Sebastián Taberna cumplía 29 años el 19 de julio de 1936. La resaca de los Sanfermines todavía provocaba latigazos en las cabezas, pero los jóvenes inscritos en el Requeté de Pamplona acudieron puntuales a la concentración en la Plaza del Castillo convocada a las seis de la mañana. Había una sublevación en marcha contra la Segunda República. El panadero y aficionado a la fotografía, alistado en la organización juvenil tradicionalista solo unas semanas antes por motivaciones religiosas —había sido un chaval sin filiación ni militancia política—, se presentó a la cita con sus cuatro hermanos, su Leica y un único rollo de película.
El carrete solo le permitió un reportaje de 14 fotografías, pero inmortalizó los compases iniciales del golpe de Estado en la ciudad, desde la primera concentración de voluntarios hasta el asalto de la sede de Izquierda Republicana por elementos de la Falange. Así empezó la historia de uno de los mejores fotógrafos de la Guerra Civil española. Sus capturas, de un humanismo estremecedor, no tienen nada que envidiar a las de los extranjeros Robert Capa, Gerda Taro o David Seymour, ni al trabajo de los españoles Agustí Centelles, Alfonso Sánchez Portela o Pepe Campúa. La única diferencia es que Sebastián Taberna estaba inédito. Más de 3.600 imágenes referidas al periodo bélico que nunca habían visto la luz.
El tesoro documental —el Archivo Taberna Belzunce asciende a más de 5.500 imágenes en rollos de película conservados en perfectas condiciones— lo ha digitalizado en los últimos años una de las hijas del requeté, María Eugenia, y ahora lo da a conocer el investigador Pablo Larraz Andía en una extraordinaria exposición en el Museo Cerralbo de Madrid titulada Sebastián Taberna: el rostro de la guerra y que se puede ver hasta el 28 de enero. El comisario ya había dado a conocer algunas fotos del pamplonés en La cámara en el macuto (Esfera de los Libros), un volumen de casi un millar de instantáneas sobre la vida diaria y la cotidianidad del conflicto en el bando sublevado.
Pero tras mucho empeño, ahora revela un nuevo fondo fotográfico espectacular sobre la Guerra Civil. "Es un gran hallazgo por calidad y cantidad, pero sobre todo por el punto de vista. No es fotografía propagandística, sino humana. Capta lo que vive como combatiente, lo que ve como reportero y lo que siente como protagonista", destaca Larraz. "Son fotografías que muestran la realidad descarnada de la guerra: aquí no hay gloria, hay miseria". No le hizo falta mostrar destrucción o barbarie, las caras de los niños tienen más fuerza que los daños de un obús.
Ese mismo 19 de julio, ya uniformado, como lo retrató la cámara del reportero local José Galle entre los grupos de requetés que partían hacia Madrid, Sebastián Taberna se subió a un camión, pensando quizá como sus compañeros que se trataba de una campaña relámpago. "Volveremos para la siega", decían los labradores reconvertidos en soldados. Nada más lejos de la realidad. El pamplonés, sin embargo, no se llevó su Leica —había descubierto este extraordinario aparato durante un viaje a una feria de maquinaria en Alemania en 1933—, sino que se la hicieron llegar unos días después.
Integrado en una columna del Tercio del Rey, fue nombrado chófer de enlace e intendencia gracias a su larga experiencia en la conducción por su anterior trabajo como panadero. Y a partir de ahí empezó a registrar la precaria vida de los voluntarios, la escasez de medios, escenas costumbristas o la vida en las trincheras y los campamentos de las tierras de Navarra, Soria, Segovia, Burgos, Guadalajara y Madrid: sus fotos muestran soldados desplumando gallinas para el rancho, misas de campaña, baños de supervivencia en un arroyo, un montón de pies calentándose en una pequeña hoguera, el temor que provoca el vuelo de un avión republicano sobre las posiciones rebeldes... La guerra vista de otra forma menos cruda y sangrienta, pero igual de conmovedora.
