Dolores Delgado, que aterrizó en el Ministerio de Justicia por sorpresa y sin equipo, ha optado por una mujer de su estricta confianza, aunque sin 'galones', para el delicado puesto de fiscal general.
Hubo un tiempo en el que recurrir a relaciones de amistad para el reparto del poder fue objeto de sospecha. La biografía de Juan Villalonga ha quedado para siempre asociada a la peyorativa expresión de “compañero de pupitre” de Aznar por el hecho de que el entonces presidente del Gobierno le aupó a la dirección de Telefónica.
Esto tiene cierta dosis de injusticia si, fraternidades aparte, no se valoran los méritos y capacidades del elegido. María José Segarra es muy amiga de la ministra de Justicia y esa confianza que dan los años ha pesado seguramente para encomendar el puesto de fiscal general del Estado -también conocido como “parrilla de San Lorenzo”- a alguien que sabes bien cómo se ha desenvuelto personal y profesionalmente a lo largo de la vida.
Para Dolores Delgado, al borde del ataque de nervios más de una vez desde que llegó al viejo caserón de San Bernardo hasta que ha conformado/le han conformado el equipo, tener a Segarra en Fortuny es una tranquilidad. Son amigas, pero sabe que es una buena fiscal.
Delgado y Segarra fueron compañeras de estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. Hicieron la carrera juntas y trabaron una estrecha relación (recientemente afianzada con motivo de las elecciones al Consejo Fiscal, a las que concurrieron juntas por la UPF) de la que también formó parte otra Lola, Dolores Guiard.
Las tres se hicieron fiscales, aunque en distintos momentos. Segarra opositó la primera y obtuvo el despacho de abogada fiscal en 1987. Fue la número 58 de una promoción de 97 fiscales. Delgado trabajó como bibliotecaria antes de opositar y no se incorporó a la Fiscalía hasta 1990. Su promoción, una de las más numerosas, llegó a ser de 233 fiscales; ella fue la 151. De esa misma promoción fue Alejandro Luzón, hoy fiscal de Sala y jefe de Anticorrupción, que logró el número 4.
Luego Segarra y Delgado compartieron destino en Barcelona, bajo la jefatura del tándem Carlos Jiménez Villarejo-José María Mena. La primera se marchó en 1993 a Sevilla, de donde no se ha movido hasta ahora. En noviembre de 2004 el entonces fiscal general, Cándido Conde-Pumpido, la convenció para que fuera fiscal jefe de la Audiencia de Sevilla. Ella dudó (“nunca ha buscado cargos, no es nada ‘trepa’”, dicen fiscales sevillanos), pero acabó aceptando.
Fue un nombramiento de los que en la Fiscalía llaman ‘con forceps ‘. Conde-Pumpido la designó pese a que quedó en minoría frente al aspirante más votado (Antonio Ocaña, de la Asociación de Fiscales) y pese a que el candidato preferido del sector progresista no era Segarra sino Emilio Llera, luego consejero de Justicia de la Junta de Andalucía.
Fue Llera el que puso a Segarra el apelativo de ‘la profe’, por la imagen que proyecta y por su manera ordenada y meticulosa de organizar el trabajo en la Fiscalía.
Ésa es la principal virtud que le atribuyen: ser una buena organizadora y actuar con sensatez. Lo que no es poco si ahora lo aplica en la Fiscalía General. Pero también destacan que no es una fiscal aguerrida y con empuje (a diferencia su antecesor en la jefatura de Sevilla, Alfredo Flores, no se arremanga para representar al Ministerio Público en los grandes juicios) y no le gusta entrar en conflictos, que seguro van a ser de envergadura en la Fiscalía General.
Segarra no tiene la categoría de fiscal de Sala pero presidirá la Junta de Fiscales de Sala, el generalato de la carrera. Fue una dificultad que no tuvo Consuelo Madrigal, que ya pertenecía a la primera categoría cuando fue nombrada fiscal general. Los ‘galones’ no son imprescindibles, pero importan. Pedro Crespo, un magnífico candidato al cargo y sin lugar a dudas una de la mejores cabezas de la carrera, también es fiscal de Sala. Pero no es amigo de la ministra.
Confío en que la nueva fiscal general actúe con prudencia en las causas sobre el proceso independentista catalán y no fuerce cambios de criterio jurídico que introducirían sesgos de politización y apariencia de amaños bajo cuerda, además de violentar la posición mantenida de forma constante por los fiscales encargados de los casos. Madrigal -que, por cierto, renovó a Segarra como fiscal jefe de Sevilla- ha comentado en su entorno que la instrucción llevada a cabo en el Tribunal Supremo ha apuntalado los indicios del presunto delito de rebelión y ella no va a cambiar esa calificación.
Un fiscal compañero de promoción de Segarra y que en su día estuvo destinado en Sevilla asegura que la nueva fiscal “no va a dar titulares“. Ojalá.