En torno al siglo XIV a.C., en una zona que hoy en día comprende el centro histórico de Sankt Pölten, una ciudad situada en valle del río Traisen, en la Baja Austria, una comunidad de la Edad del Bronce sepultaba los restos de sus miembros fallecidos. Formaban parte de lo que se conoce como Cultura de los Campos de Urnas, cuya principal característica consiste en la práctica funeraria de la incineración, es decir, la reducción a cenizas de los huesos en una pira funeraria y su posterior introducción en una urna funeraria de cerámica que era enterrada en una pequeña fosa sin ninguna señal en la superficie.
Más de 3.000 años después, en 2021, los arqueólogos descubrieron dos de estas urnas entre vestigios prehistóricos, romanos, medievales y de época moderna. Al analizarlas, vieron que conservaban los restos de una mujer de entre 23 y 35 años y de un joven en torno a la decena. Pero además, los recipientes contenían huesos de animales domésticos y salvajes, semillas y plantas chamuscadas y fragmentos de joyas de bronce, lo que pone de manifiesto que ambos individuos gozaban de un alto estatus en su grupo y unos rituales funerarios prehistóricos con una complejidad mayor de lo pensado.
Los resultados de una investigación multidisciplinar al que han sido sometidos ambos enterramientos, combinando técnicas arqueológicas con análisis antropológicos, geoquímicos, de isótopos, imágenes de rayos X, arqueobotánica y zooarqueología, se han publicado este martes en la revista PLOS ONE. "Este estudio demuestra que prestar atención al contexto completo de las urnas funerarias proporciona mucha más información sobre las formas de vida y los rituales de la Edad del Bronce que las urnas y los huesos incinerados por sí solos", escriben los autores del artículo científico, liderado por Lukas Waltenberger, del Instituto Arqueológico de Austria, en sus conclusiones.
Las dos urnas analizadas, fechadas entre los años 1430 y 1260 a.C., fueron extraídas directamente del suelo mediante bloques de tierra y llevadas al laboratorio. Primero se reconstruyó digitalmente su contenido gracias a una tomografía computarizada y a continuación fueron microexcavadas. En la primera de ellas, la que conservaba los restos de la mujer, había un aro macizo de bronce fundido de 30 milímetros de diámetro, seguramente un elemento para ajustar un vestido o una prenda similar, así como 56 fragmentos de huesos de animales —jabalí, ciervo o cabra— que podrían ser ofrendas, material para avivar el fuego o simples desperdicios.
El segundo recipiente, el que guardaba los restos incinerados de un niño de sexo indeterminado, también escondía elementos de bronce: un fragmento de un alambre que probablemente formaba parte de un brazalete, llevado por este sujeto o depositado en la urna como objeto simbólico, un broche de un cinturón y fragmentos de dos tipos diferentes de cuentas del mismo material. Esta urna no contenía restos de fauna, aunque sí de flora —en total, los investigadores han identificado ocho especies de plantas silvestres y cinco de cultivo procedentes del paisaje local, que también pudieron ser ofrendas o acelerantes del fuego—.
El análisis de los restos óseos de ambos individuos —fragmentos del cráneo, la tibia, el fémur o el húmero— han desvelado signos de estrés fisiológico, tal vez propiciados por una anemia, raquitismo, escorbuto o infecciones respiratorias. Además, el estudio de la composición química de los sedimentos sugiere que se depositaron restos de la pira donde se quemaron los huesos, que probablemente se prendió en un lugar diferente, alrededor de las urnas durante su inhumación.
Durante la cremación de los fallecidos, "se alcanzaron temperaturas de combustión de más de 800ºC que afectaron tanto al cuerpo humano como a los artefactos de bronce, que estaban muy fragmentados y entremezclados", detallan los investigadores austriacos. Según sus conclusiones, esto sugiere que el cuerpo fue quemado con adornos y con la vestimenta puesta. Las evidencias de combustión en los huesos de animales sugieren que estaban presentes en la pira y que "(in)intencionalmente" fueron recogidos y colocados en la urna.
Los arqueólogos aseguran que la distribución de los restos cremados en el interior de los recipientes no responde a ningún orden particular, sino a algún movimiento producido durante su traslado hasta quedar depositados en un pequeño pozo. En el caso de la urna 1, la tierra con la que fue cubierta contenía también restos de animales no quemados y plantas carbonizadas, mientras que en la otra solo se identificó carbón procedente de la pira. "Las dos urnas analizadas en este artículo proporcionan información sobre la Edad del Bronce a escala humana, rastreando cada paso del ritual funerario", sentencian los investigadores.