La importancia que ha cobrado China con la pandemia del coronavirus es casi proporcional al daño que ésta está causando. Todo el mundo habla de China que, en el plazo de tres meses, ha pasado de ser el país villano donde nació un patógeno que ha llegado casi hasta el último rincón del planeta a ser el paradigma del buen hacer: donde han logrado controlar la epidemia y que sirve ahora de proveedor de material sanitario salvavidas para la gran mayoría de los países.
Pero mientras el Gobierno y las comunidades autónomas se llenan la boca al decir que han adquirido 'X' partidas de mascarillas, test, guantes o cualquier otro material necesario para el manejo y la prevención del COVID-19, también se escucha con frecuencia una frase inquietante: "Estamos en un mercado muy convulso". Y nadie lo pone en duda.
La primera percepción que tuvo la población general de que las cosas con China podían no ser fáciles fue la famosa partida de 650.000 test adquiridos a la empresa Bioeasy, que hubieron de ser devueltos tras constatarse que no cumplían la eficacia prometida, a pesar de contar con el marcado europeo CE y ser por tanto aptos para su comercialización en Europa.
Nadie sabe nada
Pero a la hora de dar explicaciones sobre cómo se habían comprado esos test, todo se enrareció. Sanidad sólo ha contado que los había adquirido a través de una empresa española intermediaria de la que se ha negado a dar el nombre. Sólo una vez el ministro de Sanidad, Salvador Illa, acompañó esa negativa de una pseudoexplicación: "Ahora nos tenemos que llevar bien con todos los intermediarios", dijo.
El director del Grupo de Investigación en Economía de la Salud y Gestión Sanitaria de la Universidad de Castilla la Mancha (UCLM), Álvaro Hidalgo, explica a Invertia que esta situación era, hasta cierto punto, esperable. La razón: el Gobierno nunca compra directamente a lo que él define como "la fábrica del mundo". "China y Corea son los grandes productores, muchas cosas con diseño y patente de otros países -como el Iphone- se fabrica ahí, tanto por los bajos costes laborales como por su amplia disponibilidad tecnológica", comenta.
Entonces, si todo el mundo -se entiende que también España- compra a China, ¿por qué de repente parece una misión imposible? Hidalgo señala que las vías de entrada de los productos chinos a nuestro país son los distribuidores.
Además, la compra de medicamentos está transferida a las comunidades autónomas, salvo algunos fármacos que sí se adquirían de forma centralizada por el Ministerio y el Instituto Nacional de Gestión Sanitaria (INGESA), responsable de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Era el caso de algunas vacunas o ciertos medicamentos biológicos inmunosupresores para las enfermedades reumáticas.
Pero tampoco las comunidades autónomas comerciaban directamente con Pekín. Lo que hacían era un concurso público al que se presentaban varias empresas distribuidoras, compañías que importan desde China y, detalle importante, que en su mayoría no son españolas, aunque también las hay en nuestro país, pero más pequeñas y que sólo llegan al 10 % de la demanda interna.
Las grandes están localizadas en Francia y Alemania, dos países que tienen algo en común: en cuanto empezó la crisis, mucho antes de tener una avalancha de casos, sus gobiernos restringieron a estas empresas exportar a terceros países, como también hizo después la Unión Europea. Si traían algo de China, tenía que ser para consumo local.
Además, la relación de las comunidades autónomas con estas distribuidoras se da a través de concursos públicos, para los que se sacan los pliegos correspondientes. Con la urgencia imperante en ese momento, no había tiempo para convocarlos. Por otra parte, las distribuidoras pequeñas españolas tampoco podría arriesgarse a comprar en China: el decreto del estado de alarma decía muy claro que el Gobierno podía intervenir los productos sanitarios que llegaban aquí. ¿Qué empresa pequeña se iba a arriesgar a hacer una gran compra y que sus productos fueran requisados en la pista de aterrizaje?
Por supuesto, de fondo estaba el problema más importante: con la llegada masiva del coronavirus a todo el mundo, las empresas productoras -tanto chinas como de otros países- sencillamente no daban abasto. Por mucho que se doblaran turnos y se aumentara la producción, no se podía comprar todo lo necesario, por lo que en el mercado de productos sanitarios empezó a imperar la ley de la selva.
Así, comenzó a toda prisa la segunda fase: gobiernos y comunidades se tenían que poner directamente en contacto con las empresas chinas para intentar comprar por encima de otros países. Sólo los más precavidos -España no parece que lo fuera- se habían aprovisionado antes de que todo saltara y probablemente incluso esos países adelantados necesitarían comprar más.
Pero no había experiencia en la compra a estas compañías y, sin la ayuda de los distribuidores habituales, parecía complicado.
Laya ha reconocido que el Gobierno no está acostumbrado a comprar en China. "Es un mercado que nos es un poquito desconocido", declaraba la ministra de Asuntos Exteriores, Arantxa González Laya, en una entrevista.
En ese momento, señala Hidalgo, aparecen los intermediarios, gente que conoce a gente que trabaja con empresas chinas. "Hay algunos que lo han hecho de buena fe, pero también están los que quieren sacar tajada. Muchos no han trabajado en eso en su vida, pero ven la oportunidad, tienen contactos en los países de origen y se apuntan. Esto explica parte del descontrol", añade.
En la misma línea se pronunció la ministra en la citada entrevista: "Hay muchos intermediarios que se presentan, nos ofrecen gangas y luego evidentemente resulta que no son gangas".
La importancia de la cantidad
A esto se sumó otro problema; cuando hay que comprar en origen es importante comprar mucha cantidad, por ejemplo todo un lineal de producción. "Por eso, la idea de centralizar las compras no era mala sobre el papel", apunta Hidalgo. Pero al no haber experiencia por parte de los responsables de Sanidad, se pasó a Hacienda. Pronto, las comunidades pudieron volver a comprar por si solas, pero enfrentándose a los mismos problemas.
Según el profesor de Economía de la Salud, las cosas ahora están empezando a mejorar. Pero, en su opinión España cometió dos errores: ir tarde y no prohibir la exportación del material que habían adquirido las empresas fabricantes y distribuidoras. En cualquier caso, la situación no era nada fácil.