Un reducido pelotón de 25 franceses se encontró aislado en tierra hostil. Al mando de un sargento, su misión desde 1809 fue la de proteger a los aterrorizados correos galos que se comunicaban con los ejércitos de Napoleón. Este peculiar pelotón se protegía tras las murallas de ladrillo del castillo de Coca, a medio camino entre Segovia y Valladolid. Durante su estancia aprovecharon para rebuscar en sus salas y destruir sus muebles buscando cualquier objeto de valor.
Este episodio corresponde a un momento en el que esta peculiar joya arquitectónica gótico-mudéjar ya estaba amenazada por el desuso y la decadencia. También tuvo sus días de gloria como bastión real y cárcel de increíbles conspiradores. En 1453, mientras el Imperio otomano se hacía con la legendaria Constantinopla, el rey Juan II de Castilla dio su permiso a don Alonso de Fonseca para iniciar la construcción de una fortificación, y este lo hizo por todo lo alto contratando a notables alarifes mozárabes como Alí Caro.
Para el pago de los albañiles y maestros de obra, en 1462 funcionaba en la villa una ceca que acuñó monedas castellanas y portuguesas. Aún a medio erigir, entrado el siglo XVI, Antonio de Fonseca contrató también a Juan de Ruesga, conocido por participar en la construcción de la catedral de Palencia. Sobre 1502, con la fortaleza aún en obras, la familia Fonseca retuvo tras sus muros a la joven María, que era pretendida por Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza.
Este rico marqués renacentista no era del agrado de la familia Fonseca que, al verle merodear por su propiedad intentando cortejar a María, ordenaron arrojarle las brasas de una hoguera. A pesar de salir escaldado en sentido literal y figurado, el marqués -que como tocayo de El Cid también contaba con un amplio historial militar- no se acobardó y siguió insistiendo hasta que logró casarse con ella y vivir con cierta tranquilidad en el castillo de Jadraque, propiedad del enamorado.
Pocos años después de este episodio, Castilla saltó a las llamas de una rebelión. Los comuneros, hartos de la presión fiscal y el abandono del reino por su monarca, más preocupado en su política europea, se sublevaron contra Carlos V, poniendo al joven rey emperador en un aprieto.
En 1520, la Junta rebelde decretó el envío de un ejército contra Coca con la misión de que "secuestrara la villa y fortaleza de Coca" en represalia por el incendio de Medina del Campo. Esta orden no llegó a cumplirse debido a la dificultad de su asedio y a que las autoridades reales habían reforzado su guarnición con un contingente de soldados alemanes, achantando a los sublevados.
Cárcel ilustre
De planta cuadrangular, al no levantarse sobre un cerro o una roca inexpugnable, con toda protección, el castillo de Coca cuenta con unas monumentales murallas y un anchísimo foso. La belleza mudéjar de la fortaleza se debe al ladrillo, usado hábilmente junto a la piedra como material de construcción y como elemento decorativo. La fama de sus mármoles, azulejos y yeserías junto con su marcial fachada convirtieron de forma temporal al recinto en cárcel nobiliaria. En 1610, por orden de Felipe III, don Cristóbal de Velasco y de la Cueva, conde de Siruela, fue detenido y encarcelado entre sus muros por mantener relaciones con una mujer casada.
En 1645 también quedó retenido por una temporada el duque de Medina Sidonia, Gaspar de Guzmán y Sandoval, tras incumplir su orden de destierro. Su crimen fue mucho más grave: conchabado con portugueses, holandeses y franceses conspiró para crear un reino independiente en Andalucía o, en su defecto, una república. Sus maquinaciones fueron descubiertas antes de tiempo y su rápida confesión le sirvió para evadir la pena capital. En sus últimos momentos en libertad, retó a un duelo al duque de Braganza y rey de Portugal Juan IV por abandonarle a su suerte.
Este duelo no se celebró. A pesar de que batirse en duelo era ya algo anacrónico en aquel momento, "movilizó la pluma de más de un teólogo y jurista que recibieron de la Corona el encargo de dilucidar la pertinencia, legalidad y oportunismo del desafío", según relata el historiador Rafael Valladares en su biografía del conspirador.
El castillo de Coca logró esquivar de nuevo los avatares bélicos en la guerra de Sucesión de 1701-1715. Situado en la retaguardia felipista, sirvió como cárcel provisional para doscientos prisioneros de guerra capturados en los campos de batalla de Cataluña. Ya como propiedad de la casa de Alba, desde 1730 comenzó la ruina del castillo.
[El castillo que disparó la leyenda del Cid: los carlistas lo tomaron trepando por las letrinas]
La suerte de Coca esquivando guerras llegará su fin con la invasión napoleónica de 1808. Una pequeña guarnición francesa ocupó sus murallas con la orden de proteger a los correos de los guerrilleros. Los franceses lo abandonaron brevemente en 1810, momento que fue aprovechado por la guerrilla para hacerse con un pequeño cañón de hierro que aún quedaba en el castillo.
Terminada la contienda y con una España en ruinas, la fortaleza de Coca ofrecía una estampa lamentable. Saqueada hasta lo indecible, con su foso cegado por escombros y su interior destrozado por los ocupantes, la puñalada final se la dio el administrador de la casa de Alba que, en 1828, comenzó a vender por lotes los escudos, columnas, azulejos y yeserías que aún quedaban en pie.
Entrado el siglo XX, fue declarado Monumento Nacional en 1926 y Monumento Histórico Nacional en 1931, pero no fue hasta su donación de la casa de Alba al Ministerio de Agricultura en 1954 cuando el castillo comenzó a cobrar vida de nuevo. En este momento comenzaron las obras para su recuperación y conservación con el apoyo de las Academias de Bellas Artes de San Fernando y la Real Academia de la Historia. Con el proyecto finalizado en 1958, el Ministerio decidió su reconversión como Escuela de Capataces Forestales, labor que desempeña hasta el día de hoy.