierno. Cada cosa a su tiempo.
A través de cierta insistencia, arrancamos a Amedo algunos de los consejos que quiere dar a Aldama, pero dice reservarse lo mejor para una charla privada.
1. Poner a Ábalos contra las cuerdas al máximo y desde el principio. Si se derrumba, el curso de la investigación puede cambiar.
2. Nunca tirar sin carga. Que los pequeños tirones de la manta sean con información cierta y comprobable.
3. Ir dosificando esa información para ser en todo momento imprescindible ante los jueces y los periodistas.
Las confesiones de los GAL
Después de romper el hielo de los gintonics que Amedo ya no toma, nos adentramos en la parte más compleja de la entrevista, que es la historia de su vida. La del capataz que, a través de una red de confidentes y mercenarios, armó el terrorismo de Estado nacido en el Ministerio del Interior.
Va oscilando, Amedo, del arrepentimiento en frío a la ira en caliente. Del sosiego a la ira. Aunque se acaban imponiendo la ira y la justificación de los GAL. “No quedó más remedio y, además, cumplieron con su objetivo”, resume.
–Señor Amedo, esto es una contradicción. ¿Se arrepiente o sigue sintiendo placer por lo que hizo? ¿Cuál es la verdad?
–Pues claro que es una contradicción. ¿Qué se cree que pasa por la cabeza de un hombre cuando está venga a levantar las sábanas que cubren los cadáveres de sus compañeros?
–Dígalo usted.
–Claro que se lo voy a decir. ¿Seguimos grabando?
Quiere empezar contando cómo nacieron los GAL. Un día –según su versión– llegó de Madrid Julián Sancristóbal, entonces gobernador civil de Vizcaya. Le dijo a Amedo que tenía que hablar con él de “un asunto de Estado”. Le contó que, si Francia no empezaba a colaborar con la lucha antiterrorista, no habría manera de derrotar a ETA. Sancristóbal mencionó a Juan Carlos I. “El Rey le dijo a Felipe González que había hablado con los generales y que, si no se hacía nada contra el santuario etarra en Francia, un golpe de Estado acabaría con la Democracia”.
–Pero, señor Amedo, con esa anécdota usted implica sin pruebas a Felipe González como creador de los GAL y al Rey como persona al corriente.
–No seamos ingenuos. Los GAL sólo pudo crearlos Felipe. Y le contaré una anécdota para que entienda lo del Rey.
Estaba el padre de Amedo en la Villa Olímpica, Barcelona 92. Y estaba el hijo, José Amedo, encerrado en la cárcel. El indulto que le habían prometido no llegaba. Cuando Juan Carlos I –siempre según la versión del subcomisario– supo que el padre de Amedo andaba por allí, quiso verlo. Le prometió que su hijo saldría pronto de la cárcel.
Amedo dice mucho eso de “no seamos ingenuos”. Calcula que no habíamos nacido cuando ordenó aquellos asesinatos y nos mira como el mayor que tiene todo el tiempo la tentación de decirle al joven: “Es que no lo vivisteis. No lo podéis entender”. Y probablemente tenga razón. No podemos entenderlo.
–¿Tiene hijos, señor Amedo?
–No.
–¿Y cómo le explicaría a uno qué fueron los GAL?
–ETA estaba venga a matar. Preparaban los atentados en Francia. Venían, asesinaban y se volvían a Francia. Tenían incluso el estatus de refugiado político. No había manera de que los franceses colaboraran en la lucha antiterrorista. La creación de los GAL fue valiente y necesaria. Gracias a eso, aquella zona tan turística se resintió, la población francesa tuvo miedo. Y al presidente Chirac no le quedó más remedio que colaborar con España.
–¿Le consta que fue así?
–No hace falta ser muy listo. No hay analista que pueda obviarlo. Fue así. Cuando los GAL comenzaron su actividad, el presidente Chirac llamó a Felipe González para pedirle que detuviera aquello a cambio de su colaboración. Yo asumí mi responsabilidad. Estuve en la cárcel. ¿Dónde está la responsabilidad del Estado francés por lo que hizo? Deberíamos exigirles responsabilidades todos los días.
