La operación secreta que decidió la primera guerra carlista en las playas de Cataluña
En febrero de 1839, un buque con 8.000 fusiles para los absolutistas llegó al Mediterráneo, donde le esperaba la Armada española.
26 junio, 2024 04:55En la madrugada del día 5 de febrero de 1839 se produjo un confuso tiroteo en la playa de Montsiá, cerca de la localidad catalana de Amposta. Una gran fogata, usada por contrabandistas y carlistas para guiarse en la noche, llamó la atención de la lancha y el chinchorro del Héroe, bergantín de la Armada. Al acercarse a investigar les recibió una tormenta de fuego de mosquete. Los marineros dispararon al tuntún pero no podían ver al enemigo y, por miedo a una masacre, se retiraron mar adentro.
Esa misma noche, Ramón Cabrera, temible caudillo carlista conocido como El Tigre del Maestrazgo, aguardaba ansioso entre Tortosa y Benicarló. Estaba esperando como agua de mayo la llegada del Gulnare, un velero que transportaba desde Reino Unido un lote de 8.000 fusiles británicos Brown Bess. Además, como detalle de un "famoso político conservador" inglés, el velero llevaba varias pistolas y sables para Cabrera. La guerra civil por el trono de España estaba cerca de su final.
Los absolutistas retrocedían en todos los frentes, cada vez más acosados. Necesitaban uniformes, suministros y sobre todo armas. Según las memorias de Wilhem von Rahden, un barón prusiano veterano de las Guerras Napoleónicas que sirvió bajo las órdenes del Tigre del Maestrazgo, algunas compañías carlistas contaban con palos a los que ataban cuchillos como bayonetas. En Londres, los espías de Cabrera consiguieron comprar 30.000 fusiles que debían llegar en tres buques diferentes. Uno fue capturado por la marina francesa y de otro no se sabe nada, pero el Gulnare llegó a las costas de Levante dispuesto a cambiar el destino de la guerra.
Reuniones clandestinas
No sabían que Miguel Ricardo Álava y Esquivel, embajador español en Inglaterra, estaba al corriente de la operación. Nunca se supo si el chivatazo llegó de los espías isabelinos o de las propias autoridades británicas, pero la información llegó con urgencia a Madrid.
El bando liberal sabía que un velero de contrabandistas había partido de las Islas británicas en septiembre de 1838, mucho antes de que lo supieran los absolutistas que combatían en las montañas del Maestrazgo y el Bajo Aragón. José de Estrada, comandante del bergantín Héroe, recibió la orden de patrullar entre Vinaroz y San Carlos de la Rápita, donde se suponía que tendría lugar la entrega de los preciados rifles del Tigre. El tiroteo de sus hombres en la madrugada del día 5 de febrero de 1839 confirmó las sospechas de que en la zona se tramaba algo gordo.
Desde hacía días, el Gulnare, llamado así en honor de un poema de lord Byron, buscaba la mejor manera de acercarse a la costa sin llamar la atención. Su capitán, un tal Vaughan, apenas podía esconder su nerviosismo. El tiempo corría en su contra y la Armada ya sospechaba de él, por lo que el día 7, al amparo de la noche, llegó al punto de reunión.
Vaughan no quiso acercarse a la costa. Temía a los bancos de arena que podían hacer encallar su barco. Los carlistas tuvieron que enfrentarse al oleaje para desembarcar 100 fusiles en la playa. Estaban liderados por Felipe Calderó, padrastro de Cabrera, marinero y corsario. "La hazaña fue recibida en la orilla con vítores y aplausos. Con esas armas, los carlistas pensaban dar la vuelta a la contienda", apunta Eduardo Casas Herrer, subinspector de la Policía Nacional, en su estudio El apresamiento del Gulnare, publicado por la Revista de Historia Naval.
La caza del Gulnare
Pero todo se truncó. El viento cambió y fue imposible acercar el velero a la costa. El propio Calderó rugió de rabia y se lanzó de nuevo al mar. Llevaban allí toda la noche y aún quedaban 7.900 armas por descargar. Juró que seguiría a aquella embarcación "aunque fuera directa hasta el infierno". Nunca lo logró y al clarear el día, dos faluchos de la Armada se lanzaron sobre aquel sospechoso velero que hacía maniobras extrañas desde hacía días.
Tras una persecución de varias olas, hicieron falta dos disparos de advertencia para que el capitán del Gulnare recogiera velas y aceptase una inspección a bordo. "Vaughan les enseñó documentos que acreditaban que había partido de Londres, rumbo a Liorna (Livorno, Italia), con 8.000 fusiles a bordo, en efecto, pero eso no justificaba la falta de diez cajas [100 rifles] ni la presencia de su buque, con las gavias recogidas, cerca de la bahía", desarrolla Casas Herrer.
Para desesperación del inglés retenido junto a su buque, varios días después un grupo de pescadores de Peñíscola encontraron un bulto de hule que contenía las cartas que el contrabandista había arroja al mar antes de ser abordado. Eran los mensajes entre carlistas británicos y españoles que desmontaban su débil coartada. No se sabe qué fue de Vaughan. Tras su confesión su rastro se pierde en los archivos.
Con el centenar de fusiles que llegaron a la playa, Cabrera armó a una suerte de policía militar y a su guardia personal. Al menos también se había logrado desembarcar las pistolas y los sables que le había regalado aquel anónimo político inglés. De poco le sirvieron ya que ese mismo año el Tigre se quedó solo combatiendo como una bestia herida contra el ejército liberal.
El 31 de agosto de 1839, Rafael Maroto, general absolutista del norte de España, se abrazó de forma simbólica con el general y futuro regente Baldomero Espartero en Vergara (Guipúzcoa). El frente norte se rindió y circularon rumores de que Maroto había purgado a los más fanáticos que, como el Tigre del Maestrazgo, querían luchar hasta el final.
Gracias al abrazo de Vergara, "el Ejército del Norte pudo trasladarse al Maestrazgo, con lo que los carlistas quedaron en una situación de manifiesta desventaja, superadas sus fuerzas en una proporción de hasta diez a uno, fuerzas que por añadidura tenían peor formación militar, armamento insuficiente y provisiones escasas. De haber llegado los 8.000 fusiles a manos de las partidas en febrero, las cosas podrían haber sido bien distintas", cierra el investigador. A pesar de su situación desesperada, Cabrera siguió combatiendo hasta que, en julio de 1840, dirigió a sus hombres hacia el exilio.