La espectacular e inusual ciudad romana en un paraje escarpado de Sevilla: clave en la producción de hierro
- Munigua fue epicentro del poder romano de la vega del Guadalquivir y de la Sierra Norte de Sevilla gracias a los fecundos filones metalíferos.
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El enclave arqueológico de Munigua asoma en las estribaciones de Sierra Morena, a ocho kilómetros al norte del municipio sevillano de Villanueva del Río y Minas. Fue descubierto en 1765 por dos investigadores de la Academia de las Letras de Sevilla. Declarado Municipium Flavium en el siglo I d.C., fue presumiblemente uno de los mayores centros de extracción y fundición de hierro, cobre, zinc y plomo de la Bética romana. A vista de pájaro, refulge un monumental y excepcional Santuario de terrazas.
Los primeros rastros de poblamiento íbero-romano enraízan en el siglo IV a.C. aunque los vestigios que se yerguen corresponden a los siglos I-III d.C., etapa de máxima gloria y esplendor de la urbe. Durante ciento cincuenta años, Munigua fue epicentro del poder religioso, administrativo y político de la vega del Guadalquivir y de la Sierra Norte de Sevilla gracias a los fecundos filones metalíferos y a las prerrogativas imperiales.
Por ende, el augusto Flavio Vespasiano (69-79 d.C.) sancionó la concesión de la ley latina, elevando Munigua a la condición de Municipium Flavium, con lo que esto suponía desde el prisma burocrático. De igual modo, esta estrecha vinculación con Roma quedó plasmada en la famosa tessera broncínea de la hospitalidad: fidelidad y clientelismo político que concertaron los muniguianos con Octaviano Augusto por medio del cuestor y magistrado narbonense Sextio Curvio Silvino.
Fascina el grandioso santuario que corona la Colina Sagrada. Sin atisbo de dudas, es considerada la edificación más relumbrante y estaba consagrada al culto de Fortuna y Hércules. Las paredes estuvieron revestidas de mármol en varias tonalidades que se expoliaron cuando se produjo el abandono del núcleo urbano. Los investigadores aseguran que este modelo de asentamiento no es usual en España porque es más propio de la región del Lacio (Italia).
Descendiendo por sus abruptas cuestas, brilla otras de las construcciones exclusivas: el templo modelo pódium, ignorándose a qué deidad se veneraba. Perfila un diseño arquitectónico de bloque cúbico, reforzado con cuatro contrafuertes que lo sostienen. Estaba ornamentado con placas marmóreas y el acceso se realizaba mediante unas escaleras. Había sido construido a comienzos del siglo II.
El aediculo, en la conocida calle del Foro, es un pequeño edificio o templete que servía de tabernáculo o relicario entre otras utilidades. Sobre un podio se alza una reducida y sencilla cella o espacio interior de forma rectangular, en la que el sacerdote augustal Lucius Fulvius Genialis ofrendó un altar o ara con una inscripción glorificando al dios Mercurio. Sus paredes estuvieron estucadas y pintadas.
Otra singularidad de este enclave es su inconfundible trazado urbano. No se acomoda a la tradicional trama ortogonal o reticular del urbanismo romano sino a la quebrada ladera de la Colina Sagrada. La planificación del callejero arrancó bajo la administración de Augusto (27 a.C.-14 d.C.) y se dilató hasta los estertores del siglo I e inicios del II. Gran parte de las edificaciones civiles y religiosas, incluido el Santuario, conciernen al último tercio del siglo I.
Munigua notaría una renovadora remodelación municipal, especialmente visible en la ladera oriental de la colina. El foro, plaza monumental de planta cuadrangular, porticada y flanqueada por varios edificios, alberga el templo deificado a la religión del Estado romano (la tríada capitolina —Juno, Júpiter y Minera—) o al culto al emperador; la basílica, en la que se impartía justicia y se finiquitaban los convenios jurídicos y mercantiles; la curia, sede del senado municipal; el Santuario de Dis Pater (Dios del inframundo), que era el numen de los mineros; el Tabularium o archivo de Munigua, costeado de la pecunia del potentado Lucius Valerius Firmus; y las termas, cuyos tabiques aún conservan marcas de policromías, se organizan en forma de L, presidida por un edificio absidiado o ninfeo.
A lo largo de las diversas excavaciones, los arqueólogos han exhumado el apodyterium o vestuario, el frigidarium o sala de agua fría, el caldarium o estancia de agua caliente y el praefurnium u horno. Dentro del frigidarium apareció la estatua de una ninfa y fragmentos de otras.
En la necrópolis se han excavado un total de 170 tumbas de dos tipos: de incineración y de inhumación. También se han identificado otros espacios funerarios como un monumental mausoleo del siglo II d. C., de planta rectangular cubierto por bóveda de medio cañón en el interior y tejado a dos aguas al exterior. Estas construcciones estaban acotadas por un pórtico que regulaba el tránsito de unas a otras y preservaba de las inclemencias meteorológicas a los viandantes. La cimentación de varios tramos de las murallas se ha fechado en torno al siglo II d.C.
Como acontecimiento absolutamente inaudito reseñar que algunas sepulturas quedaron en el interior del pomerium, es decir, del límite mental, religioso y administrativo más que físico que enmarcaba a Munigua. Esta costumbre entrañaba una inobservancia de la legislación romana puesto que estaba rigurosamente prohibido enterrar cadáveres intramuros. Recientemente, las excavaciones han desenterrado cuarenta y cinco tallas escultóricas y más de ciento cincuenta piezas de terracota del siglo II d.C. provenientes de ajuares funerarios junto a joyas, cerámicas, monedas, objetos de tocador y vasijas vítreas.
A finales del siglo III, la ciudad padecerá una violenta sacudida sísmica que marcaría el inicio de su ocaso. Pero los vestigios atestiguan un pasado de gloria, riqueza y fama que el paso del tiempo no será capaz de borrar.