"Solo hizo fotografía simulada los primeros días, luego la realidad superó a la ficción", confiesa el comisario. Aunque el propósito de Taberna fuese altruista, reportaje de campaña documental e intimista, sus trabajos no pasaron desapercibidos entre los mandos. Fue obligado a recoger las visitas de algunos oficiales a los frentes, maniobras a campo abierto, desfiles de algún batallón, material capturado al enemigo o heridas supuestamente producidas por "balas explosivas", es decir, munición prohibida.
Pero esos temas son anecdóticos en su producción. A él lo que le interesaba era la experiencia de los militares y los civiles, no la propaganda. "Dentro del drama, su hilo conductor es el rostro humano, el del combatiente, el de los civiles, el de los prisioneros...", defiende Larraz. "No sé si será mejor o peor que Robert Capa, pero Sebastián era combatiente y fotógrafo, su psicología era diferente. Estaba en las trincheras y entre las ratas con sus compañeros, y prefiere sacar fotos de los soldados lavándose o limpiando su fusil que de los destrozos provocados por el enemigo".
Además de la calidad de su trabajo —hay imágenes de gran valor histórico sobre la destrucción de la catedral de Sigüenza, donde se habían refugiado los republicanos—, el fotógrafo pamplonés destacó por su meticulosidad. Anotó en una "libreta negra" la relación numerada de sus rollos, indicando fechas, lugares y nombres de los protagonistas. Y montó un taller improvisado, un "laboratorio ambulante", con todo su equipo —balanza de precisión, filtros, termómetro, papel fotográfico, lámpara, cubetas y ampliadora—. Lo guardaba en dos grandes cajas de madera que siempre viajaban con él dentro de su camión Ford.
Así lograba positivar en el mismo frente, y entregar las imágenes, los retratos, un género que cultivó con un resultado extraordinario, a sus compañeros e incluso a la población civil que les acogía. "Esto es algo inaudito, la foto se convierte en una credencial de vida, en un bien excepcional en los frentes", apunta el investigador.
Taberna dedicó varios carretes al estrepitoso fracaso del Corpo di Truppe Volontarie (CTV) enviado por Mussolini en la batalla de Guadalajara, pero también a cómo los requetés navarros destacados en el pueblo de Casas de San Galindo celebraron la festividad de San Fermín de 1937. Ese invierno fue enviado a la frontera hispano francesa para obtener imágenes de la orografía pirenaica ya que la cartografía militar de la zona había quedado en poder del bando republicano. Ese fue el final de la guerra para el pamplonés, alejado de los peligros del frente y de sus compañeros del Tercio del Rey.
¿Por qué han tenido que pasar más de ocho décadas para que este material tan singular, tan vívido e impactante, haya salido a la luz? "Al terminar la guerra, Sebastián no quiso saber nada más, pasó página", resume Pablo Larraz. Eran unos recuerdos traumáticos. "No os podéis siquiera imaginar lo que fue aquello", repetía a sus hijos. Lo paradójico es que decidió conservar todos los negativos, meticulosamente ordenados en cinco cajas de madera, en el desván de la casa familiar. "No destruyó las imágenes porque pensaba que tenían un gran valor, que debían ser publicadas cuando no fuesen usadas con fines propagandísticos", añade el comisario. Ahora al fin este extraordinario tesoro escapa de su olvido.
Objetos expuestos
Aunque el grueso de la exposición del Museo Cerralbo —dependiente del Ministerio de Cultura— son las fotografías de Sebastián Taberna, la muestra se completa con una serie de objetos que acercan todavía más a la experiencia del combatiente. A destacar, la bandera del Requeté de Pamplona que acompañó al Tercio del Rey durante toda la campaña y que conserva dos agujeros de bala, un altar de campaña y otros objetos litúrgicos, la pulsera con placa identificativa o una medalla al Mérito Militar entregada al fotógrafo, así como dos cajas de tabaco compartimentadas en las que guardó los rollos de película.