Sobre una lengua elevada con vistas a un meandro del río Amnya, un grupo de cazadores-recolectores construyó hace 8.000 años la fortificación más antigua de la historia: una estructura defensiva, una red de profundas zanjas, terraplenes y empalizadas que rodeaban un grupo de viviendas. Esta comunidad disfrutó de un buen estilo de vida a pesar de los fríos inviernos de la zona: pescaban abundantes cantidades de lucios y salmónidos, cazaban alces y renos con lanzas con puntas de hueso y piedra y elaboraron recipientes cerámicos para conservar todos los excedentes. Pese a ello, o quizá como consecuencia, tuvieron protegerse ante los eventuales ataques de un vecino agresivo.
El asentamiento, en cuyo interior había espacio para decenas de individuos y hábitats hundidos a casi dos metros de profundidad para tratar de protegerse mejor de las temperaturas extremas de la taiga siberiana, se cerró con muros de tierra de varios metros de altura rematados con empalizadas de madera. En algún momento, estas defensas fueron consumidas por las llamas, tal vez la evidencia de una remota batalla prehistórica. Según las dataciones de radiocarbono realizadas en el sitio, algunas de estas defensas se levantaron hacia 6000 a.C., 2.000 años antes que los muros de Uruk y de otras ciudades de Mesopotamia.
Este hallazgo, publicado en la revista Antiquity, es de gran importancia porque supone otra evidencia que se suma a la idea de que los cazadores-recolectores ya establecieron asentamientos permanentes y los protegieron con muros. Algunos investigadores defienden que este tipo de estructuras solo pudieron surgir tras la revolución neolítica y el desarrollo de la agricultura y de las sociedades complejas, que requerían cosechas continuas y almacenar excedentes para sustentar a grandes poblaciones sedentarias.
"Si se descubriese algo como esto en Oriente Próximo, como parte de una sociedad agrícola, no sería ninguna sorpresa", valora Henny Piezonka, de la Universidad Free de Berlín y coautora de la investigación. Pero el hallazgo es único porque se ha registrado en una zona inesperada. En los últimos años, los arqueólogos han documentado varias decenas de asentamientos fortificados en Siberia central, en una región poblada de pinos y pantanos que se extiende 2.500 kilómetros al este de Moscú. Hasta ahora se pensaba que este tipo de estructuras no podían ser obra de los cazadores-recolectores de la Edad de Piedra y que debían tener una antigüedad de un par de miles de años. Los estudios científicos han cambiado radicalmente el panorama.
Según los investigadores, este conjunto de estructuras representa la evidencia "de un camino autóctono y sin precedentes hacia la diferenciación sociopolítica en una parte inesperada del mundo". Estas innovaciones tecnológicas, de subsistencia y de prácticas rituales muestran, según los autores, una profunda transformación en las poblaciones de cazadores-recolectores de principios del Holoceno que habitaron la taiga siberiana, como una mayor cohesión grupal, un mayor sedentarismo y un aumento de las tensiones y los conflictos sociales entre los distintos grupos.
Los moradores del yacimiento de Amnya fueron capaces de acumular aceite y alimentos ricos en calorías. Las migraciones de renos, alces y aves fueron otra oportunidad para obtener más recursos que consumir durante las épocas de frío extremo. "No tuvieron que cultivar: el entorno les proporcionaba estacionalmente todo lo que necesitaban, era como cosechar la naturaleza", explica Henny Piezonka. Los numerosos fragmentos de cerámica decorada —avance adscrito al Neolítico— que han sido recuperados en los niveles más bajos de las viviendas integraban recipientes en los que estos individuos conservaron los alimentos.
En el yacimiento, los arqueólogos también han documentado un posible signo de estratificación social, otro comportamiento relacionado con las sociedades agrícolas: un grupo de viviendas que estaban indefensas fuera de la empalizada. Todos estos descubrimientos desafían la teoría predominante de que la agricultura fue el motor de los asentamientos y de la complejidad cultural, puesta en jaque ya por otros lugares como Göebekli Tepe, un santuario prehistórico de hace unos 11.000 años localizado en la moderna Turquía, o zonas costeras de Asia, donde la necesidad de conseguir recursos marinos generó sitios más permanentes.
En Amnya y en otros recintos fortificados de la región, que aparecen tras un evento de frío extremo registrado hace unos 8.200 años y que duró casi dos siglos, se han documentado varias capas de incendio que revelan que tanto las casas como las estructuras defensivas de madera eran periódicamente pasto del fuego. El hallazgo de puntas de flecha en una zanja exterior de la fortificación también sugiere posibles episodios de conflictos violentos.