El trend de pensar en el Imperio romano no es algo actual. Los grandes reyes de la historia europea llevan pensando en sus legiones y emperadores casi desde el mismo momento en el que el hérulo Odoacro le puso fin en el año 476 cuando depuso a su último emperador, Rómulo Augústulo. Empezando por la coronación de Carlomagno, sus supuestos sucesores pasan por el Sacro Imperio Romano Germánico y llegan hasta la Ilustración.
Cruzando el inmenso océano Atlántico, a finales del siglo XVIII nacían los EEUU tras ocho años de interminable guerra contra la corona británica contando con la inestimable ayuda de Francia y España. Cuando sus líderes redactaron la Constitución de 1787, Alexander Hamilton, uno de sus grandes defensores, firmaba sus artículos de prensa como Publio en honor a uno de los primeros cónsules de la Urbs. La ciudad de Cincinnati, por otro lado, debe su nombre al general Lucio Quincio Cincinato, famoso por su desapego al poder.
Los reyes centroeuropeos y líderes anglosajones han intentado equipararse, emular y considerarse sucesores de Roma, olvidando claro está su realidad histórica repleta de sombras. Sin embargo, todas estas revisiones medievales, modernas y contemporáneas olvidaron y marginaron al imperio que más papeletas reunió para considerarse el auténtico heredero de la Urbs: el Imperio español.
Legado Hispano
Este último aún sigue dando mucho que hablar y continúa debatiéndose entre constantes revisiones y leyendas rosas y negras. A este debate entra de forma contundente y sin pelos en la lengua el doctor en Derecho por el Instituto Universitario de Florencia y en Ciencias de las Religiones por la UCM Alberto Gil Ibáñez en su último ensayo en defensa de la hispanidad y en el que mantiene que el verdadero sucesor del Imperio romano fue la monarquía hispánica.
En las primeras páginas de El Sacro Imperio Romano Hispánico (Sekotia) deja claro que su obra “pretende ser una bomba nuclear táctica que no persigue matar a nadie, sino ir al ‘núcleo’ del problema para remover conciencias y cambiar paradigmas”.
Según razona el autor del ensayo, el Imperio español perdió la campaña de la propaganda y el marketing ya que “nunca se llamó ni ‘romano’ ni ‘sacro’ a pesar de merecerlo mucho más". Ibáñez razona que esto no fue un impedimento para que los conquistadores se mirasen en el espejo de Roma. "Los primeros españoles que llegaron a América se sentían transmisores de un legado civilizatorio formado por una religión católica y la herencia grecorromana”.
Volviendo a la Edad Antigua, la región que los romanos conocieron como Hispania fue conquistada a sangre y fuego durante varios siglos en la Edad Antigua y acabó convirtiéndose en una de las más importantes y romanizadas dentro de todo el Imperio. Prueba de ello son los numerosos senadores e intelectuales, como Séneca, que aportaron al imperio, amén de los tres emperadores hispanos: Trajano, Adriano y Teodosio.
Esta cultura clásica siguió viva en la conciencia medieval una vez que el Imperio cayó en el siglo V d.C. Carlomagno intentó erigirse como el gobernante cristiano sucesor de Roma y sentó las bases para la fundación de su supuesto heredero, aunque solo lo sea de forma semántica: el Sacro Imperio Romano Germánico.
Sacro Imperio Romano Hispánico
Este estado, buscaba una unidad que nunca alcanzó debido a las fuertes tensiones feudales, rompió varias veces con el papa de Roma y no se hablaba el latín de forma habitual. Además, aún no queda del todo claro a que se refería con germánico ya que no todos sus pueblos tenían lenguas germánicas. Por tanto, ni imperio, ni sacro, ni romano. Este estado centroeuropeo convivió durante sus últimos siglos de historia con el Imperio español.
Este último imperio no solo levantó y construyó caminos, acueductos y ciudades en toda América sino que llenó sus dominios con hasta 25 universidades y cientos de hospitales. Al igual que los romanos no sólo dejaron el acueducto de Segovia o el teatro de Mérida, el Imperio español fue más allá: “Difundió el derecho romano y la filosofía griega, pero fortalecidas con las aportaciones de la Escuela de Salamanca; extendió la religión romana [católica] (...) dió lugar a los nuevos países que antes no existían como tales y les permitió que formaran parte de una unidad superior, llámese Occidente, Comunidad Hispana o América Hispana", enumera Ibáñez.
El autor, retomando las tesis de imperios generadores y depredadores del fallecido filósofo Gustavo Bueno, contrapone la visión civilizadora y humanística hispana con la depredadora del mundo protestante anglosajón. Mientras que los EEUU se expandieron hacia el oeste y llegaron a conquistar más de la mitad del México independiente en 1848; Reino Unido se hizo con el control de las islas Malvinas tras arrebatárselas a una naciente república Argentina poco más de un siglo después de conquistar Gibraltar.
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Frente a este antihispanismo cultural, psicológico y geopolítico empeñado en dividir a los españoles de los dos hemisferios -tal como los reconocían las liberales Cortés de Cádiz en 1812-, el siempre combativo Alberto Gil Ibáñez propone un renacimiento de la hispanidad. Todo ello después de analizar la historia científica, tecnológica, cultural y religiosa de un ente político que denomina "Sacro Imperio Romano Hispánico".
En esta batalla cultural que aún se libra en torno al papel de España y la Hispanidad en la historia mundial aún espera un "nuevo Bailén global" para devolver al lugar que le corresponde al imperio que nació gracias a la herencia romana, la mejoró y expandió plus ultra. "Los imperios portugués y español fueron los primeros en poner en práctica algo parecido a una globalización, y además actuaron unidos al menos 60 años", cierra el autor.