Winston Churchill dejó este mundo el 24 de enero de 1965 tras sufrir varios infartos y retirarse de la vida pública en 1955. Su cursus honorum es de sobra conocido: tras empezar la carrera militar viajó por todo el mundo observando y participando en las guerras coloniales que pudo. Entrado el siglo XX siguió sirviendo a la Corona inglesa y al gobierno imperial hasta que despuntó con luz propia como el líder que defendió Europa y al mundo libre durante la Segunda Guerra Mundial.
En junio de 2020 estalló un inmenso debate mediático en Reino Unido. La oleada de rabia e indignación por el brutal asesinato del afroamericano George Floyd estalló también en Londres y los manifestantes se cebaron en sus ataques contra la estatua de Churchill. Un furibundo Boris Johnson, entonces primer ministro, cargó contra ellos defendiendo la memoria del buque insignia del establishment británico.
Johnson, sin embargo, se olvidaba de los cadáveres del armario de Churchill. Bajo su mando se cometieron numerosos crímenes de guerra, aplaudió el uso de gases contra "tribus sin civilizar", sentía asco por los hindúes y no dudó en apoyar los fascismos de Mussolini y Franco siempre que no atentasen contra la integridad del Imperio británico.
El polémico periodista y escritor Tariq Ali publica ahora Winston Churchill. Sus tiempos, sus crímenes (Alianza), una obra —brillantemente documentada— que realiza toda una biografía criminal del personaje situándolo dentro del contexto del Imperio británico.
Churchill siempre reconoció que era un hijo de la era victoriana. Sin embargo, el crecimiento del imperio a finales del siglo XIX se estancó a medida que el desempleo subió como la espuma. "Churchill quería revertir el proceso (...) su método favorito era el empleo de la fuerza" explica Ali. Este afán por conservar y defender las colonias británicas impregnó toda la ideología y los esfuerzos del político, para quien "no había crimen demasiado costoso ni guerra demasiado innecesaria si estaban en juego las posesiones, la hegemonía mundial y los intereses comerciales".
Embarazosa carrera
Hasta que logró sentarse en Downing Street en medio de la mayor guerra de la humanidad, la trayectoria de Churchillo no estuvo exenta de polémicas. Tras participar en numerosas guerras coloniales y aplaudir sus atrocidades, promovió, como primer lord del Almirantazgo, una desastrosa operación militar en los Dardanelos durante la Gran Guerra que se convirtió en una escabechina. Como miembro del gobierno promovió el uso de siniestros escuadrones de la muerte durante la independencia de Irlanda y apoyó el uso de gases para asfixiar a los rebeldes kurdos en Irak.
Sus métodos eran cuando menos cuestionables. Siempre que pudo utilizó fuertes medidas represivas contra la clase obrera que amenazaba la paz social del imperio con sus reivindicaciones. En su cruzada contra el comunismo, apoyó una nueva aventura militar para ayudar a los restos del ejército zarista durante la guerra civil rusa. La intervención internacional fue todo un fracaso y Churchill enfureció cuando le fue negado el permiso de usar armas químicas para asfixiar a las fuerzas del Ejército Rojo.
Enajenado por el triunfo de Lenin, se acercó de manera entusiasta a teorías conspirativas antisemitas —"se alzan complots de los judíos internacionales", dijo— que tenían como objetivo "el derrocamiento de la civilización". Sin embargo, más tarde apoyó la creación del Estado de Israel.
La lucha contra el bolchevismo soviético le hizo babear elogios hacia el fascismo de Mussolini en 1927, movimiento que veía con entusiasmo debido a su fuerza en la lucha y represión del leninismo. En la misma línea y en la medida de sus posibilidades, favoreció a Franco durante su dictadura, moderando la postura estadounidense respecto al dictador español una vez terminada la II Guerra Mundial.
Cuando la "convivencia" entre el fascismo y el imperio estalló por los aires, Churchill encabezó la resistencia del mundo libre y la democracia tras la caída de Francia en 1940. Vendió como milagro el desastre de Dunkerque y, apretando los dientes, logró aguantar la feroz embestida del Eje hasta que la URSS y EEUU entraron en escena.
Bengala
Sin embargo, Tariq Ali se aleja del continente europeo y subraya el que quizás sea el mayor crimen cometido jamás por Churchill. En el Raj británico, el desprecio hacia su población nativa era algo habitual entre las autoridades coloniales. El Imperio japonés en su avance imparable por Asia había logrado capturar Singapur y a los 80.000 británicos que la protegían. El varapalo se vio agravado cuando capturaron Birmania, principal productor de arroz de Reino Unido, quedando a las puertas de la India en 1942.
Ante el avance nipón, Londres decidió una estrategia de tierra quemada, requisando todo el grano y el arroz de Bengala para el consumo de las fuerzas aliadas. La situación para los bengalíes fue demoledora, dándose incluso casos de canibalismo. Aquí, Tariq destaca la insensibilidad de Churchill al negarse a liberar reservas de alimentos para los indios, "un pueblo asqueroso con una religión asquerosa". Según la argumentación del premier, la hambruna no sería tal si Ghandi seguía vivo y añadió que "se reproducen como conejos".
Archibald Wavell, virrey de la India, bombardeó periódicamente al Gabinete de Guerra con peticiones de alimentos que eran ignoradas o regateadas. Desde su despacho se olía el humo de las piras funerarias y se escuchaba el silencioso llanto de los hambrientos. En cuanto a la postura de Churchill, afirmó en su diario: "No veo demasiada diferencia entre su punto de vista y el de Hitler". Tariq Ali resume que para proteger a la India de una invasión que nunca ocurrió, el imperio sacrificó la vida de cerca de 5 millones de personas.
La pavorosa hambruna de Bengala solamente incomodaba en cuanto a que se conociera su magnitud y perjudicase el prestigio de Reino Unido. El resto era secundario. Mucho se ha hablado también de la traición del pueblo británico para con Churchill una vez terminada la Segunda Guerra Mundial y su derrota electoral de 1945. Si bien era un buen candidato para tiempos de guerra, no lo era para la paz.
Durante las últimas semanas de guerra estudió una hipotética ofensiva contra la URSS y acabar finalmente con el comunismo, aunque rápidamente se olvidó del tema. Los aliados estaban exhaustos. Europa quedó dividida en zonas de influencia. A pesar de que en Grecia la resistencia comunista había llevado el peso de la lucha contra la ocupación nazi, entraba dentro de la esfera occidental. Churchill no dudó dos veces, desembarcó en Atenas y armó a los ultraderechistas monárquicos en una cruel guerra civil que acabó con 600.000 griegos.
Churchill volvió a ser primer ministro entre 1951 y 1955. "Parecía un hombre frágil, una réplica del imperio que él no quería perder", relata Tariq. Estaban en bancarrota y las colonias alzaban la voz. Una revuelta en Kenia fue respondida por el político con su método favorito con los salvajes. La lucha fue sangrienta y cruel. Churchill matizó que no se trataba en realidad de salvajes: "Son salvajes armados de ideas, y es mucho más difícil lidiar con las ideas".