Que naciese con dos dientes, un hecho insólito, solo podía significar un buen augurio. Sus padres, Luis XIII y Ana de Austria, lo interpretaron como un presagio del poder que amasaría el futuro monarca. Luis XIV nació el 5 de septiembre de 1638 en Saint-Germain-en-Laye, junto a París. Con apenas cuatro años y tras el fallecimiento de su progneitor, accedió al trono de Francia. Como no contaba con la edad suficiente para dirigir el país, el gobierno del Estado y la educación del niño recayeron en la figura del cardenal Mazarino, quien le enseñó a utilizar a los hombres para que estos no se aprovechasen de él.
Una vez con la corona sobre su cabeza, aunó todo el poder y todas las responsabilidades de gobierno en torno a su persona. Su régimen siempre ha sido considerado como el prototipo de monarquía absoluta, donde el rey se erige en la figura onminipotente que todo lo decide y al que profesan culto en todos los rincones de la nación. Ante esta situación, sin que nadie le discutiese nada, Luis XIV comenzó a considerarse como el representante de Dios sobre la tierra, una divinidad humana.
Se casó con la infanta española María Teresa de Austria, hija de Felipe IV de España, y con la que tuvo seis hijos, de los cuales solo sobrevivió a la infancia el mayor, Luis de Francia, conocido como el Gran Delfín. Sin embargo no se privó de los flirteos típicos de la corte y se rodeó de un buen séquito de amantes, desde las oficiales a las cocineras de palacio. En cuanto a la guerra, la consideraba como la vocación natural de un gran rey; y de ahí que su política económica estuviese fuertemente condicionada por los recursos militares. Quería consolidar la supremacía francesa sobre Occidente.
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Pero Luis XIV es mucho más que un rey soberbio y absolutisma. Su personalidad era ciertamente extraña, y tenía algunos hábitos sorprendentes (y asquerosos). Por ejemplo, la alergia a la higiene: tenía la manía de bañarse tan solo cuando el médico se lo indicaba y se limpiaba la cara un trozo de algodón impregnado en alcohol o en saliva humana. Las consecuencias de la escasez de limpieza resultan obvias: su cabellera se convirtió en una selva de piojos. Para su defensa, senñalar que los baños estaban considerados como algo perjudicial para la salud en aquella época.
Pero las chocantes excentricidades de Luis XIV no se acaban ahí: al monarca le encantaban las performances y por eso aparecía a menudo por palacio disfrazado de algunos de sus personajes favoritos, como Apolo, Marte, el Sol... Además, dada su baja estatura -medía poco más de 1,60 metros- se calzaba tacones, unos zaptos excluivos y horteras, con lazos y piedras preciosas, que elaboraba su zapatero personal.
Otra de sus múltiples estridencias consistía en conceder audiencias sentado en el retrete real. Y esto no era a causa de necesidades fisiológicas, sino que esta silla, construida con una madera de altísima calidad e incrustaciones de cobre dorado, era un símbolo de lujo. Una gangrena puso fin a su vida cuatro días antes de cumplir 77 años.
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