En los cuarenta años que han pasado desde que Amedo se convirtió en un personaje de la Historia oscura de España hasta esta mañana de invierno en que se produce la entrevista, el subcomisario hizo un viraje muy medido. Quiso borrar su fama de sanguinario sin escrúpulos para aparecerse como un arrepentido que lamentaba lo sucedido.
En esta conversación, no sucede ninguna de las dos cosas. O mejor dicho: suceden las dos cosas casi al mismo tiempo. Una mezcla de ira y de arrepentimiento. De placer y dolor por la muerte. No sabemos a qué atenernos. Cada varios minutos tenemos que interrumpirle: “¿Cuál es la verdad, señor Amedo?”. Él responde: “Las dos cosas son verdad”. Puede que tenga razón. Esa contradicción lo hace más verdadero, menos fingido.
Amedo llegó a entrevistarse con Pili Zabala, hermana del joven aberzale asesinado y enterrado en cal viva por el terrorismo de Estado. Pidió perdón hasta la saciedad. Medió entre ambos un jesuita.
–¿Cómo fue su proceso de arrepentimiento? ¿Realmente lo hubo?
–Fui a un acto de víctimas de ETA y de los GAL. Allí estaba ese jesuita. Conocí a Pili Zabala. No tenían que haber existido ETA ni los GAL. En una democracia civilizada, no tendría que existir ninguna organización que provocase muertos.
Esta es una respuesta en abstracto, desprovista de víscera, como metida al bar en el que estamos desde la calle, donde el termómetro pasa sin demasiada holgura de los cero grados. Porque Amedo, cuando se le repregunta, matiza.
–Señor Amedo, pero ETA existió, fue una realidad. ¿Existiendo ETA, debieron crearse los GAL?
–Sí, no hubo más remedio. Cumplieron su objetivo. Los GAL fueron el principio del fin de ETA.
El placer de ver morir
Amedo ha publicado varios libros memorialísticos desde que salió de la cárcel. En uno de ellos confesó el placer que sentía cuando sus mercenarios le comunicaban que habían llevado a cabo un asesinato. Como ha prometido hablar de todo, intentamos ahondar en eso.
Se subleva, se revuelve, reacciona al ataque, pero contesta. Revuelve su café para ganar tiempo, pero mira fijamente a los ojos. En Amedo, es casi más importante el lenguaje no verbal que la palabra. La firmeza de las manos, lo inquisitivo de sus ojos. Es fácil percibir que un día fue capaz de hacer lo que hizo.
–Sentía usted placer.
–Me quisieron matar siete veces. En 1973, yo tenía 27 años y toda la vida por delante. El carnicero de Mondragón, con varios muertos a sus espaldas, fue interceptado en un control de Bilbao. Cuando le registraron, encontraron un papel con todos mis datos: la dirección de mi casa, los bares que frecuentaba, la matrícula de mi coche. Luego lo conocí, estuve con él.
–Ni lo mató ni lo intentó.
–Quise que fuera mi confidente. Yo tenía muchos contactos ahí dentro. Mantuvimos una conversación esporádica, no llegamos a esos términos, pero no lo conseguí. ¿Lo ve? También sabía ser frío. Hay que saber ser muy frío para trabajar en información en la policía.
–¿Mantuvo alguna relación parecida a la amistad con alguien de ETA?
–Con Wilson, el que preparó con Argala el asesinato de Carrero Blanco.
–No joda.
–Y tanto. Nos íbamos de copas. Lo llevé a su casa borracho muchas veces, lo cuidé. Me contó un montón de cosas. Él acababa de regresar a España desde el exilio, donde vivió unos años tras haber recibido la amnistía. No seguía en ETA, pero manejaba mucha información de lo que pasaba allí dentro. Me resultó muy útil.
–¿Cómo fueron las otras veces en que intentaron matarle a usted?
–Una vez, estando en el bar Gasteiz, junto a un confidente que tenía en Batasuna. Se dieron cuenta de que lo tenía enganchado y vinieron a por mí. Y otra vez más fue a por mí el propio Josu Ternera. Con todo esto que le estoy contando, ¿me voy a poner a llorar porque maten a un etarra?
–Responda a esa pregunta.
–¿Sabe lo que dijo Fraga cuando le comunicaron la creación de los GAL? “Terrorista muerto, terrorista que no mata”. Pues eso. Ah, también respondió que su partido no pondría problemas a la creación de los GAL.
