Felipe de Neve era un sargento mayor andaluz de familia noble bregado en la Guerra de los Siete Años. Había destacado por su bravura durante varios episodios bélicos en el terreno de operaciones portugués, pero su vida dio un vuelco radical en 1764. Fue enviado a América por su "brillante hoja de servicios" para integrar el cuerpo militar de Nueva España. Pensando que sería un servicio de un lustro como máximo, le dijo a su esposa, María Nicolasa Pereira y Soria, que volvería. Sin embargo, nunca la volvió a ver porque nunca regresaría a España. El precio a pagar por cambiar la historia de California.
La exitosa carrera política de Neve, nacido en Bailén, Jaén, en 1724, despegó el 28 de octubre de 1774, cuando fue ascendido a coronel y nombrado gobernador interino de las Californias tras la solvencia demostrada en la expulsión y en la administración de los bienes de los jesuitas. Se trataba de un reto nada sencillo, pues debía gobernar una superficie superior a los dos millones de kilómetros cuadrados y casi dos mil de línea marítima con solo 146 soldados repartidos entre los presidios de Loreto —considerada la primera misión española en las Californias—, San Diego, Monterrey y San Francisco. Entre sus responsabilidades estaba velar por la seguridad de 18 misiones franciscanas y dominicas.
Felipe de Neve es un personaje prácticamente olvidado en la historia de España, pero su legado está muy presente en Estados Unidos, sobre todo en la segunda ciudad más importante, Los Ángeles. Él fue el fundador de El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles de Porciúncula y también de San José de Guadalupe, la primera población española surgida en la Alta California y el futuro San José. Su epopeya la recupera ahora el periodista Vicente Olaya en un informe publicado por The Hispanic Council bajo el título de Felipe de Neve, el hombre que forjó Los Ángeles.
Pero antes de crear estas dos plazas y llevar a cabo una reorganización completa de la vida en la Alta California "con resultados espectaculares", el jienense tuvo que poner orden en una tierra de apaches y comanches. En 1778, tras haber perdonado a los líderes indios con la promesa de que no volvieran a levantarse en armas, los españoles se enfrentaron a una nueva rebelión. El resultado esta vez fue más cruento: cuatro de los jefes indígenas acabaron ejecutados, lo que prendió la llama de un conflicto mayor que se prolongaría prácticamente hasta su muerte en 1784.
"Las medidas de Neve para evitar nuevas temidas insurrecciones indias no solo incluyeron operaciones militares, sino también administrativas, como un reparto equitativo de las tierras (los soldados solían apropiarse de las mejores), el fomento del regadío, la reducción de los precios de los economatos, así como un mejor trato a los nativos", cuenta Olalla, periodista de El País. "Amenazó con castigar severamente cualquier atropello contra ellos, lo que incluía la exposición pública de las penas y la posibilidad de que los indios fueran testigos. Una política de conciliación, que pasaba además por la entrega de regalos a los nativos, mejoró radicalmente la situación".
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Reglamento de Presidios
En medio de ese conflicto con los indios, el español fundó El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río Poriúncula, lo que hoy en día es la segunda ciudad más importante de Estados Unidos, Los Ángeles. Lo hizo el 4 de septiembre de 1781 en un lugar donde "había mucha agua fácil de tomar desde cualquiera de las dos orillas y tenía hermosas tierras". La primera población del nuevo asentamiento, trazado según las disposiciones de las Leyes de Indias, fue minúscula: solo se alistaron cuatro reclutas y viajaron 14 familias mestizas, mulatas, indígenas y peninsulares —44 personas entre las que había dos españoles, José Lara y Antonio Villavicencio—.
La vida de esos primeros pobladores de Los Ángeles fue "próspera desde las primeras décadas". Las elementales casas y chozas de sauce recubiertas de tierra pronto se cambiaron por viviendas de adobe con techos planos e impermeabilizadas con la brea que se extraía de pozos cercanos. Además, se construyó una presa y varios canales para llevar agua al pueblo tanto para suministro como para regar los campos. En 1790, cuando se realizó el primer censo, el asentamiento contaba ya con 141 habitantes. De ellos, 73 eran españoles, 39 mestizos, 22 mulatos y siete indios.
En 1782, Felipe de Neve dejó el cargo de gobernador de las Californias para ocupar el de comandante inspector de las Provincias Internas de Nueva España. Otra contribución a esta zona fue el conocido Reglamento de Presidios (1779), una obra jurídico-administrativa que regulará la vida de California durante cuatro décadas. Al año siguiente fue nombrado comandante general, la principal autoridad de todas las regiones del norte. En reconocimiento a sus méritos en las campañas militares contra los indios apaches y seris, fue condecorado con la Cruz de Carlos III.
Debilitado y exhausto por una disentería, murió el 21 de agosto de 1784 durante un viaje en una hacienda de Chihuahua. Fue enterrado en la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en la capital del estado mexicano, pero en la actualidad se desconoce dónde se encuentran sus restos mortales: en los años 80 el alcalde Los Ángeles reclamó al gobernador mexicano el traslado de los huesos, y al parecer así se hizo, pero no se conservan registros y su paradero es hoy un misterio.