Los antiguos romanos, especialmente aquellos que pertenecían a las clases altas, disfrutaban de sus vacaciones y de sus viajes de placer, al igual que ocurre actualmente durante los meses del verano.
La capacidad de viajar durante los distintos meses del año era un signo de estatus social y de poder, en tanto que eran personas que no tenían que trabajar. Y estos viajes tenían varios destinos populares, tanto dentro del territorio cerca de Roma como en regiones más alejadas del Imperio.
En consecuencia, en muchas ocasiones viajaban a ubicaciones que consideraban exóticas, y a las que no tenía acceso mucha gente, como puede ser Egipto, Grecia y algunas zonas de Asia. Y cómo hoy hacen los turistas más desconsiderados, también hacían grafittis. "¡No puedo leer este escrito!", se quejó un romano respecto a los jeroglíficos grabados en la tumba de Ramsés VI en el Valle de los Reyes. "¿Por qué te importa no poder leer los jeroglíficos? No entiendo tu preocupación", le respondió otro grafitti.
Sin embargo, cabe destacar que la movilidad de los romanos durante sus vacaciones no solo estaba motivada por el ocio, sino también por el deseo de prestigio, educación y de entrar en contacto con la naturaleza.
Para muchos romanos, los viajes se convertían en un auténtico lujo, a pesar de tener que pasar mucho tiempo en la carretera hasta llegar a su destino. De hecho, Suetonio en Vida de Nerón escribe de este que "nunca salía de viaje sin un séquito de mil carruajes como mínimo tirados por mulas con herraduras de plata".
Entre los destinos favoritos de los romanos se encontraban las villas en el campo, conocidas como villae rusticae. Eran los romanos de clase alta aquellos que poseían estas villas, que no solo servían como retiro de vacaciones, sino también como centros de producción agrícola.
Las familias romanas se retiraban a estas propiedades durante los meses más calurosos para disfrutar del aire fresco, la caza y la vida rural. Entre las zonas preferidas de los romanos para tener una villa se encontraba el golfo de Nápoles.
En cualquier caso, también cabe destacar que más allá de las villas en el campo, también existían las villas en la ciudad, apartadas del bullicio y del ruido de la rutina, con el objetivo de descansar y apartarse del resto de las gentes.
Estas villas contaban con jardines, baños privados, y a menudo estaban situadas cerca de lagos o ríos, proporcionando un ambiente relajante lejos de la bulliciosa vida urbana.