Si hubo un personaje todoterreno en la España del siglo XVI, ese fue Pedro Menéndez de Avilés (1519-1574). Destacó como soldado, naviero y corsario —fue fundamental su lucha contra los piratas que asolaban el Cantábrico y navegaban por las aguas atlánticas y caribeñas—. También como armador, constructor de barcos y catógrafo, además de ser el artífice de un plan de navegación a América —él lo completó trece veces— que daría lugar a un sistema de flotas con el que se aumentaría la seguridad de los viajes.
El marino, uno de los más famosos del Siglo de los Descubrimientos, descendiente de hidalgos y con diecinueve hermanos, fue un extraordinario siervo de la Corona, siempre a disposición del emperador Carlos V y, sobre todo, de Felipe II. El asturiano transportó hasta el puerto de Calais los refuerzos y sueldos que tanto necesitaba el Ejército de la Monarquía Hispánica para conseguir la decisiva victoria sobre los franceses en la batalla de San Quintín. En 1554 al Rey Prudente hasta Inglaterra para contraer matrimonio con la reina María Tudor. Y en 1559 acompañó al monarca en su viaje de regreso desde Amberes y lo salvó de un naufragio casi seguro frente a las costas cántabras de Ladero.
Aunque quizá, lo que más luce en la vertiginosa biografía de don Pedro fueron sus gestas y hazañas como conquistador y colonizador de la Florida. Pero en esa aventura probablemente no se hubiera embarcado sin una desgracia personal: la desaparición de su único hijo, Juan Menéndez, cuando en junio de 1563 regresaba de América comandando una fracción de la Flota de Nueva España. Como recuerda la investigadora Olga Gutiérrez Rodríguez, su principal intención no era la de convertirse en capitán general y gobernador de aquellos territorios, sino más bien la de intentar encontrar a su querido vástago.
En Don Pedro Menéndez de Avilés. Una historia diferente del Adelantamiento de La Florida (Espuela de Plata), la autora acomente un interesante estudio histórico, con documentación inédita, sobre la pérdida de la nao capitana Nuestra Señora de la Concepción, que transportaba en sus bodegas un fabuloso tesoro, y la obsesión del célebre marino con una búsqueda carente de éxito. De hecho, casi cinco siglos después la localización del pecio sigue siendo un misterio. La historiadora presenta la cara más humana del personaje, dibujándolo como un padre profundamente marcado por la tragedia.
Como capitán general y al mando de una extraordinaria flota compuesta por 49 buques, Pedro Menéndez había viajado en 1562 a Nueva España (Veracruz, México) y a Tirerra Firme (Cartagena de Indias, Colombia) con un doble objetivo: era una empresa comercial, pero al mismo tiempo debía capturar al rebelde Lope de Aguirre, que ya había sido asesinado en Tocuyo (Venezuela) por los indígenas. Cargadas las mercancías y apremiado por la enfermedad de su hermano Bartolomé, decidió partir al mando de la Flota de Tierra Firme desde La Habana hacia Sanlúcar de Barrameda el 1 de abril de 1563.
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Su hijo Juan se quedó al mando de la fracción de la Flota de Nueva España, integrada por once naos. Su padre le había dicho que evitase navegar durante los meses de verano, la temporada de huracanes. Pero intrépido y decidido, desobedeció las órdenes y zarpó hacia España el 15 de agosto. Su nao, la capitana, llevaba un tesoro de la Corona que ascendía a unos 360.371 ducados de oro, casi cuatro millones de reales. Pero a unas sesenta o setenta leguas antes de llegar a las Bermudas, un fuerte temporal que duró entre siete y ocho horas sorprendió a las naves y provocó su dispersión. Tras la tormenta, ocho embarcaciones consiguieron llegar hasta las Azores, pero tres se habían perdido.
