El embajador y humanista Andrea Navagero visitó España en el siglo XV. Enviado como diplomático por el dogo de Venecia, negoció la liberación de Francisco I de Francia, preso en el Madrid de Carlos V. El veneciano aprovechó su viaje para conocer todo rastro de antiguos monumentos y ciudades de la vieja Hispania. Después de reconocer las ruinas de la burgalesa Flaviaugusta, a su paso por Extremadura habló de unas magníficas ruinas en Talavera la Vieja, en Cáceres. Unos vestigios que hoy apenas se pueden ver cuando la sequía castiga la región.
Las aguas del río Tajo, cautivas por el embalse de Valdecañas, construido en 1963 durante la dictadura franquista, devoraron y sepultaron tanto el pueblo como las ruinas del que hace casi 2.000 años fue un monumental municipio romano en tiempos de la dinastía Flavia. Solo se pueden reconocer los restos de dos templos. Uno fue utilizado durante siglos como depósito de grano y se le conoce como "la cilla". Del otro edificio destripado únicamente quedan en pie cinco columnas corintias rematadas por un arco de medio punto, conocido como "los mármoles", y que corresponden a la fachada de uno de los dos enormes templos gemelos que dominaron el foro de Augustobriga.
El resto de la ciudad fue estudiado de forma atropellada en 1956 por Antonio García y Bellido, historiador y arqueólogo. Desde entonces, los investigadores esperan a que descienda el nivel del pantano para lanzarse sobre el yacimiento. Se puede conocer su plano aproximado gracias a la última fotogrametría y una prospección generalizada realizadas por Tecnitop en 2021. Por lo que se sabe, los romanos no repararon en gastos para levantar una urbe que gozó de una notable posición económica.
Se han encontrado bajo sus ruinas algunos pocos denarios de época republicana, pero la presencia romana se deja sentir en el siglo I d.C., cuando se movilizaron algunos colonos itálicos al castro vetón que, a juzgar por las joyas de influencia oriental encontradas en un ajuar funerario, debía tener una gran importancia. Por sus calles, rebosantes de vida, transcurría una gran calzada que comunicaba Augusta Emerita (Mérida) con la ciudad que se convertiría en capital de la Hispania visigoda, Toletum.
De este modo, la ciudad situada en el municipio de Valdecañas "se configuraría como una verdadera cuña para la romanización de la zona, actuando a la vez como núcleo difusor de la cultura romana", explica en un estudio Carlos Jesús Morán Sánchez, miembro del Instituto de Arqueología de Mérida. En el siglo XIX apareció una inscripción dedicada al "Senado y Pueblo de Agustóbriga" que permitiría conocer la identidad de las ruinas. Más inscripciones de los alrededores revelan la preminencia en la zona de la tribu Quirina, una de las 35 de la Urbs.
Vida urbana
Enclavada a orillas del Tajo y protegida por una muralla, Augustobriga alcanzaba las 22 hectáreas antes de su abandono en el siglo IV d.C. ante la inestabilidad de un Imperio que comenzaba a desaparecer. A finales de la Edad Media, aprovechando sus ruinas como cantera, se levantó el pueblo de Talavera la Vieja. Pese al expolio, su embrujo sedujo a numerosos viajeros de la Edad Moderna. Alvar Gómez de Castro, uno de los grandes humanistas españoles del siglo XVI, admiró "los mármoles" que, según los lugareños que le enseñaron las ruinas, antes deslumbraban cuando los rayos del sol caían sobre ellos.
Se pensaban que era producto de algún cristal. A pesar de que junto a las murallas se han encontrado evidencias de un taller de vidrio que explicaría este reflejo, lo más probable es que aquel resplandor se tratase de varias capas de limpio estuco que desaparecieron con el paso de los siglos. Siguiendo la moda del momento, el foro fue levantado mediante costosas terrazas para que los templos dedicados a Júpiter dominasen la ciudad y su entorno de forma visual. Lo mismo hacían los decuriones reunidos allí: dominaban a los habitantes de Agustóbriga y los pueblos del entorno de la Sierra de Gredos.
Sus calles que discurrían junto al cardo y el decumano, aunque apenas se conoce nada de las viviendas urbanas y las tabernae de sus moradores. Más suerte se ha tenido a la hora de documentar una villa extramuros que contaba con termas y varios hornos cerámicos. Esta siguió en uso al menos hasta época emiral.
El foro, que debió estar porticado, es una de las zonas más documentadas, pero se pueden intuir más edificios. Al noreste de esta zona "se emplazan unas termas públicas en las que han podido distinguirse varias estancias. Algo más dudosa y siempre condicionada por las futuras intervenciones en el sitio, se nos muestra la identificación de los posibles edificios de espectáculos asociados a la antigua Augustobriga", explica Emilio Gamo Pazos, historiador del Museo Nacional de Arqueología y principal autor del capítulo dedicado a Augustobriga en el volumen Ciudades Romanas de Hispania II.
Ahora la ciudad ahogada no necesita el acueducto, que transcurría cerca de la mencionada villa y que moría en el castellum aquae destinado a dar de beber a sus moradores. Sus cloacas probablemente ya se encontrasen anegadas cuando sus escasos habitantes se desperdigaron y buscasen refugio en el cercano castillo de Alija.
Emilio Gamo Pazos espera que en un futuro, y cuando las aguas lo permitan, se realicen nuevas prospecciones geofísicas que permitan identificar más estructuras e incluso realizar algunas excavaciones sobre áreas concretas de especial interés. Otros no se muestran tan optimistas sobre su futuro.
La conservación y estudio de la resplandeciente ciudad hundida, considerada Monumento Histórico Nacional en 1931, siempre ha sido motivo de alarma entre los investigadores. Ante las frecuentes sequías que con mayor intensidad sacuden el país, "los restos arqueológicos están desapareciendo definitivamente debido a que las fluctuaciones de nivel del agua provocan la erosión constante y el carácter aislado del solar favorece el expolio y robo sistemático", concluye Morán Sánchez.