En el año 410, en las destrozadas calles de una Roma bajo asedio, la gente moría de hambre y desesperanza. Algunos habitantes recurrieron incluso al canibalismo hasta que un traidor, desesperado por el cerco, abrió las puertas de la ciudad al saqueo de los godos del rey Alarico. "Se apagó la resplandeciente luz de todo el mundo; es más, el Imperio romano quedó decapitado o, para decirlo mejor, en una urbe desapareció todo el orbe", relató San Jerónimo desde Belén.
Los godos se marcharon cargados de joyas, oro, estatuas, tesoros y con una nobilissima puella que, raptada, fue obligada a acompañar al pueblo germano en su búsqueda de un hogar. Una mujer que llegaría a reinar sobre ellos en Hispania y Galia. De estirpe real, Gala Placidia era hija del hispano Teodosio I, fue vejada y humillada como una esclava y también emperatriz y regente de un Imperio que agonizaba entre conspiraciones, golpes de estado, herejías y bárbaros.
"Es una mujer extraordinaria. No es habitual encontrar personajes con un carácter y una valentía tan increíbles como ella en un periodo tan caótico como el siglo V d.C. Se cayó cien veces, la tiraron otras cien y siempre supo levantarse y enderezar su vida", explica a este periódico Roberto Corral, autor de Gala de Hispania, ganadora del VII Premio Edhasa de Narrativas Históricas 2024.
Emperatriz
El profesor de español para extranjeros y autor de El olor de las olas (2020), finalista del Premio Nadal, se incursiona por primera vez en la novela histórica de la mano de Gala Placida, un personaje único que permanece en las penumbras de la historia. De su vida solo se conocen algunos increíbles esbozos que enseguida lograron cautivar al autor.
Casada con el rey godo Ataúlfo, una vez asesinado en el año 415 fue intercambiada por trigo con su hermanastro, quien la acusó de conspirar contra él. Casada de nuevo con el general Constancio, se convirtió en emperatriz cuando su marido fue nombrado coemperador años más tarde. En medio de intrigas palaciegas y conjuras, Gala, como regente de su hijo Valentiniano III, siempre luchó por defender sus derechos a un trono que se tambaleaba.
Su decisión más criticada fue la de permitir a los vándalos saquear el África romana al fomentar el enfrentamiento entre sus generales. Para ese periodo, en torno al año 430, "Roma perdía territorio todos los días. Llegó un momento en el que había que decidir qué perder a cambio de qué. Era una anarquía absoluta y, como acto de supervivencia, optó por salvar a su familia y su posición a cambio de sacrificios territoriales", explica el autor.
Una vez su hijo se ciñó la diadema imperial, Gala aún tuvo que hacer frente a la rebeldía de su hija Honoria que, cansada de su aburrida vida palaciega, decidió enviar una carta con un anillo de oro al temible Atila, quien lo interpretó como una propuesta de matrimonio. Valentiniano armó sus legiones a toda prisa y quiso asesinar a su hermana. Solo su madre consiguió hacerle cambiar de opinión y hablar con el huno.
La suegra de Atila
Atila marchó sobre Italia dispuesto a casarse y reclamar su dote, que ascendía a medio imperio. Gala entonces explicó el malentendido y envió varias comitivas diplomáticas. En una de ellas iba el propio papa León el Grande, que conversó con el huno y le convenció para dar media vuelta.
Nunca se sabrá de qué hablaron ni los argumentos que empleó el pontífice, pero lo cierto es que el jinete de las estepas abandonó la península itálica, aunque años después volvió a enfrentarse a Roma en la legendaria batalla de los Campos Cataláunicos. "Parece que su ejército estaba enfermo y no tenía máquinas de asedio adecuadas, pero era lo último que le faltaba a la pobre Placidia: ¡Convertirse en la suegra de Atila!", comenta Corral.
Todo el contexto histórico y la gran mayoría de personajes que rodean e influyen en la trama son verídicos, explica el autor, incluyendo a la liberta Helpidia, que formó parte del séquito de la protagonista y que en esta ficción se convierte en testigo y narradora de la turbulenta y agitada vida de su señora. Sin embargo, más que batallas, señores de la guerra y marchas militares, es la intimidad y los sentimientos de sus protagonistas sobre los que recae gran parte del peso de la trama.
Reina en Hispania
Secuestrada en Roma, Gala Placidia acompañó a los visigodos en su lento y trágico peregrinar en busca de un lugar en el que descansar. Su vida dio un giro en el año 414 cuando se casó con Ataúlfo, rey de los godos. La boda se celebró en una villa de Narbona, al sur de la Galia, siguiendo de forma escrupulosa los rituales romanos.
¿Fue un matrimonio consensuado entre ambos o respondía a razones políticas? "Hay muchos indicios y anotaciones de la época que dan pie a pensar que se casaron por amor. No estuvieron mucho tiempo casados así que tampoco se puede confirmar del todo. Tampoco había muchas razones políticas para el matrimonio. La boda sentó como una patada en Roma y Ataúlfo no iba a ganar muchos amigos con ello", explica Corral.
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Uno de los enemigos que se ganaron fue el general Constancio, futuro marido de Placidia que, al mando de sus legiones, persiguió y azuzó a los godos con especial saña y ahínco. Algunas fuentes afirman que ya entonces ansiaba casarse con la nobilissima puella. Huyendo de los soldados, el matrimonio se asentó en Barcino, Barcelona, convertida en su sede regia. "Allí vivió los mejores momentos de su vida yo creo, aunque también los más trágicos".
"En Barcelona no solo tiene un hijo (considerado una esperanza de unión entre bárbaros y romanos), sino que lo pierde al poco tiempo. Además, asesinan a su marido en una conjura y el nuevo rey, Genserico, la obligó a desfilar descalza enfrente de su caballo mientras la insultaban como forma de humillarla", explica Corral.
Hoy, entre los distritos de Gràcia y Sant Gervasi, una plaza de la Ciudad Condal recuerda el nombre de la princesa que allí vivió apenas un año. La decisión de vejar a Gala molestó a una parte de la nobleza visigoda que asesinó a Genserico a los 7 días de ceñirse la corona. El nuevo rey, Walia, la devolvió a Honorio a cambio de garantizar el suministro de trigo.
Murió en Roma el 27 de noviembre del año 450 después de una vida marcada por la tragedia y la lucha. Antes de cruzar las puertas del más allá ordenó que una comitiva fuera a Barcelona a recoger la tumba de su primer hijo, al que solo dio a tiempo a bautizar con el nombre de Teodosio, como su abuelo.