El último rey de España que combatió en primera línea: los niños se burlaron de él y casi lo capturan
Alfonso XII lideró al ejército entre 1875 y 1876 en la tercera guerra carlista. En Lácar (Navarra) fue sorprendido por el enemigo.
28 mayo, 2024 08:17Desde que el rey emperador Carlos V conquistase Argel en 1541 y venciese en la decisiva batalla de Mühlberg de 1547, ningún otro rey de España participó en combate hasta que llegó al trono Felipe V, el primer Borbón. Se decía del enfermizo adolescente que disfrutaba como un demente de las corridas de toros y que en el campo de batalla cabalgaba incansable en busca del olor de la pólvora y la muerte. En 1702, cerca de la localidad italiana de Luzzara, en plena guerra de Sucesión, se adentró en primera línea.
Allí, fuera de sí con las balas zumbando a su alrededor, animó a sus hombres hacia la vorágine. Su guardia y sus consejeros rogaron que volviese a retaguardia y al final lo sacaron casi a rastras. "Todos los españoles que se encontraban cerca de él estaban pálidos como la muerte, temblaban como hojas y protestaban diciendo que era contrario a la grandeza del rey de España exponerse así", narró en una carta la princesa Isabel-Carlota de Wittelsbach, cuñada de Luis XIV, el abuelo de Felipe V.
"El Animoso" disfrutaba de la guerra y siempre que pudo buscó el subidón de adrenalina producido por el combate, aunque en ocasiones tuviera que huir a toda prisa. Sus descendientes prefirieron la tranquilidad de la retaguardia con la excepción de Alfonso XII, que en enero de 1875 marchó hacia el norte para combatir en la tercera de las guerras carlistas, convirtiéndose así en el último rey de España en participar en combate. Las boinas rojas le sorprendieron en la localidad navarra de Lácar y estuvo cerca de caer prisionero.
"En Lácar, chiquillo / te viste en un tris / si don Carlos te da con la bota / como una pelota / te envía a París", se burlaron durante años los niños de la región recordando aquel enfrentamiento. Alfonso XII tenía 18 años y ese mismo año llegó a España vestido como capitán general del Ejército. La Primera República había terminado con un golpe de Estado y comenzaba la Restauración borbónica.
España estaba deshecha. En Cuba, el ejército de ultramar languidecía por las guerrillas y las enfermedades tropicales; y al norte de la Península Ibérica los carlistas se habían sublevado por tercera vez en 1872 liderados por Carlos María de Borbón y Austria-Este, proclamado como Carlos VII según su línea sucesoria.
Sorpresa en Lácar
Antonio Cánovas del Castillo, político monárquico que preparó el regreso del joven Alfonso, explicó al rey que el pueblo debía ver en él una figura militar, un caudillo, un monarca guerrero que liderase al ejército en lugar de ser manejado por este. "Mi mayor placer sería estar a caballo asistiendo a batallas y batiéndome yo mismo", escribió el príncipe de Asturias a su madre, la desterrada Isabel II.
El 19 de enero de 1875, solo cinco días después de ser reconocido rey en Madrid, cabalgó hacia Navarra para liderar a sus tropas. Allí tomó Esquinza, desbarató las líneas enemigas en Navarra y presionó hacia Pamplona, asediada por los carlistas. Las posiciones requetés peligraban y el Alto Mando carlista planeó un contrataque para el 3 de febrero. "Esta noche, cueste lo que cueste, las tropas carlistas han de dormir en Lácar", ordenó el pretendiente a Torcuato Mendiry, teniente general. En aquel momento no lo sabían, pero allí estaba Alfonso XII.
Las tropas carlistas formaron en silencio y marcharon de forma lo más sigilosa posible hasta que fueron descubiertas. Entonces, miles de bayonetas avanzaron impasibles ante el fuego de artillería liberal. Tras dos horas de combate, los carlistas cargaron provocando el caos en las filas alfonsinas, que huyeron en desbandada.
Ante el peligro de ser capturado, el joven rey huyó a toda prisa dejando atrás casi mil cadáveres, medio centenar de heridos y 400 soldados que protegieron el repliegue. Poco después llegó Mendiry a Lácar, donde evitó que sus hombres, ebrios de victoria y muerte, fusilasen a los liberales que se acababan de rendir.
"El Pacificador"
Después de la sorpresa de Lácar abandonó el frente y a su regreso a Madrid se entrevistó brevemente en Logroño con el anciano Baldomero Espartero, exmilitar y antiguo regente de Isabel II. Aquella conversación simbolizó el relevo del "testigo" de "pacificador" debido a que Espartero fue quién derrotó de forma definitiva a los carlistas en 1840.
Al año siguiente, repuesto del susto, marchó de nuevo al campo de batalla. El 28 de febrero entró triunfal en Pamplona a la cabeza de sus soldados y, tres días después, hizo lo mismo en Estella, tradicional feudo carlista. Carlos VII, derrotado, cruzó la frontera rumbo al exilio.
"La anhelada 'regeneración de la patria' parecía estar próxima tras la 'victoria de la paz', y esto se hizo notar más que nunca en la vasta campaña propagandística que los poderosos círculos afines a la monarquía alfonsina desplegaron por doquier para glorificar a quién ya era representado en los soportes más variados como el 'Pacificador' de la monarquía española", explica Rafael Fernández Sirvent, historiador de la Universidad de Alicante, en su artículo De "rey soldado" a "Pacificador", publicado en la Revista Electrónica de Historia Constitucional.
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Por todo el país se desplegaron banderas, se levantaron improvisados arcos del triunfo y se escribieron poemas para honrar a Alfonso XII. "Tu reinado es la paz, tú lo dijiste, / ¡oh! Rey, y lo has cumplido. / ¡Bendita sea la nave en la que viniste, / que la paz ha traído!", rezaba uno de ellos.
A su entrada a Madrid, fue recibido de forma entusiasta. Su popularidad, por las nubes, aumentó aún más cuando logró llegar a un acuerdo en la Paz de Zanjón (1878) que puso fin a la guerra de Cuba. Aquel último rey soldado, a pesar de vestir de vez en cuando en uniforme, no hizo grandes reformas en el Ejército.
El anciano emperador alemán Guillermo I, al más puro estilo prusiano, sugirió en 1879 al monarca español, a través de sus diplomáticos en Madrid, que debía participar en más cabalgadas y maniobras junto a sus tropas. Sin embargo, el objetivo de identificar a la patria con el rey y a este con su ejército ya se había cumplido.
A 30 metros de altura, rematando un complejo escultórico repleto de columnas, figuras y protegido por 4 leones, Alfonso XII inmortalizado en bronce a lomos de su caballo se exhibe triunfal ante las barcas de recreo del estanque de El Retiro de Madrid.