El gran colocón de Hitler: cocaína, esteroides y otras drogas en la clínica de yonquis del nazismo
- El delirio toxicológico arrastró al abismo al führer, víctima en su intento de hacer que el mundo quedara absorbido por un éxtasis total.
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Hitler fue el paciente A. Su degradación física y psicológica a causa del estrés y de la alimentación vegetariana se aceleró a partir del otoño de 1941. El doctorcito Theodore Morell, como en la intimidad el führer gustaba llamarle, suministraba sustancias para mantener al paciente siempre eufórico. Entre agosto de 1941 y abril de 1945, permaneció a su lado prácticamente a diario. En ese lapsus de tiempo, le llegó a administrar cerca de 800 inyecciones. Göring se refería a él como "el maestro de las jeringuillas del Reich".
Hitler soportaba desvanecimientos por diarreas disentéricas como aquellas en la Guarida del Lobo. Raudo, Morell apañaba compuestos de vitamultina y calcio, combinado con el esteroide Glyconorm, un preparado hormonal de jugo de miocardio prensado, corteza suprarrenal y páncreas de hígado de cerdo. Aunque pronto fue ampliando el espectro de fármacos: estimulantes metabólicos, sustancias reconstituyentes ricas en hormonas y anticuerpos a partir de sangre uterina, secreciones contra la disminución de la libido y concentrados derivados de la disolución de testículos de toros para combatir cuadros de depresión.
Su facultativo de confianza acostumbraba a portar un misterioso maletín atiborrado de ampollas precintadas por si resultaban necesarias ante cualquier contrariedad. Inyecciones intramusculares o intravenosas con glucosa o con Vitamultin Calcium. El investigador Norman Ohler relata en El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich (Crítica, 2016) que más de ochenta preparados hormonales, esteroides, medicamentos y otros remedios enriquecían el cóctel terapéutico del führer. Este metódico bombardeo farmacológico alteró su organismo de tal manera que le llevaba a distorsionar la realidad. Morell seguía siendo indispensable y no lo dejaría ni siquiera en las reuniones informativas.
Desde diciembre de 1942, flatulencias, halitosis y malestar comenzaron a mermar la energía del paciente A. Médicos del Reich aconsejaron a Hitler que podría ingerir estimulantes cardiacos para regenerar su quebradizo aspecto. Morell desechó esta alternativa rotundamente porque, según su acreditado criterio, aumentaba la presión sanguínea y podría ocasionar convulsiones epilépticas. Sin duda, el apocalipsis de Stalingrado mermó a marchas forzadas su cuerpo y su mente.
Morell ambicionaba convertir las glándulas tiroideas, cápsulas suprarrenales, testículos, ovarios, glándulas bulbouretrales, vesículas biliares, estómagos, médulas espinales, páncreas, corazones y pulmones de cerdos, ovejas y vacas sacrificados en los industriales mataderos ucranianos en sustancias dopantes o esteroides. Y tenía un lucrativo negocio en mente: fabricar productos organoterapéuticos y compuestos nutritivos a base de plasma desecado y zanahorias.
Ohler sostiene que "el doctor Morell utilizó a sus pacientes del cuartel general del führer —entre ellos con toda seguridad también el propio Hitler— como conejillos de Indias para probar dudosos preparados hormonales y esteroides, a menudo elaborados en condiciones higiénicas catastróficas, que inyectaba con jeringuillas directamente en la sangre".
Aspecto repulsivo
Con la entrada del año 1943, el Reich de los Mil Años estaba sentenciado de muerte. Hitler seguía tomando con fruición suplementos vitamínicos y vigorizantes para refugiarse en la utopía de la victoria final. Su acelerado envejecimiento demostraba que el combinado de hormonas, esteroides y vitaminas ya no era suficiente. Había que incrementar la dosis o buscar un sustitutivo más contundente. Morell lo había descubierto: Eukodal. Un narcótico adictivo cuyo principio activo era un opioide denominado oxicodona, sintetizado a partir del opio natural. Provisto de un efecto analgésico que doblaba el de la morfina, era euforizante de impacto inmediato, claramente superior al de la heroína. Al mismo tiempo, se manifestaba como un potente antidepresivo.
Sin duda, era una droga dura porque creaba dependencia en personas propensas. Morell decidió inoculársela a Hitler por vía intramuscular. Albergaba la esperanza de revitalizar al führer y, de paso, acabar con su estreñimiento espasmódico, quizá de raíz psicológica. Cuenta Olher que en la reunión que mantuvo con Mussolini en la Villa Gaggia cercana a Feltre en Venecia, "Hitler actuó sobreexcitado. El führer estuvo hablando tres horas seguidas, intentando persuadir con voz ronca a su colega dictador" para que continuara al lado de Alemania.
En el devenir de los meses hasta otoño de 1944, Morell ofreció a su implacable líder dosis controladas de cocaína. Combinada con el vigor del Eukodal, cuya posología llegó a cuadruplicar, junto a otros antidepresivos, el führer accedía a nirvanas cautivantes y artificiales. En palabras de Olher, "la acción sedante del opioide compensaba el efecto estimulante de la cocaína".
La adicción de Hitler iba en aumento. Pero, cuando la huella del Eukodal desaparecía, comenzaban los espasmos, especialmente intensos y frecuentes a finales de 1944. Su mano izquierda temblaba agitadamente. Después afectó a la derecha. Por ello, las escondía en los bolsillos y, a veces, se agarraba la izquierda con la derecha de manera enérgica. Además, las convulsiones se extendieron por ambas piernas. Los efectos secundarios de sus adicciones fueron trastornos del sueño, espasmos y estreñimiento crónico. Las flatulencias eran terribles y podía pasar las noches con los ojos abiertos. Por esta circunstancia, Morell le administraba narcóticos barbitúricos como Luminal o Quadro Nox.
Con los últimos días en el Führerbunker, Hitler mostraba un aspecto repulsivo: descomposición del esmalte dental, sequedad de la mucosa bucal y caída de dientes. Los dolores de cabeza eran insoportables por lo que Morell practicaba sangrías para calmar a su distinguido paciente. La sangre extraída se había tornado tan espesa como la gelatina, resultado de las inyecciones de hígado de cerdo repletas de hormonas. El párpado izquierdo se le había hinchado de tal manera que ya no veía absolutamente nada con ese ojo. Como carecía prácticamente de dentadura, succionaba los alimentos, por lo que le entraba aire en los intestinos y provocaba hediondos gases.
Este delirio toxicológico arrastró al abismo al paladín espiritual del nacionalsocialismo. El 30 de abril de 1945, Hitler se suicidaría tras un disparo en la cabeza alrededor de las 15:30 horas, "víctima de una sobredosis de mixtura tóxica, de su intento perentorio de hacer que el mundo quedara absorbido por un éxtasis total", sentencia Ohler.