Cae la noche del 19 de febrero de 1957. En la segoviana localidad de Cuéllar había llegado el momento que tanto anhelaban los cinco conjurados. Tras meses excavando un agujero en la muralla colgaron una cuerda fabricada con ocho sábanas. Cuando ya rozaban con los dedos la salvación, el último de los presos rasgó la sábana con su peso. El guardia, al advertir el ruido, dio el alto y empezó a disparar mientras las sombras intentaron escabullirse hacia la libertad.
El suceso no pasó desapercibido en la España franquista y los periódicos se hicieron eco de la fuga del penal. Esta, sin embargo, no es más que una de las decenas de historias que esconde entre sus imponentes murallas el castillo de Cuéllar: Alfonso VIII celebró ahí sus primeras cortes, perteneció a Beltrán de la Cueva y a Isabel la Católica, fue cuartel en las guerras napoleónicas y durante el siglo XX tuvo varios oficios.
Durante los primeros siglos de su historia, la localidad de Cuéllar y su castillo están envueltos en el misterio. A inicios del siglo I a.C., la ignota ciudad celtíbera de Colenda fue asediada por los romanos durante ocho meses y, posterior a su saqueo, todos sus habitantes fueron vendidos como esclavos. Esta Colenda de la que hablaban los romanos sigue sin encontrarse, aunque se especula con que fue Cuéllar, donde se han encontrado algunos restos de asentamientos de época romana.
Intrigas medievales
Este primitivo asentamiento cayó en el olvido y la zona no volvió a aparecer en los registros históricos hasta que fue repoblada en el siglo XII. Se presupone que existía un pequeño fortín en la localidad ya que Alfonso X el Sabio aprobó la reforma de sus murallas en 1264. La historia de la fortificación se aclara a partir de 1433, cuando el rey Juan II de Castilla se la cedió, junto al título de señor de Cuéllar, al condestable Álvaro de Luna, familiar del famoso antipapa Benedicto XIII.
Estuvo varios años en manos del intrigante condestable hasta que cayó en desgracia. El señor de Cuéllar había acumulado demasiado poder y fue detenido por orden del rey y decapitado en 1453 gracias a la insistencia de la reina Isabel de Portugal. Su hija, Isabel la Católica, recibió el señorío y la propiedad de su castillo. En 1469, Enrique IV celebró sus primeras cortes en la localidad segoviana.
Como muestra de su paso por la fortificación, el monarca ordenó inscribir en su entrada "agridulce es el reinar", su lema real. El castillo no permaneció ajeno a las conjuras e intrigas de la corte: fue concedido en merced a Beltrán de la Cueva, supuesto padre de la pretendiente al trono Juana "la Beltraneja" y valido del impopular Enrique IV. La sucesión de la corona castellana estaba en el aire y Beltrán decidió atrincherarse en Cuéllar ante la previsible guerra civil que se dibujaba en el horizonte.
El castillo no fue escenario de combates y contrariamente a lo que podría parecer, Beltrán de la Cueva tomó partido por Isabel participando en varios choques contra las tropas de su supuesta hija. Muerto el noble en 1492, el castillo de Cuéllar pasó a ser propiedad de sus descendientes, los duques de Alburquerque.
De generación en generación, la fortaleza conjugó diversos estilos y funciones desde el mudéjar hasta el renacentista pasando por el gótico. "Los antiguos adarves, con su función eminentemente vigilante y defensiva, se transforman en galerías y paseadores, ornados con delicadas columnatas y antepechos", explica Miguel Sobrino, escultor y autor de Castillos y murallas (La Esfera de los Libros). Su interior fue reformado para albergar el palacio ducal hasta que la fortificación fue medio abandonada en el siglo XVII, cuando Felipe II trasladó su corte a Madrid.
Los duques de Alburquerque siguieron entonces al rey, realizando cada vez menos visitas de temporada a su propiedad en Cuéllar. Resistiendo, mal que bien, el paso del tiempo, murió el último de los apellidados De la Cueva en 1811, quedando la propiedad en un limbo legal a la que se sumó la intermitente ocupación de varios ejércitos.
Guerras y miserias
La Península se enfrentaba a una nueva guerra, esta vez contra el invasor francés. Cuéllar fue considerada una importante posición estratégica al enclavarse en la ruta Segovia-Valladolid. En 1812, el duque de Wellington, Arthur Wesley, emplazó en el castillo su cuartel general tras su aplastante victoria en los Arapiles. En enero del año siguiente, un ejército al mando de Joseph Léopold Sigisbert Hugo -el padre del escritor Victor Hugo- desplazó a las fuerzas hispano inglesas de la región que abandonaron el castillo.
Sus salones y galerías fueron saqueados entonces por las tropas de Napoleón, que vaciaron el castillo y su iglesia. Su titularidad fue resuelta en 1830 y cedida por el Estado a José Osorio y Silva,quien reunía dieciséis títulos nobiliarios y estaba lejanamente emparentado con el mismo Ambrosio Spínola, el general que rindió Breda y fue inmortalizado por Velázquez.
Poco después de la obtención del castillo por José Osorio, el poeta romántico José de Espronceda se exilió en Cuéllar tras leer unos versos subversivos en la corte. La fortaleza y su entorno le motivaron a la hora de escribir Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar, un drama ambientado en la Reconquista.
[El castillo de Cuenca donde se refugió la gran rival de Isabel la Católica: su vibrante historia]
Cien años después fue declarado Monumento histórico-artístico por el gobierno republicano. Al estallar la Guerra Civil en 1936, como tantos otros castillos y fortificaciones, fue empleado como prisión por los franquistas. Debido a su abandono, la primera remesa de prisioneros participó en las obras para su reconversión como penal. Al terminar la contienda, fue empleado como sanatorio penal de tuberculosos. En 1957, dos presos fueron abatidos a tiros mientras intentaban huir colgándose de sus muros; otros tres lograron escabullirse buscando su camino a la libertad.
La prisión fue finalmente abandonada en 1966 hasta que en 1972 la Dirección General de Bellas Artes comenzó su reforma para albergar un centro de formación profesional al que se sumó años después la educación secundaria. El castillo, reconvertido en el IES Duque de Alburquerque, continúa generando cientos de historias y leyendas en la imaginación de sus cientos de alumnos que se sientan en sus pupitres. Los vecinos de Cuéllar no olvidan la historia de su castillo convertido en escuela, que también está abierto al público.