Roma, septiembre del año 96: viaje inmersivo a los espectáculos del Coliseo (como no cuenta 'Gladiator')
- El arquéologo y divulgador Néstor F. Marqués descubre en su nueva obra, con un llamativo formato, la verdad sobre cómo era el ocio de los romanos.
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Si la Antigua Roma tiene infinidad de ingredientes fascinantes, Néstor F. Marqués es un virtuoso capaz de averiguar tantas e ingeniosas fórmulas para descubrir a sus lectores los detalles más insospechados. El pasado mayo, el arqueólogo y divulgador, de la mano de su compañero Pablo Aparicio, proponía un viaje inmersivo, virtual, a La Roma de Constantino (Desperta Ferro), una hipnotizante recreación en 3D de la Ciudad Eterna en su último momento de esplendor. Ahora, en solitario, emprende una nueva excursión al pasado —y esta vez de forma todavía más literal—, para conocer a fondo el mundo de los espectáculos y el ocio romanos.
En Gladiadores (Espasa), Marqués se sube al DeLorean y retrocede hasta mediados de septiembre del año 96 d.C. El emperador Domiciano, que está a punto de ser asesinado, cumple quince años de reinado y va a organizar los ludi romani, los juegos más importantes del año, dedicados a Júpiter Óptimo Máximo, con 150 parejas de combatientes sobre la arena del Coliseo, cientos de bestias para ser cazadas, carreras de carros en el Circo Máximo, competiciones atléticas o representaciones teatrales. Un programa masivo de espectáculos y emoción del que nos convertimos en auténticos testigos.
"Quería hacer un libro totalmente diferente a los que he hecho hasta ahora, con una narrativa ficcionada desde el rigor dándole el toque de un viaje. Una vez que tuve toda la documentación fue imaginarme que estaba allí e ir paseando con el lector", explica Marqués, autor también de Fake news de la Antigua Roma o ¡Que los dioses nos ayuden!. Si la premisa del ensayo era presentar, coincidiendo con el estreno de Gladiator II, el mundo de la gladiatura desde un nuevo prisma, el investigador aprovecha además para hacer justicia al vilipendiado Domiciano, princeps que reconstruyó y recubrió Roma de mármol y la impulsó a una nueva edad dorada, y ofrece una vívida radiografía de la vida cotidiana romana.
Marqués, por ejemplo, se adentra en una caupona, un establecimiento donde se ofrecía comida casi a cualquier hora del día, para recoger de manos del propietario, Fortunatus, los tickets para poder acceder a los juegos. Aunque la entrada al Coliseo y a los otros recintos era gratis, se necesitaba tener una tesserae, fichas de hueso o madera numeradas que se repartían en los días previos. Hoy en día, en los alrededores del Anfiteatro Flavio todavía se conservan unos cipos o piedras con unas misteriosas marcas. Los investigadores creían que podían formar parte del sistema del toldo (velarium), pero es probable que fuesen una suerte de tornos, unidos por cuerdas, para gestionar el aforo. "Eso que parece muy moderno ya se lo tenían que plantear en una ciudad de un millón de habitantes", apunta el arqueólogo.
Dentro del Coliseo la experiencia resulta todavía más real, no solo por la minuciosa descripción de todo lo que ocurría sobre la arena y en las gradas —desde juegos de mesa y apuestas, aunque estuviesen prohibidas, a arrojar fruta a los gladiadores si el espectáculo no era del gusto del consumidor, práctica amparada por ley—, sino por las recreaciones que han hecho Marqués y Aparicio. Desde el gallinero de madera nos asomamos al fervor que levantan entre el público media docena de parejas. Es la época álgida de los munera gladiatoria.
¿Pero luchaban realmente así? "Lo que sabemos es que no era un todos contra todos a lo loco como se vende en el cine", responde el experto, responsable del proyecto de divulgación Antigua Roma al Día. "La iconografía muestra que las luchas eran en parejas y en algún caso dos gladiadores contra otro mejor armado. Cuando las fuentes dicen que van a luchar 150 parejas te das cuenta de que tiene que haber varias a la vez. Luego habría un par de combates estrella en el centro de la arena. En época de Domiciano también se celebraron de noche con antorchas".
Respecto a los gestos de vida y muerte, Marqués apunta una llamativa hipótesis: un brazo alzado con el puño en alto para perdonar o que se dirige al pecho y después se extiende hacia delante y hacia abajo como señal de condena. "Los romanos tenían tan interiorizado esto que no lo describieron, o al menos no se ha encontrado el texto. Es algo que no aporta conocimiento, pero estaría muy bien viajar en el tiempo y poder verlo, aunque solo sea por curiosidad malsana", comenta.
Espectáculos sagrados
En esa semana de septiembre de 96 d.C. en la que "pasa de todo" todavía aprieta el calor. En el Coliseo hay unos aspersores con tuberías de plomo que escupen agua y rosas. También braseros con incienso para camuflar los olores nauseabundos. La bonanza de las arcas imperiales permite además bañar al pueblo de con snacks —galletas, pastas, dátiles rellenos o pan— y regalos. Se lanzan bolas de madera con una sorpresa dentro, un caramelo por el que hasta se pelean los senadores. Los premios son joyas, monedas, pequeños pedazos de oro y plata o fragmentos de pergamino para cajear a la salida por animales, esclavos, barcos y hasta una villa en el campo.
Para acceder al Circo Máximo, que se encuentra en obras, no se necesitan fichas, sino mucha paciencia a la hora de hacer cola —algunos nobles envían a sus esclavos de avanzadilla—. Lo curioso es que en este recinto no se da una estratificación social tan rígida como en el Coliseo, donde los infames y las mujeres ocupan las zonas más altas. Aquí todo el mundo está apretujado, y como dice el poeta Ovidio en sus libros sobre el arte de amar, es el lugar idóneo para arrimarse y ligar. Carreras de carros podía haber un centenar al año; combates de gladiadores una décima parte.
"Los gladiadores son un espectáculo profano, los dioses no pintaban nada, y sin embargo las carreras de carros o el teatro eran espectáculos para venerar a los dioses", explica Marqués, que revive una de las 2.047 victorias del auriga hispano Flavius Scorpus. Un personaje real, aunque no todos lo son en el libro. "Al final incluyo una nota histórica en la que explico punto por punto si me he inventado algo y qué sentido tiene", defiende. El esclavo que muestra los subterráneos del Coliseo, por ejemplo, se llama Carandus y no es más que un guiño a Andrea Carandini, el historiador que más sabe de la topografía de Roma.
Marqués desentraña, asimismo, la organización de las naumaquias (batallas navales), la historia de los ludi saeculares, unos juegos con un gran simbolismo ritual que supuestamente se celebraban cada 110 años, o la importancia de los juegos atléticos —había lanzamiento de jabalina y disco, distintos tipos de lucha y carreras a pie tan raras como el hoplitodromos: dos vueltas al estadio con el arrastre de una panoplia militar completa—. Pero el gran reto es que toda la información disponible sobre la Antigua Roma, que es inmensa y abarca muchos siglos, cuadre para reconstruir con una precisión histórica quirúrgica una semana del año 96. Un profundísimo conocimiento que hace de Gladiadores una obra excepcional.