Así hablaron las legiones romanas con los dioses: estandartes malditos y eclipses 'asesinos'
De la derrota del cónsul Cayo Flaminio frente a Aníbal hasta la muerte de Pompeyo, la historia del Ejército romano está llena de episodios relacionados con las creencias y las supersticiones.
21 septiembre, 2023 03:03Las legiones romanas estaban formadas por miles de guerreros que serían desplazados a las gélidas fronteras del Rin o a las ardientes arenas del desierto sirio. Lejos de casa y poniendo en peligro sus vidas, buscaron en su entorno cualquier señal de los dioses con tal de salir vivos y regresar victoriosos.
El estandarte que derrotó a Roma
En la actual región italiana de Umbría, el general romano Cayo Flaminio, ciego de rabia al observar el destrozo ocasionado por Aníbal, ignoró todas las recomendaciones que aconsejaban esperar a su colega, el también cónsul Servilio Gémino, y decidió marchar en solitario al frente de sus dos legiones.
Antes de iniciar la marcha cayó de su caballo y el estandarte de la legión permaneció clavado en el campamento a pesar de los esfuerzos de sus hombres por levantarlo. Lejos de tomarse en serio tan evidentes señales, ordenó que sus legionarios cavasen debajo del mismo para liberarlo y continuar con su marcha hacia el combate, ignorando la enorme aprehensión que tales eventos habían provocado en la tropa.
En la mañana del 21 de junio del año 217 a.C. Cayo Flaminio murió en combate cuando sus legiones fueron brutalmente derrotadas después de que miles de sus hombres se ahogaran en las turbias aguas del lago Trasimeno hostigados y empujados por los aguerridos mercenarios celtíberos y galos del general cartaginés.
El asesinato de Pompeyo
Las fuentes coinciden en que el mayor error de los generales romanos fue ignorar también a los dioses. Siguiendo las diferentes crónicas, los estandartes que no se movían y las caídas de caballos no serían las únicas señales de las deidades para adelantar acontecimientos. En plena guerra civil contra el brillante Julio César se sucedieron una serie de extrañas circunstancias que atemorizaron a los hombres de Pompeyo.
Estas señales serían especialmente alarmantes y sorprendentes: desde la muerte de varios legionarios alcanzados por un rayo en el puerto de Dirraquio, Albania, pasando por la presencia de extrañas arañas cerca de los estandartes, hasta la aparición de un eclipse de sol completo visible en Roma.
Todas estas circunstancias las relata el historiador Dion Casio y se trataría con toda probabilidad de exageraciones, buscando magnificar el relato para hacerlo más impactante. De todas formas, Pompeyo mordería el polvo en la mayoría de sus enfrentamientos con César hasta que terminó asesinado mientras se refugiaba en Pelusio, cerca del Nilo.
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Supersticiones y religión oficial
Como es lógico y comprensible, los legionarios buscaban continuamente la gracia de los dioses para salir con vida y alzarse con la victoria tanto de forma individual como colectiva. Por esto mismo realizaban toda una serie de peticiones y servicios a cambio de cumplir una promesa realizando grandes donaciones, sacrificios y dedicatorias estudiadas, como enumera el historiador Guy de la Bédoyère en Gladius, Vivir, luchar y morir en el ejército romano (Pasado&Presente).
En su interesantísimo ensayo se centra en reconstruir cómo se sentía y cómo vivía un legionario romano a través de las numerosas fuentes microhistóricas, desde lápidas hasta cartas donde la religión estaba muy presente.
Además de las numerosas supersticiones y los augurios, los legionarios participaron con frecuencia en muchos cultos romanos, extranjeros y locales. Los soldados se sentían especialmente atraídos por los dioses locales de las regiones donde servían debido a la sencilla idea de que cualquier ayuda es bien recibida cuando te encuentras lejos de casa.
Esta relación con las creencias locales produciría a la larga una hibridación de ambos cultos, principalmente en las regiones más aisladas y lejanas. Este sería el caso de la frontera de Britania, donde desapareció la IX Legión Hispana. En 1876 se descubrió un aislado manantial donde los legionarios adoraban a la ninfa Coventia, una deidad nativa que no se encuentra en ningún otro lugar de las islas británicas y que se representó al estilo romano.
Un secreto culto oriental
Una de las liturgias extranjeras más extendidas entre las legiones correspondió al dios iranio Mitra, quien alcanzó gran popularidad en todo el Imperio a lo largo de la segunda mitad del siglo II d.C.
La trama principal del culto giró en torno a la eterna lucha entre Mitra (la Verdad y la luz) y el Toro Cósmico (el Mal), a quien el héroe daría muerte y de cuya sangre surgiría el mundo. Se trataría de un culto esotérico reservado exclusivamente a hombres y muy popular entre las legiones por su fuerte componente de lucha, ya que para formar parte del mismo había que realizar extenuantes pruebas físicas.
Según la leyenda, Mitra consiguió derrotar al toro en una cueva, por lo que sus fieles se reunían en tétricas y oscuras cavernas adornadas por pinturas del zodiaco y altares perforados para alojar diferentes lámparas y dotar a la estancia de un aire místico.
El mitraísmo competiría con el cristianismo durante siglos para conseguir seguidores, hasta que este último se impuso tras la batalla del puente Milvio en el 313. Allí, el futuro emperador Constantino, inmerso en una cruenta guerra civil contra Majencio, contó con la mediación de Dios para alzarse con la victoria, según la versión de Eusebio de Cesarea, historiador cristiano.
Este autor relata cómo el general ordenó a sus hombres grabar un crismón en sus escudos ya que esa misma tarde "vio con sus propios ojos, en pleno cielo, superpuesto al sol, un trofeo en forma de cruz, construido a base de luz y al que estaba unido una inscripción que rezaba con este vence".De esta manera, las tropas de Constantino arrollaron a las de su adversario sin olvidar las supersticiones ya que la orden de avanzar fue dada despúes de observar una bandada de lechuzas.
Sea como fuere, tras esta victoria Constantino pasaría a la historia como el primer emperador cristiano del Imperio romano a pesar de que sus legiones siguiesen confiando en augurios. Y es que cuesta deshacerse de las viejas costumbres.