El 29 de agosto de 1938 un oscuro tren blindado con destino a Baviera partió de Viena. En sus entrañas, protegidas por fanáticos soldados de las SS, reposaban varias cajas selladas con 31 piezas del tesoro del Sacro Imperio Romano Germánico. Entre ellas estaba la joya que Hitler ansiaba: una punta de hierro partido y reparado con un alambre de plata que la tradición aseguraba que era la lanza de Longinos.
Pese a parecer el guion de una película de Indiana Jones —con la búsqueda de este objeto arranca, de hecho, la última entrega, El dial del destino—, algunos círculos nazis estuvieron muy influidos por diferentes creencias esotéricas y ocultistas. En una Alemania que comenzó a obsesionarse con la raza aria se recuperaron decenas de antiguos símbolos paganos y runas germánicas. Un reducido grupo liderado por Heinrich Himmler, el ministro de propaganda y líder de las SS, autorizó al naturalista Ernst Schäfer a realizar una expedición científica al Himalaya con la condición de que debía localizar el origen de la esvástica, tradicional símbolo budista.
Las óperas de Wagner que trataban de mitología germánica abarrotaron los teatros. En este clima de rosacruces y reliquias, la lanza de Longinos, quedó al resguardo en la Iglesia de Santa Catalina por órdenes del führer. La reliquia a la que la leyenda medieval confería poderes mágicos y afirmaba que su poseedor sería invencible quedó protegida en este templo de Núremberg, capital espiritual del nacionalsocialismo y donde Hitler y sus jerarcas pronunciaron centenares de electrizantes discursos que sumieron a Europa en la oscuridad.
Origen medieval
¿Pero qué es exactamente la lanza de Longinos? Siguiendo las sagradas escrituras, Jesucristo fue crucificado un viernes del año 33. El capítulo 19 del Evangelio de San Juan relata la crucifixión del Mesías en el monte Gólgota y en su versículo 34 reza: "Uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua".
Poco más se sabe de la lanza y del legionario, al que la tradición posterior ascendió a centurión y nombró como Longinos. Su rastro se pierde durante siete siglos hasta que reaparece, por obra y gracia de los cronistas, en las manos de Carlos Martel, abuelo de Carlomagno, durante su decisiva victoria en la batalla de Poitiers, que frenó el avance islámico en Europa después de que los musulmanes conquistasen el reino visigodo de Toledo.
Tras este espectacular estreno, se afirmó que esta poderosa arma pasó de padres a hijos hasta engrosar las filas de las reliquias y los tesoros del Sacro Imperio Romano Germánico, reino que fue creado con las provincias germanas conquistadas por Carlomagno después de interminables guerras con los paganos sajones.
Oculta durante siglos en Núremberg, fue trasladada a Viena huyendo de las bayonetas revolucionarias de un Napoleón que también mostró interés por hacerse con la reliquia secuestrada por Adolf Hitler dos siglos después. Pese al evidente poder de sugestión de la reliquia, un estudio realizado por la BBC en 2003 determinó que esta lanza fue fabricada en la Edad Media y, por lo tanto, no puede ser la de Longinos, suponiendo que este personaje existiera realmente.
Siguiendo la línea de investigación de la cadena británica, la falsa lanza de Loginos de Viena fue regalada en el año 800 por el papa León III a Carlomagno, asegurando que pertenecía a San Mauricio, comandante de la Legión Tebana, que según la hagiografía fue martirizado en siglo III debido a su condición de cristiano. En algún momento de la historia del Sacro Imperio, el relato se tergiversó y se terminó afirmando que era la de Longinos.
"Es ciertamente poco probable que esa punta de hierro de la época carolingia irradie algún tipo de poder mágico, aunque lo que está claro es que la historia de la lanza sagrada constituye un misterio tan enraizado en lo más profundo de la historia que nunca podrá ser resuelto", concluye el periodista y licenciado en Historia Contemporánea Jesús Hernández Martínez en su obra Enigmas y misterios de la Segunda Guerra Mundial (Nowtilus).
Tercer Reich
En septiembre de 1939 el ejército nazi se abalanzó sobre Polonia dando inicio a la Segunda Guerra Mundial. Con casi toda Europa en su poder y a pesar de contar con la lanza de Longinos, a partir de 1942 la Wehrmacht comenzó a retroceder en las infinitas y heladas estepas de Rusia y en las ásperas arenas del norte de África.
Con divisiones destrozadas y escasez de gasolina, la guerra terminó llegando a Alemania y miles de bombarderos aliados convirtieron en escombros decenas de ciudades del Tercer Reich. Entre los cascotes y los escombros de Núremberg, la lanza de Longinos y el resto de tesoros del Sacro Imperio dejaron de exhibirse al público y fueron trasladados a un secreto búnker bajo los sótanos de Kaiserburg, el castillo de la ciudad.
Siguiendo el relato de Jesús Hernández, en abril de 1945, el Séptimo Ejército de EEUU se lanzó al asalto de la capital bávara. Entre el atronador estampido de los cañones y el silbido de las ráfagas de ametralladora, el burgomaestre Liebel, responsable de los tesoros y de las reliquias, escondió de nuevo la lanza antes de morir en extrañas circunstancias.
El 19 de abril cayó Núremberg; era la víspera del cumpleaños de Hitler. Los americanos descubrieron varias partes del tesoro, pero faltaba la lanza. La investigación realizada por el Programa de Monumentos, Arte y Archivos del Ejército de EEUU (MFAA) quedó estancada. No se pudo averiguar si Liebel se suicidó o fue asesinado en un ajuste de cuentas entre líderes nazis. Algunos rumores especularon que un anónimo coronel había huido de la ciudad en estado de sitio portando la reliquia; otros, imbuidos por las leyendas medievales, rumorearon que había sido arrojada a un lago, al igual que la Excálibur del rey Arturo.
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El misterio se resolvió y la lanza, oculta en una cámara secreta del búnker de Planier Platz, fue descubierta por el teniente Walter Horn. Sus superiores decidieron devolver todos estos tesoros a Viena, ciudad en la que habían sido robadas por las SS.
Hoy, esta lanza rodeada de leyendas se exhibe en el museo del Palacio Imperial de Hofburg, en la capital austriaca. Los amantes del ocultismo y demás conspiracionistas continúan rumoreando que se trata de una falsificación y que la verdadera lanza que atravesó a Jesús fue robada por el general norteamericano George Patton, quien la escondió en algún lugar recóndito de EEUU.