Leyenda negra
"De la capitan en que él venía no hay aviso de haber arribado a ninguna parte y por esta causa nos parece que debe de ser perdida", declararía el almirante Dieglo Flores en la Casa de Contratación de Sevilla. Esos mismos oficiales de la administración habían encarcelado a don Pedro —pasaría veinte meses en el calabozo— por un supuesto incumplimiento de instrucciones en sus viajes. En realidad, fue el resultado de una animadversión generada por el hecho de haber sido nombrado capitán general de la Armada y de la Flota de la Carrera de Indias directamente por Felipe II.
El famoso marino quedó absuelto el 3 de febrero de 1565 y el rey le ordenó que volviese a servir como general y le prometió mercedes para compensar el agravio y los buenos servicios prestados. Para entonces ya estaba informado sobre el paradero desconocido de su hijo y que un par de naves de dicha Flota habían logrado arribar a Monte Cristi (República Dominicana). Por allí quería empezar a buscarlo, y el Rey Prudente necesitaba a un hombre de su total confianza para evitar la expansión de los herejes franceses en la Florida.
"La desgracia de la pérdida de su hijo hizo que el general considerase algo que hasta entonces nunca se había planteado, compromenterse a conquistar y poblar un espacio geográfico; ya que de esta manera podía conciliar todos sus propósitos y voluntades, que no eran otros que los de lograr iniciar de manera inmediata la búsqueda de Juan por aquellas cosas, a la vez que demostrar de nuevo su inquebrantable lealtad al rey, cuestionada por algunos oficiales de la Casa de Contratación en sus acusaciones", escribe Olga Gutiérrez Rodríguez. La investigador asegura que este naufragio no solo fue un suceso que marcó la vida de un padre, sino también intervino en el curso de la historia de la Monarquía Hispánica.
Menéndez de Avilés llegó a su destino, liderando una armada costeada casi en su totalidad por él mismo y formada por once barcos, unos mil soldados, algunos religiosos y familiara para poblar las nuevas tierras conquistadas, el 28 de agosto de 1565. En poco tiempo logró expulsar a los hugonotes franceses, fundar tres asentamientos que después serían villas (San Mateo, Santa Elena y San Agustín, el primer asentamiento europeo permanente en América del Norte), apaciguar a los nativos mediante tratos y negociaciones y explorar la nueva provincia. También convertirse en protagonista de la leyenda negra por la ejecución de un centenar de prisioneros herejes en una zona que pasó a llamarse Bahía de Matanzas.
Don Pedro volvió a España en junio de 1567 para informar a su rey de lo sucedido en Florida y pedirle más medios para seguir con sus operaciones. Nombrado gobernador de Cuba y miembro de la Orden de Santiago, regresó a San Agustín un año después. Su otra misión seguía sin avances: no había rastro de su hijo Juan por ningún lado. Al menos consiguió que en 1571 una fragata transportase hasta allí a su esposa, María Menéndez de Avilés. Se establecieron en Santa Elena, aunque compartieron poco tiempo juntos. En 1573 Felipe II le ordenó volver a España.
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Al año siguiente lo nombró capitán general de una gran flota de ataque —150 navíos y hasta 12.000 hombres— destinada a Flandes, una armada para socorrer a Luis de Requesens, gobernador de los Países Bajos, y asegurar la navegación del Canal de la Mancha. Aunque esperaba regresar a la Florida, Pedro Menéndez de Avilés tampoco pudo cumplir este deseo: enfermó de tabardillo maligno, una especie de tifus, y murió a los pocos días, el 17 de septiembre de 1574, a los 55 años.
Don Pedro falleció sin culminar su incansable búsqueda, pero en los años siguientes fueron muchos los que se interesaron por la suerte del naufragio y del tesoro que transportaba. Pedro de Arana, contador de la Real Hacienda de la isla de Cuba, lo intentó en 1592 en el canal de Bahama y al norte de La Española. En una empresa similar se embarcó otro contador de Puerto Rico, Francisco Tajagrano, en 1638. Los archivos no recogen más autorizaciones de búsquedadesde entonces. Tampoco la arqueología ha sido capaz de ubicar hasta el momento el pecio de la Nuestra Señora de la Concepción.