Los atentados
Algunos de los atentados escogidos por Amedo tenían un carácter operativo, pero otros –aunque él no utilice esta palabra– exhiben cierto componente de venganza. Para entender a Amedo, hay que poner sobre la mesa un alias: “Tomasón”. Tomás Pérez Revilla, terrorista. “Mató a los jóvenes gallegos que fueron al cine a Francia a ver películas prohibidas en España. Los confundió con policías. Les arrancó los ojos. También mató a dos de mis compañeros”.
Aquí, Amedo se detiene y se explaya. Cuenta que estaba un día en el centro de San Sebastián con dos compañeros novatos recién ingresados al cuerpo. Le dijeron que tenían pensado cruzar a Francia para ir al cine. Amedo les pidió que no fueran, que esperaran a que él pudiera acompañarles. Ese fin de semana se iba a Bilbao. Cuando regresó el lunes, sus dos compañeros habían desaparecido. Preguntó por ellos. Habían ido al cine a Francia.
Amedo marchó en su busca. Habló con uno de sus confidentes, un exmiembro de ETA. Le contó que los habían secuestrado. Esto fue antes de que funcionaran los GAL. Aun así, Amedo y algunos de sus compañeros orquestaron un plan para cruzar la frontera y secuestrar a un par de terroristas a punta de pistola. Iban a exigir una liberación a cambio de la otra. Cuando estaban a punto de ponerse en marcha, llegó un burofax de Interior: “Prohibido cruzar a Francia. Serias medidas disciplinarias”. No cruzaron. El plan quedó abortado.
Años después, unos niños que jugaban en una playa francesa encontraron extremidades dentro de un búnker de la Segunda Guerra Mundial. Eran los compañeros de Amedo. “Los habían desguazado. Había sido Tomasón. Era un sanguinario. Se ensañaba y disfrutaba. Me alegré y me sigo alegrando del asesinato y el sufrimiento de Tomás Pérez Revilla”, dice.
–¿Es la única excepción que hace? ¿El resto de atentados de los GAL no deberían haber ocurrido?
–Tampoco me da pena la muerte de los demás terroristas. ¿Me voy a poner a rezar por el alma de los etarras que mataban a mis compañeros? ¿Cómo no me voy a alegrar? Que les den por el culo. He visto morir a tantos compañeros. Usted no sabe lo que es eso.
Amedo ha vuelto a mirar a los ojos de esa manera. Es difícil de explicar con palabras, pero le cambia la mirada súbitamente cuando pasa de mostrar arrepentimiento a mostrar alegría por los atentados de los GAL. En esa itinerancia viven las dos almas de este hombre.
Ha sido él quien ha utilizado el verbo “rezar”, así que aprovechamos para preguntarle si cree en Dios. Amedo elige otra anécdota. Ya se le ha acabado el café. No sabe qué hacer con las manos.
Cuenta que un día, estando en el médico de cabecera, “surgió el tema”. El médico le preguntó a él si era creyente. Amedo –lo hace mucho– contestó a la pregunta incómoda con otra pregunta: “¿Y usted? ¿Cree en Dios?”. Le dijo el médico: “Los científicos estamos divididos, más o menos, al 50%”.
–¿Y usted? ¿Llegó a responder a la pregunta?
–Le dije que sí. Creo en Dios, con dudas, pero creo. Me dijo él: “Si no tuviera dudas, sería usted un fanático”. Buena respuesta, ¿no?
–¿Creía en Dios cuando ordenaba los asesinatos?
–Sí.
–¿Y cómo convivía su religión con las órdenes que daba?
–No pensaba en eso. Nunca existió ese planteamiento en mi cabeza. Hágale la misma pregunta a Netanyahu, que no deja de matar niños en Gaza. ¿Cómo le afectará eso a Netanyahu cuando vaya para arriba? Yo no mezclaba una cosa con la otra.
–Me lo anoto. Es una buena pregunta para Netanyahu, pero le estamos entrevistando a usted. ¿Cómo le afectará eso cuando “vaya para arriba”?
–Yo qué sé. No creo en esas chorradas del cielo y del infierno. Pero le digo una cosa: hay que ser muy creyente para arrepentirse del asesinato de Tomasón.
