En la madrugada del 26 de septiembre de 1983 el mundo pudo desaparecer. Una inquietante alerta destrozó los nervios en Serpukhov-15, un búnker secreto a las afueras de Moscú. Según los ordenadores de la base, cinco misiles cargados de ojivas nucleares acababan de ser disparados por Estados Unidos. En poco más de 20 minutos alcanzarían la capital rusa. El teniente coronel Stanislav Petrov, el jefe de la base, sabía que eso significaba la guerra. Sabía que significaba el fin.

Tiempos de crisis

Para llegar a ese momento es necesario retroceder brevemente en el tiempo. Era la Guerra Fría y ambas superpotencias se enseñaban los dientes de manera habitual en su competencia por la hegemonía mundial. Las anteriores administraciones de la Casa Blanca se habían mostrado mucho más conciliadoras, pero el presidente Ronald Reagan (1981-1989) decidió cargar contra la URSS. El año 1983 fue especialmente tenso, Reagan había doblado la apuesta en la carrera armamentística con su "Guerra de las Galaxias" y cargaba de forma recurrente contra su adversario soviético, a quién denominó como "Imperio del mal" que sería condenado al "basurero de la historia".

Lanzamiento de misil Minuteman III USAF

En Europa, la OTAN disponía de cientos de cabezas nucleares que podían alcanzar territorio soviético en 10 minutos. La URSS y el Pacto de Varsovia reforzaron su despliegue en Europa oriental en la conocida como crisis de los Euromisiles. En abril de 1983, la marina de EEUU realizó en el océano Pacífico unas inmensas maniobras militares que rozaron el espacio aéreo soviético en las islas Kuriles.

La situación se agravó aún más cuando a inicios de septiembre una batería antiaérea soviética derribó un avión de Korean Airlines que se había desviado de su rumbo. El desastre acabó con la vida de 269 personas, entre ellos varios ciudadanos estadounidenses, incluyendo un congresista. Ronald Reagan prometió represalias ante la masacre. Los nervios estaban a flor de piel, la OTAN tenía programada unas importantes maniobras en Europa denominadas Able Archer y que el KGB temía que fueran los inicios de una ofensiva en toda regla contra la URSS, potencia que arrastraba problemas de liderazgo tras la muerte de Brezhnev. 

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La confianza entre ambas potencias estaba bajo mínimos y el temor de una guerra nuclear a gran escala aterrorizaba a un paranoico Kremlin que, pocos años antes había ordenado al KGB dedicar todos sus esfuerzos en averiguar cuándo se produciría ese ataque.

El incidente

En este asfixiante contexto, apenas pasada la medianoche del 26 de septiembre de 1983, una potente alarma comenzó a aullar en el marcial búnker de Serpukhov-15. 

Según los últimos satélites de alerta temprana de la red OKO, un misil con capacidad nuclear Minuteman disparado por EEUU volaba hacia Moscú. Durante unos segundos se cortó el aliento y las miradas se dirigieron hacia el teniente coronel Stanislav Petrov. En un instante, aparecieron cinco misiles en los monitores.

Según el protocolo, había que avisar de forma inmediata al Kremlin, desde donde con toda seguridad se habría organizado un contraataque de las mismas características. Si una superpotencia era destruida, la otra caería con ella arrastrando a todo el planeta a la devastación primero y al feroz invierno nuclear después. Según algunas estimaciones de un informe elaborado por el Congreso estadounidense en 1979, solo el 10% de la humanidad sobreviviría una década despues de un intercambio nuclear de este tipo.

Stanislav Petrov en 1983.

El fin del mundo parecía inminente, solo durante la Crisis de los Misiles de 1962 se había llegado tan lejos. Sin embargo Petrov tuvo una corazonada. "Nos habían contado que cuando atacasen, lo harían con todo su arsenal. Nadie empieza una guerra con solo cinco misiles", dijo. Con una mano se comunicó con el Cuartel General soviético y con la otra con el resto de puestos para confirmar la alerta. Finalmente decidió que se trataba de una falsa alarma y así lo comunicó a sus superiores. 

Pasada una media hora que se sintió como una eternidad, ningún misil impactó en la URSS. La tensión y adrenalina disminuyeron de golpe. "Aquella noche tuve un 50% de posibilidades de equivocarme", afirmó años después el teniente coronel. 

En el olvido

Las investigaciones posteriores achacaron la falsa alarma a las imperfecciones del sistema OKO, que había confundido un curioso evento astronómico con los misiles nucleares. 

Petrov en un principio fue elogiado por sus superiores al haber evitado la catástrofe, pero pronto lo utilizaron como cabeza de turco."Si me hubieran condecorado por ese incidente, alguien habría tenido que cargar con la culpa, sobre todo, aquellos que habían desarrollado el sistema de alerta temprana".  Su carrera se truncó y abandonó el ejército al año siguiente guardando silencio sobre lo ocurrido durante 10 años.

Su historia fue conocida una vez que la URSS dejó de existir y la Guerra Fría parecía un mal recuerdo. Las Naciones Unidas le otorgaron un reconocimiento en 2006 y ganó el World Citizen Award. En 2013 apareció en el documental de Kevin Costner que cuenta su historia, titulado El hombre que salvó el mundo. El viejo militar retirado volvió entonces al anonimato. Terminó falleciendo por una neumonía el 19 de mayo de 2017 en la periferia de Moscú, rodeado de una enorme discreción. Siempre afirmó que cumplió con su deber. "Los extranjeros tienden a exagerar mi heroísmo".