El 1604 las fuerzas de Ambrosio Spínola, líder de los Tercios españoles desplegados en Flandes, se arremolinaron sobre la inexpugnable ciudad rebelde de Ostende, protegida por canales y por las aguas del mar. Llevaba tres años bajo asedio y según un grabado de la época, era la espina en el león de la Bélgica española ya que desde su puerto asediaban el comercio hispano en la región.
El archiduque Alberto de Austria, príncipe soberano de los Países Bajos y cuñado de Felipe III estaba desesperado por aquel asedio que nunca acababa y ordenó llamar a un ingeniero famoso en Roma: Pompeyo Targone. Este contaba con alguna experiencia militar bajo los estandartes de la Monarquía Hispánica, había participado en la reforma de varias iglesias, recibía el mecenazgo de una importante familia florentina y estaba diseñando siempre algún un nuevo invento. Quizá alguna de sus máquinas terminaba aquel asedio, pensó el archiduque.
Según llegó al campamento desplegó sus bártulos, conocimientos y palabrería ante Spínola. Le regó los oídos con fabulosas máquinas, cañones dobles, balsas con parapetos y un largo etcétera de inventos que harían palidecer al propio Marte. El comandante de los Tercios que sería inmortalizado por los pinceles de Velázquez le dejó hacer y a principios de años vio con sus propios ojos "el carro de Pompeyo".
Aquella máquina de asalto consistía en un puente de madera montado sobre unas grandes ruedas. A Spínola no le convenció mucho y señaló que un solo impacto de artillería podría destrozar aquel invento. A pesar del fracaso del "carro de Pompeyo", el resto de sus diseños se usaron con más o menos éxito y sus balsas con parapeto (una especie de castillo flotante) sirvieron para proteger la ampliación del dique que asfixiaba a la ciudad.
Aquel hombre estrafalario demostró gran valor bajo el furioso fuego holandés en el asalto a un revellín fortificado con una empalizada que protegía las murallas de Ostende. Sus inventos, a pesar de que fueron criticadas y comenzaron a granjearle cierta fama como 'ingeniero patoso' sin duda ayudaron a que en octubre de ese mismo año, tras más de 50.000 muertes en el bando hispano, la ciudad se rindiera por fin. Fue un triunfo que sin duda quedó amargado por la conquista rebelde del puerto de La Esclusa ocurrido un mes antes.
"Proponía mucho e hacía poco"
Con fama y prestigio personal siguió participando en asedios para la corona francesa de Luis XIII, empecinado en las guerras contra los protestantes hugonotes de su reino. En 1621 construyó un fuerte de campaña para asediar La Rochelle y propuso la construcción de un muelle para mejorar el cerco. En 1622, su plan de operaciones en el sitio de Royan fue un rotundo éxito y la ciudad se rindió en apenas seis días.
Parecía que no dejaba de acumular éxitos y victorias hasta que en 1627 chocó otra vez con la indómita fortaleza aquitana de La Rochelle, apoyada por la flota inglesa. Era la tercera vez que se rebelaba contra el monarca.
El poderoso y hábil cardenal Richelieu, famoso e intrigante estadista conocido en la cultura popular por ser el antagonista de Los tres moqueteros de Alejandro Dumas, confió en el italiano para el asedio que condenaría la carrera del ingeniero. Levantó fuertes, reductos y ordenó cavar trincheras para aproximarse a sus murallas a la vez que retomó el ambicioso proyecto de crear un gran dique para impedir cualquier refuerzo por mar.
Pero, "tras varios proyectos inconclusos y totalmente destruidos por una tormenta en febrero de 1628, Targone quedó definitivamente desacreditado. Las palabras de Richelieu, según las cuales Targone 'proponía mucho e hacía poco', le granjearon una mala fama duradera más allá de los Alpes", explica Emmanuel Lamouche, director del departamento de Historia del Arte y Arqueología de la Universidad de Nantes y autor de la entrada del ingeniero en la web de la Enciclopedia Italiana de las ciencias, las letras y las artes.
Joya barroca
Tras el asedio de Ostende que le haría famoso en los campos de batalla y donde luchó bajo estandartes de la Monarquía Hispánica siguió combatiendo a la órdenes de Spínola en los asedios de Lingen, Lochem y Groenlo entre 1605 y 1606. Tras este último el maestre de campo decidió enviarle a la ciudad germana Colonia donde probaría con gran éxito sus molinos que servían tanto para cereales como para aceite. Poco después regresó a Roma a petición del cardenal Escipión Borghese, un rico mecenas con el que forjaría una prospera relación.
En su tierra natal fue donde alcanzó mayor fama y se le acumularon los contratos. Supervisó obras y reformas de importantes fortificaciones en toda la península Itálica, como las de Ferrara, de los Estados Papales, levantó sus famosos molinos en las orillas del Tíber y propuso varios planes para aprovechar el agua del lago Bracciano, donde en tiempos del Imperio romano se levantaban importantes y ricas villas.
Pero es en el campo de las artes donde más éxitos cosechó cuando en 1608 recibió la tarea de construir el altar de la capilla paulina de Santa Maria Maggiore en Roma, un hito de la arquitectura religiosa barroca. El diseño que realizó con el pintor y grabador Antonio Tempesta, se inspiró en los templos del mundo clásico siguiendo la influencia del Renacimiento. Todo el conjunto está elaborada en mármol de colores veteados y detallado con pan de oro para excitar la visión del espectador mientras que las columnas de soporte se unen a ambos lados de un icono bizantino al que sirven como cortinas de teatro.
En la cúspide de su fama, en 1618 una inundación destruyó sus molinos en el Tíber y la desgracia cayó sobre él. Refugiado en Venecia, los emisarios de Luis XIII de Francia le ofrecieron trabajo en los campos de batalla galos donde Richelieu selló su derrota profesional tras el asedio de La Rochelle de 1628. Empobrecido y sin trabajo, intentó refugiarse en España junto a su familia pero no lo logró. La muerte terminaría sorprendiéndole en Milán en 1633 a los 58 años, demasiado apolillado ya para nuevos trotes y aventuras.