Cuando Amedo pronuncia una de estas frases, se da cuenta de que resuenan como un disparo. Se produce un silencio de varios segundos y ya no hay nada que beber en la mesa. Es incómodo. Entonces, reacciona en varias ocasiones de la misma manera. Poniendo un asesinato de ETA sobre la mesa. Es la condición humana que explica los GAL, que explica cualquier guerra, que explica la venganza, que explica algo tan antiguo como la ley del Talión. Y añade al concluir, viendo nuestro desconcierto, nuestra distancia que se hace literal: “Es que ustedes no saben lo que es eso”.
Recuerda Amedo a su amigo Fernando Llorente, un policía que trabajaba en la oficina del DNI. Estuvieron aquel día pendientes de un combate de boxeo. Quisieron verlo juntos, pero al final, por una de esas casualidades sin importancia, separaron sus caminos. Cada uno a un bar. Cuando Amedo regresó a la comisaría, le dijo el jefe: “Ve al hospital de Basurto, han matado a Llorente”.
Cuando llegó, levantó la sábana. Encima de una losa, estaba Llorente. “¡Había estado hablando con él hacía unas horas!”. Tenía balas en el cuello, en el pecho y en los testículos. “Pensé, joder, cualquier día estoy yo ahí tumbado. ¿Cómo no pueden entenderlo?”. Incide en lo de la granada.
–¿Lo de la granada es verdad? ¿Dormía con ella?
–Sí, dormía con ella y la llevaba por la calle. Era por si venían varios a por mí, para poder ganar tiempo y sacar la pistola. En el informe que mandó Ternera a Santi Potros se veían las precauciones que tomaba. Solía llevar dos subordinados como escolta.
–Usted fue acusado de matar con un disparo de mira telescópica a un etarra de nombre Mikel Goikoetxea. Nunca se probó, pero tampoco se esclareció aquel asesinato. ¿Fue usted?
–Alias Txapela. Lo llamaban Txapela. No. No fui yo. Fue un tal Mohamed Talbi.
–¿Y usted? ¿Ha matado alguna vez? Me refiero directamente, no a ordenar un asesinato.
–Nunca he matado a nadie. No hacía falta. Estaba todo organizado para que lo hicieran mercenarios. Había gente de la OAS, de la Legión Extranjera, de la mafia marsellesa…
Nos mira otra vez así. Con ese mensaje prendido de las pestañas: “Ustedes no lo entienden”.
–Señor Amedo, el desconcierto también es fruto de la hemeroteca. Usted era un arrepentido que recorrió los medios pidiendo perdón. Ahora dice justo lo contrario. Cuando dijo aquello, ¿no lo pensaba? ¿Cuál es la verdad?
–Todo es verdad. Hay situaciones mentales… Le aseguro que, si usted hubiera estado en mi lugar… Mire, yo me puedo arrepentir muy en frío del asesinato de un terrorista, pero luego… Estoy convencido de que el presidente debió crear los GAL. Si no, ya se lo he dicho antes, Francia jamás habría colaborado. Lo que pasa es que luego pienso en frío y…
–¿Qué piensa en frío?
–Que matarse unos a otros no tiene ningún sentido. Matarse entre seres humanos no tiene sentido. Lo pensaba delante de los cadáveres de los terroristas, ¿eh? “¿Todo esto para qué? ¿Por qué seguimos asesinándonos?”.
Ricardo Arques y Melchor Miralles primero, después Antonio Rubio y Manuel Cerdán, fueron desvelando en los periódicos las “x” de los GAL. Pero el último crimen de Estado continúa hoy sin resolver: el asesinato del objetor de conciencia Juan Carlos García Goena. Su viuda acaba de morir después de toda una vida intentando saber quién puso la bomba que acabó con su marido.
Amedo se reunió varias veces con ella para intentar ayudarla. Sin embargo, aquellas reuniones no arrojaron resultados concretos.
–¿Sabremos alguna vez quién mató a García Goena?
–Yo no lo sé, me puedo hacer una idea, pero no lo sé. No me pregunte porque no puedo decir algo así sin pruebas.
–Antes ha dicho sin pruebas que González creó los GAL.
