El 2 de octubre de 1970, un día después de la celebración del Día del Caudillo, efeméride para conmemorar el nombramiento de Francisco Franco como jefe del Estado, Richard Nixon aterrizaba en el aeropuerto de Barajas. Era la segunda visita de un presidente de Estados Unidos a España tras la de Dwight D. Eisenhower en 1959. Si aquel viaje supuso el fin del aislamiento internacional del régimen, la presencia de Nixon en Madrid se erigía como la oportunidad para estrechar los lazos y la colaboración entre ambos países.
Aunque se ha revelado recientemente, gracias a los últimos documentos desclasificados por la CIA, que uno de los principales objetivos del presidente que cayó por el caso del Watergate era mantener controladas a las dictaduras de España y Grecia para afianzar su dominio sobre el Mediterráneo, Nixon quería conocer de primera mano cuál iba a ser el futuro político de uno de sus aliados cuando falleciese Franco.
El mandatario republicano apenas estuvo en suelo español 24 horas, pero le dio tiempo a darse un baño de masas atravesando las calles de Madrid en un coche descubierto —más de un millón de personas invadió las principales arterias de la capital según los cálculos de aquel día—, a ser recibido por los príncipes Juan Carlos y Sofía en el Palacio de la Moncloa y a entrevistarse con el dictador durante una hora y media en su despacho de El Pardo.
Según las crónicas de la época, como la del ABC, "ambos estadistas trataron temas de interés común y pasaron revista a los más destacados problemas internacionales", como la situación del Mediterráneo y de Oriente Medio. El cintillo de la información era "apoteosis madrileña". "Hoy, que llegáis a nuestra capital en calidad de presidente de Estados Unidos, para una visita de amistad, de acercamiento y de trabajo común —dijo Franco—, que viene a coronar el Convenio que con estos fines ha sido recientemente concluido entre nuestras dos naciones (...) nos esforzaremos para que vuestra estancia sea grata y al mismo tiempo sea para nuestros dos países todo lo fructífera y provechosa que esperamos y deseamos".
Nixon, a quien le entregaron la Llave de Oro de la Ciudad, agradeció la calurosa bienvenida, recordó la deuda que los estadounidenses tenían con la cultura española y pidió trabajar de forma conjunta por la paz en el mar del sur de Europa. "Un pilar indispensable para la paz en el Mediterráneo lo constituye la amistad y la cooperación hispano-norteamericana. Y, por esto, quiero decir al comienzo de mi visita a España: ''¡Viva la amistad hispanoamericana!'". El día terminó con una cena de gala en el Palacio de Oriente y la comitiva estadounidense regresó a su país al día siguiente.
Misión top secret
Nixon nunca más volvió a España en visita oficial pero su corta estancia se convirtió en una de las pequeñas semillas que acabarían desembocando en la Transición. Un año más tarde, en 1971, el presidente de EEUU envió en misión secreta a Madrid al general Vernon Walters para entrevistarse con el dictador, frágil de salud; para asegurarse que el futuro democrático de España estaba atado y bien atado. "Quiero que vayas y hables con Franco sobre lo que acontecerá después de él", le dijo Nixon a su agregado militar según confesó este en una entrevista al ABC. La historia también la cuenta en su libro Misiones discretas.
"Fui. Toda la noche en el avión pensaba cómo se lo iba a preguntar. Me recibió en El Pardo con el ministro López Bravo. Franco estaba de pie, le di una carta de Nixon en la que pedía que hablara francamente conmigo", continúa Walters su relato. Otra vez remarcó la importancia de los acontecimientos en el Mediterráneo occidental, pero el dictador, perro viejo, se olía el cometido real de su invitado: "Lo que le interesa realmente a su presidente es lo que acontecerá en España después de mi muerte, ¿no?".
El estadounidense respondió afirmativamente y Franco le confesó su profecía: "Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe [Juan Carlos] será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga, qué se yo. Habrá grandes locuras pero ninguna de ellas será fatal para España".
Walters le preguntó cómo podía estar tan seguro: "Porque yo no voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país hace cuarenta años", contestó Franco. "La clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español, no habrá otra Guerra Civil". El dictador se levantó, le dio la mano al general estadounidense y concluyó la entrevista. No se equivocaba, tuvo razón.