La inesperada y mortífera venganza republicana contra Franco: así acabó con la joya de su Armada
Un destructor republicano hundió el 6 de marzo de 1938 el crucero Baleares en un combate que ninguno de los dos bandos aguardaba.
10 junio, 2024 07:49En un confuso intercambio de disparos a más de 2.000 metros de distancia, un potente fogonazo iluminó las oscuras aguas del mar Mediterráneo en la madrugada del 6 de marzo de 1938, frente al murciano Cabo de Palos. Un torpedo republicano de 533 mm disparado desde el destructor Lepanto hizo blanco en el temido crucero franquista Baleares. La mole, herida de muerte, agonizó durante horas.
La República acababa de dar un feroz zarpazo en aquel combate inesperado y se cobró su venganza. Un año antes el Baleares, buque insignia de la Armada rebelde y ojito derecho de la oficialidad franquista, protagonizó una de las mayores carnicerías de la Guerra Civil. Sus pesados cañones de 203 mm, junto con más buques y aviones, atizaron sin piedad a una inmensa masa de civiles y milicianos que huía despavorida de Málaga por la carretera costera de Almería, convertida en el improvisado cementerio de entre 3.000 y 5.000 civiles.
Tras la brutal explosión nocturna que acabó con el Baleares, ambas escuadras rompieron el contacto. Ninguna tenía especial interés en combatir de noche. Los otros dos cruceros franquistas que quedaban a flote se retiraron. La flota republicana, compuesta por dos cruceros y cinco destructores, puso proa a Cartagena. ¿Por qué no persiguió al resto de las naves franquistas?
Los asesores soviéticos, sedientos de gloria, arremetieron contra los oficiales republicanos al ver que se alejaban del combate. Uno de ellos agarró por los hombros a Luis González de Ubieta, almirante al mando, mientras le ordenaba: "¡Fuego, fuego!".
Con más tacto, Bruno Alonso, el comisario de la flota, apremió al almirante a perseguir al enemigo que huía. "Seguramente Ubieta (...) debió sentir el deseo de arrojarlo al agua", recordó en sus memorias el comisario Manuel Domínguez Benavides, testigo del combate. A los destructores apenas les quedaban torpedos y ningún oficial en su sano juicio buscaría un combate nocturno por temor a disparar a los suyos. Sin embargo, el almirante fue definido por los soviéticos como un "reaccionario que se encubría temporalmente de ropaje republicano".
Además, Ubieta recalcó que ya podían darse por satisfechos con aquella victoria. Desde el inicio de la Guerra Civil, la Armada que permaneció leal al gobierno no había sido capaz de bloquear el estrecho de Gibraltar ni de salvaguardar el Cantábrico. A esas alturas, lo único que se les pidió fue levantar la moral de la marinería con un ataque sobre el puerto de Palma de Mallorca, fondeadero de la División de Cruceros rebelde y, a ser posible, hacer algo de daño.
La agonía del Baleares
El arma estrella de la flotilla republicana para el ataque a Palma no llegó a participar en la operación. Las tres ágiles lanchas torpederas lideradas por un oficial soviético se echaron atrás al poco de zarpar del puerto murciano de Portmán alegando que el mar estaba demasiado picado para ellas. Ubieta, al enterarse, entró en cólera, los llamó cobardes, pidió la destitución del ruso y siguió adelante con la incursión.
A mitad de camino, pasadas las doce de la noche, ambas flotas se cruzaron sorprendidas. "En ninguna de las formaciones se esperaba el encuentro. La flota republicana contaba con un parte de aviación indicativo de que apenas veinticuatro horas antes los cruceros estaban fondeados en su base de Palma, y los nacionales, pese a tener un buen servicio de información en Cartagena, desconocían la salida de la flota enemiga", explica el investigador Jorge Peñalva Acedo en su estudio publicado en la Revista de Historia Naval.
Tras el torpedo que dejó al Baleares ardiendo, el resto de la flota rebelde consideró que su prioridad era llevar a un lugar seguro a los mercantes que estaban escoltando y regresar más tarde para auxiliar al buque herido. Alertado por el bramido del combate, dos destructores de la Royal Navy se dirigieron allí a toda máquina y rescataron a 469 hombres antes de que el cachalote en llamas arrastrase al fondo del mar a 788 personas, incluido el almirante Manuel Vierna. En una sola acción habían muerto más marineros que en todo el Desastre de 1898, en la que se calcula que fallecieron cerca de 600 marinos.
Cuando los destructores británicos se encontraron con los cruceros rebeldes cerca de las siete de la mañana, nueve aviones republicanos se lanzaron sobre los buques. El ataque fracasó, pero dejó un muerto y cuatro heridos entre los británicos que solo estaban ofreciendo socorro a los náufragos.
Hundido en taquilla
Terminada la guerra, el trágico final del buque se vio como un gran ejemplo de gloria y sacrificio militar y se consideró que su historia tenía el potencial para la realización de una película propagandística. El proyecto titulado El crucero Baleares fue confiado al director de cine mexicano Enrique del Campo, quien tenía previsto conquistar las deprimidas salas de cine españolas de la posguerra.
Para contar la heroica gesta del buque, amenizada con una historia de amor entre oficiales de la Armada y la hija de un almirante para hacerla más digerible, el equipo de grabación tuvo permiso para rodar maniobras reales de la Armada a bordo del Canarias, buque gemelo del hundido en 1938. La película costó más de tres millones de pesetas y fue anunciada a bombo y platillo.
La "gigantesca y heroica epopeya de la gloriosa marina española", según rezaban los carteles publicitarios, se debía estrenar el 12 de abril de 1941, pero el buque fue torpedeado por segunda vez.
Días antes del estreno, con el cine de Gran Vía engalanado para una sesión solemne, la policía se presentó en las más de 48 salas que iban a proyectar la cinta con orden de requisarla. En un imprevisto giro de timón, la censura consideró el proyecto "contrario a los intereses nacionales", sin mayor explicación.
Aún no se sabe por qué ni quién torpedeó por segunda vez al crucero. Del proyecto solo quedaron un puñado de fotogramas y sus carteles publicitarios al destruirse todas las copias que existían. El Baleares volvió a sumergirse y, nueve años después, el exiliado almirante Ubieta, máximo responsable republicano del ataque del Cabo de Palos, se ahogó en un naufragio en el que se negó a abandonar el buque mercante que comandaba en las aguas del Atlántico colombiano.