–Había un policía francés, Jean Louis, que era muy efectivo. Estaba suspendido de empleo y sueldo por haber torturado en su país a un abertzale. Entonces, se puso a trabajar con nosotros. Sancristóbal confiaba mucho en él. Él se encargaba de la parte operativa. Me solía pedir que le autorizase, pero a veces hablaba directamente con Madrid.
–Los GAL ya habían desaparecido tras la colaboración de Francia. ¿Por qué regresaron para matar a un hombre que, además, no tenía nada que ver con el mundo de ETA? Fue muy extraño.
–Fue cosa de Barrionuevo, Vera y Sancristóbal. Querían que Felipe asumiera la creación de los GAL… y a punto estuvo de hacerlo. Creían que, si lo asumía el presidente, ninguno iría a la cárcel. Felipe estuvo dispuesto a hacerlo, pero el partido le dio la espalda y el grupo Prisa también. Le dijeron que, si lo asumía en público, lo machacarían.
–Pero no entiendo… ¿Y qué tiene que ver eso con reactivar los GAL?
–Se hizo para cabrear a Francia y poner en riesgo su colaboración. Fue una manera de presionar al presidente.
–Una de las operaciones clave fue el secuestro de Segundo Marey, fue la que metió en la cárcel al ministro del Interior y a su secretario de Estado.
–Marey trabajaba en la cooperativa Sokoa, que sabíamos que estaba vinculada a ETA. Él no trabajaba para los terroristas, pero el general Galindo [jefe de los GAL en su vertiente militar] quería secuestrarlo para convencerle de que trabajara como confidente. Lo que pasa es que los mercenarios que lo secuestraron me lo trajeron a mí.
–¿Por qué se lo llevaron a usted?
–Porque creyeron que yo podría pagarles más dinero. No lo mataron porque yo me opuse.
–¿Quién quiso matarlo?
–Sancristóbal y García Damborenea. Porque estaban eufóricos con la creación de los GAL [corría 1983 y el terrorismo de Estado comenzaba a funcionar] y querían demostrar que funcionaba. Yo convencí a mis superiores para que enviaran un comunicado a la policía francesa: la liberación de Marey por la liberación de mi compañero Argüelles y de tres Geos españoles.
–No entiendo nada.
–Argüelles y esos otros tres agentes habían sido detenidos en Francia por la policía francesa cuando estaban intentando secuestrar a un etarra, Joxe María Larretxea. Entonces, yo convencí a mis superiores para que ofreciesen la liberación de Marey a cambio de la liberación de Argüelles y los otros tres. Así sucedió.
–Marey no tenía nada que ver con ETA. En otros atentados de los GAL, fueron asesinados algunos hombres que tampoco estaban metidos en la banda terrorista. ¿Fue una chapuza o estaba previsto?
–Esos daños colaterales estaban previstos. Y, de hecho, eran mucho más efectivos para presionar a Francia que los propios asesinatos de los etarras. Porque preocupaban mucho más al Gobierno francés. Sin embargo, no eran "inocentes" del todo. Estaban junto a los terroristas porque les ayudaban de distintas maneras. Como poco, simpatizaban.
–No fueron daños colaterales, entonces. Sabían ustedes lo que hacían.
–Sí.
–Margaret Thatcher asumió en público el asesinato de unos terroristas del IRA. En España, sería impensable. A su juicio, entonces, eso no dice bien de la democracia española?
–Los servicios secretos de Thatcher cosieron a tiros a aquellos terroristas. Actuaron adecuadamente. El Parlamento aplaudió a la primera ministra, que era una política de raza y de casta. Después, ganó las elecciones con mayoría absoluta.
–Usted tiene una obsesión: debatir con Arnaldo Otegi. ¿Por qué?
–Porque a ellos, que mataron a casi mil personas, se les ha blanqueado pidiendo perdón de la manera que lo han pedido. A nosotros, en cambio, que cumplíamos órdenes del gobierno socialista, no se nos ha rehabilitado. Pido que lo hagan, que nos rehabiliten a todos los policías que cumplimos las órdenes que se nos dieron.
Amedo se levanta. Pide dos coca-colas, se fuma un cigarro junto a la puerta del bar y se marcha. Se pone rápido el abrigo y la bufanda. Se cubre rápido el cuerpo, como el que tiene la sensación de haber enseñado demasiado.