Ni siquiera ha amanecido y varios periodistas suben corriendo las escaleras del metro de Colón, el más próximo al Tribunal Supremo. Todavía no llevan las acreditaciones colgadas al cuello, pero no pueden ocultar su profesión con el móvil en la mano, los auriculares puestos escuchando la radio y la cara desencajada por llegar unos minutos más tarde de lo que esperaban a la gran cita, el "juicio histórico" que ya han anunciado en sus perfiles de Twitter. "¿Habrá muchos independentistas manifestándose ya? ¿Habrá llegado el furgón de los presos?" Se preguntan inquietos poco antes de las ocho de la mañana.
Ni una cosa, ni la otra. Decenas de policías nacionales vigilan las entradas de la amplia manzana donde se encuentra el Tribunal Supremo, entre el paseo de Recoletos y la calle Génova de la capital española. Piden la identificación a todo el que intenta cruzar las barreras de metal con las que han acordonado la zona. Una mujer explica que es funcionaria del Tribunal Superior de Justicia de Madrid y va con prisa al trabajo. Otra, que su hija le espera para que cuide de sus nietos porque ella se va al trabajo. Una pareja de indigentes pregunta qué pasa, por qué hay tanta policía. Es por un juicio importante en el Supremo, el juicio del procés, contesta un agente. ¿El juicio de qué? Vamos a la parroquia de Santa Bárbara (está situada justo al lado del Supremo) contesta la mujer mientras sostiene un hatillo con lo justo al hombro.
Una vez dentro de la zona acordonada, una furgoneta de la Policía Nacional introduce a los acusados que están en prisión preventiva por una puerta lateral del Tribunal Supremo. Con los cristales tintados es inevitable pararse a imaginar si Junqueras estará rezando, con las manos cruzadas, o transmitiendo mensajes de ánimo a sus compañeros. Quizá cada uno va absorto en sus pensamientos. Las cámaras (ya nos gustaría) no llegan hasta ahí.
Llegan las 8.45 de la mañana, en 15 minutos hay prevista una manifestación en apoyo a los presos convocada por Asamblea Nacional Catalana en el Paseo de Recoletos. Qué chasco. Dos pequeños grupos de como máximo 10 personas se arremolinan en el punto de la convocatoria. A un lado, miembros del PDeCat con Marta Pascal a la cabeza sostienen pancartas en las que se puede leer: "Decidir no es delito". A otro lado, y marcando claramente las distancias, Roger Torrent, Joan Tardá y Gabriel Rufián (ERC) comandan a un grupo heterogéneo de señores mayores con boinas que sujetan pancartas de apoyo a los "presos políticos". También hay algunos jóvenes con banderas republicanas. Todavía es pronto, quizá en 10 minutos viene más gente, dice uno de los manifestantes. Pero no llegan muchos más. Tan sólo periodistas y finalmente el presidente de la Generalitat, Joaquim Torra, que aparece como de la nada para aunar al extraño grupo de personas tras una pancarta que sostiene junto a Torrent. La esperada concentración acaba siendo una raquítica muestra de apoyo, podría bautizarse como 'ridimanifestación' de algunos familiares y compañeros de los acusados.
Exaltados contra 'indepes'
De pronto, tres hombres aparecen en escena al grito de "¡Puigdemont, traidor!". Portan una bandera de España con las siglas ADÑ, coalición ultraderechista que se presentará a las europeas en representación de Falange, Alternativa Española y Democracia Nacional.
Tras unos cuantos gritos exaltados contra un manifestante en favor de los independentistas que entra al trapo, la Policía les saca de la zona. Es el único momento tenso de una mañana que transcurre con mucha tranquilidad.
Se acerca la hora de que comience el juicio y todavía cientos de personas hacen cola para entrar al Tribunal Supremo. Hay muchos periodistas que esperan para recoger su acreditación, pero también ciudadanos que asisten como público. Entre ellos, dos mujeres que de pronto sacan una bandera de España y gritan "¡Viva la Policía Nacional!". La mayoría de los presentes observa con perplejidad y no les sigue.
Una vez comienza el juicio, fuera es el momento de los paseos de los políticos de segunda línea. Se deja ver Aitor Esteban, que confía en que los acusados no serán condenados por rebelión porque "no hubo violencia". También está Ernest Maragall, que discute con un veterano periodista sobre sus orígenes constitucionalistas y los errores de los sucesivos gobiernos centrales con Cataluña.
De pronto, policías antidisturbios llegan en grupos de diez y se colocan como custodiando los setos de la plaza de la Villa de París. Parecen menceyes guardando a la Virgen de la Candelaria. Más tarde se descubre que han llegado hasta allí porque hay una manifestación convocada por los funcionarios de prisiones. Aprovechan el juicio del procés para reivindicar una subida salarial. De paso, aclaran que tratan muy bien a Junqueras y sus compañeros, igual que al resto de presos.
Llega el receso para comer y los periodistas conversan con los abogados de los presos. Poco que comentar, tienen escaso tiempo para comer. La sesión se retoma y alguien cuenta que dentro Carles Mundó ha pedido permiso para ir al baño. "Qué pregunta tan mundana", comenta alguien que fuma un cigarro en la Villa de París a la espera de que acabe la primera sesión de las cuestiones previas del juicio. A ver si en los tres meses que se prevé que dure el juicio mejoramos los chistes...