La cueva de Maltravieso, integrada en la actualidad en el casco urbano de la ciudad de Cáceres, alberga algunas de las manifestaciones de arte rupestre más antiguas del mundo. Hechas hace más de 60.000 años seguramente por grupos de neandertales, las pinturas representan, entre otras figuras, una serie de manos humanas en negativo rodeadas de pigmentos rojos. Como detalle curioso, en algunas de ellas no aparece el dedo meñique. Según ciertas hipótesis, los artistas prehistóricos los habrían escondido como un símbolo de la comunidad que habitaba esa cavidad, una suerte de seña de identidad.
Pero esta práctica de pintar manos sin algún dedo no es exclusiva de las paredes de Maltravieso. En otras cuevas de España, como Fuente del Trucho (Huesca), y Francia (Gargas, Cosquer, Tibiran, La Grande Grotte y Margot) se han documentado más de dos centenares de imágenes similares, fechadas en el Paleolítico Superior —aproximadamente entre hace 40.000 y 10.000 años—, en las que también faltan segmentos de los dedos.
Un nuevo estudio liderado por Mark Collard, antropólogo evolutivo de la Universidad Simon Fraser de Vancouver (Canadá) apunta a un origen más macabro. Según los resultados de su trabajo, presentado en la última reunión de la Sociedad Europea para el Estudio de la Evolución Humana, los individuos que crearon estas manifestaciones de arte rupestre no escondían sus dedos, sino que directamente no los tenían. Los científicos barajan que se los pudieron cortar de forma intencionada durante algún tipo de ceremonia ritual.
"Existen evidencias convincentes de que a estos sujetos les pudieron haber amputado los dedos deliberadamente en rituales destinados a obtener ayuda de entidades sobrenaturales", ha explicado Collard, según recoge el periódico británico The Guardian. El investigador ha recordado que no se trata de un hábito exclusivo de un lugar y un momento concreto. "Muchas sociedades incitan a sus integrantes a cortarse los dedos, y lo han hecho a lo largo de la historia", ha añadido en relación a la etnia dani, una tribu del oeste de Nueva Guinea cuyas mujeres se cercenan un dedo cada vez que muere algún ser querido, como un hijo.
"Creemos que los antiguos europeos hacía lo mismo en época paleolítica, aunque los sistemas de creencias involucrados pueden haber sido diferentes", ha subrayado el también arqueólogo. "Esta es una práctica que no fue necesariamente rutinaria, pero que pensamos que ocurrió en varios momentos a lo largo de la historia".
No solo en Europa
Esta hipótesis la plantearon Mark Collard y su equipo por primera vez en un artículo científico publicado en 2018 en la revista Journal of Paleolithic Archaeology. Sus afirmaciones causaron gran revuelo en la comunidad académica y fueron rechazadas porque la amputación habría supuesto una considerable desventaja para la supervivencia de unos individuos que ya de por sí se enfrentaban a unas duras condiciones de vida. Desde entonces, en colaboración con Brea McCauley, doctoranda en Arqueología en la misma universidad canadiense, ha tratado de recabar más datos para reforzar su teoría.
Las pinturas estudiadas en los yacimientos de Europa occidental se dividen en estampados —el artista bañaba la palma de su mano sobre el pigmento y luego la presionaba sobre la pared, creando una huella— y plantillas —situando la mano sobre el muro y pintando a su alrededor, creando una silueta—.
[El dolmen de Menga, en Málaga, fue una proeza del Neolítico: desvelan cómo se construyó]
Collard ha señalado que en otros yacimientos de África, Australia y América del Norte también se han documentado imágenes de manos en las que falta algún dedo: "Esta forma de automutilación ha sido practicada por grupos que han habitado todos los continentes".
Para reforzar su hipótesis, el investigador ha citado otros rituales que realizan algunas tribus del país africano de Mauricio, como caminar sobre el fuego, perforarse la cara con ornamentos o atravesar la piel con ganchos para que un individuo pueda arrastrar pesadas cadenas. "Las personas se vuelven más propensas a cooperar con otros miembros del grupo después de superar tales rituales. Amputar dedos puede haber sido simplemente una versión más extrema de este tipo de ceremonias", cierra el antropólogo.