Una imagen de Puigcerdà a principios del siglo XIX durante un ataque carlista.

Una imagen de Puigcerdà a principios del siglo XIX durante un ataque carlista. Cartoteca Digital de Cataluña

Historia

El apóstol catalán de la primera vacuna en España: derrotó al ángel exterminador de la viruela

A finales del año 1800, el joven doctor Francisco Piguillem fraguó un cambio de ciclo histórico en la medicina española. Esta es su historia.

17 septiembre, 2024 08:48

Corría el 3 de diciembre de 1800 y el entusiasta médico de Puigcerdà, Francisco Piguillem Verdacer, resolvió administrar a algunos niños la primera vacuna profiláctica con linfa de vaca en España. Seguía metódicamente las indicaciones del doctor francés François Colom, quien la había ensayado exitosamente con su hijo el 8 de agosto del citado año.

El 5 de diciembre, Piguillem cursaba una breve carta al Secretario de Estado, Mariano Luis Urquijo y Muga, con la emoción de estar frente a un descubrimiento portentoso: "Tengo el honor de presentar a Vuestra Excelencia los ensaios sobre la inoculacion de la vaccina, traducidos a nuestro idioma. Mientras que con ellos podrán los Médicos Españoles comprobar las utilidades que promete esta invención admirable, voy observando sus efectos en seis Niños que he inoculado con la vaccina, cuyo resultado publicaré a su tiempo (sic)".

Sin atisbo de duda, Piguillem se consagró como uno de los más reputados cirujanos del país, coadyuvando con sus aportaciones científicas más allá de la vacunología, la etiología de la fiebre amarilla y el novedoso empleo del estetoscopio para la auscultación del tórax.

La enfermedad

La viruela humana había sido la principal causa de la mortalidad infantil en el siglo XVIII. Esta enfermedad prevalente desencadenaba dramáticas crisis epidemiológicas a lo largo de la Edad Moderna en Europa. Engendrada por la Variola virus o pox virus, se transmitía mediante proximidad física a personas variolosas o mediante el trueque de objetos infectados. La sintomatología se manifestaba por un cuadro febril, vómitos, dolor lumbar, exantemas y, en algunos casos, ocasionaba la ceguera por afectación de la córnea.

Sobre la epidermis se dispersaban pústulas purulentas que se ulceraban e inficionaban. Luego, las vesículas se deshidrataban con el posterior desprendimiento de las costras surgidas sobre las úlceras. La letalidad se movía en torno al 25% de los contagiados, especialmente entre los recién nacidos. Uno de cada siete fallecimientos infantiles en España era por la viruela. Además, producía secuelas estéticas irreversibles como profundas cicatrices en la epidermis o calvicie.

Carta de Piguillem conservada en el Archivo Histórico Nacional.

Carta de Piguillem conservada en el Archivo Histórico Nacional. null

El descubridor de la vacuna fue el cirujano rural inglés Edward Jenner (1749-1823). En 1796 inoculó en el brazo de James Phipps, un niño de 8 años hijo de su jardinero, el pus de la viruela bovina causada por el cowpox virus de las vesículas que portaba en sus manos la ordeñadora Sarah Nelmes. El joven reveló un cuadro clínico de inducción a la inmunidad, demostrando que la viruela vacuna protegía de la viruela humana.

Fue el primero de 23 experimentos que quedaron recogidos en 1798 en la obra An Inquiri into the Causes and Effects of the Variolæ Vaccinæ. Estos avances desataron encendidas controversias en el ambiente científico europeo. El nuevo método preventivo atrajo a enfervorizados difusores practicantes pero también a contumaces detractores y escépticos.

Su biografía

Nacido en Puigcerdà el 7 de enero de 1771, Francisco Piguillem Verdacer cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Cervera. Llegó a ser médico honorario de Cámara de Fernando VII y vicepresidente de la Real Subdelegación de Medicina de Cataluña. Asimismo, se le invistió socio del Real Colegio de Medicina de Madrid y de la Real Academia de París, obteniendo la cátedra de la clínica del Colegio de Medicina de Barcelona. Estableció fluidas relaciones con círculos ilustrados de París y Montpellier que contrarrestaban las carencias de su formación universitaria.

La Real Academia de Medicina práctica de Barcelona en la junta de 1 de junio de 1797 adjudicó a Piguillem el premio anual de una medalla de oro por valor de 300 reales a la memoria descriptiva más completa sobre la epidemia de fiebre terciana ocurrida en España desde 1784 hasta 1796. Tradujo magistralmente al castellano la publicación francesa sobre la inoculación de la vacuna de su colega François Colom y reseñó la profilaxis, la evolución histórica de la viruela y la vacunación de Edward Jenner editada en cartas que cursó a la madre de uno de los primeros vacunados. Fallecería en el lugar donde lo vio nacer el 21 de agosto de 1826 a la edad de 55 años.

Observaciones de Piguillem

Deseando Piguillem investigar las cualidades de la vacuna que centraba el interés de los más acreditados galenos de Francia e Inglaterra, hizo transportar desde París una muestra de cowpox con la que inyectó mediante lanceta a seis niños la fría tarde del 3 de diciembre de 1800 en Puigcerdà. Examinó la benignidad de la vacuna, la uniformidad de los síntomas y la ausencia de riesgo para la salud humana. Por ello, estuvo vacunando en Puigcerdà hasta viajar más tarde a Barcelona con el propósito de comunicar el resultado de sus experimentos al respetable doctor de Vic, José Pascual.

Inoculó virus vacuno que extrajo de las pústulas de los primeros vacunados a su sobrino y le acompañó a la residencia del gobernador Francisco Antonio Borrás para hacer lo mismo con su hija. Quiso experimentar en todos los territorios de la Península Ibérica al igual que se estaba haciendo en el resto de Europa e inquiría: "¿Por qué pues no ha de hacer lo mismo en nuestra España, donde su curso es el mismo que en aquellos Payses extrangeros?(sic)". Para concluir con la siguiente aseveración: "Esta invención conducirá tarde o temprano a desterrar para siempre las viruelas de Europa". Calculaba que cada año morían en España por esta afección alrededor de 40.000 personas.

Invitó a los facultativos españoles a verificar el progreso de sus ensayos clínicos, comprometiéndose en publicar cualquier reacción negativa a la vacuna. El cowpox jamás degeneraba en materia alguna, pasando de un inoculado a otro, de brazo a brazo, si se empleaba fresco o en un tiempo corto de conservación. Las propiedades eran las mismas cuando se extendían en las ubres de las vacas que cuando lo hacían en el cuerpo humano. No existía problema de contagio. Podía administrase en cualquier estación del año y en personas con edades avanzadas sin riesgo alguno para la salud.

En definitiva, la inquebrantable osadía de Piguillem por exterminar la viruela dejó un legado científico sin parangón, que quedará indeleble en los anales de la historia médica española.