Si hay algo que los años me han enseñado es que, sin ser las únicas, existen dos formas habituales de enfrentarse a algo que no funciona. La primera es concentrarse en el fallo y ahondar en qué es lo que hicimos mal; la segunda, aceptar el error con responsabilidad, pero fijándonos, sin embargo, en cómo lo que sí funcionó puede ayudarnos a resolverlo. La opción uno suele ser más rápida; la alternativa, algo más costosa (en términos de esfuerzo y tiempo), pero también más efectiva y gratificante a largo plazo.
En el ámbito empresarial, pasa algo similar. Sobre todo en un momento de transformaciones frenéticas e incertidumbre como el actual, caemos fácilmente en decirle a las empresas, especialmente a las pymes, “esto lo haces y necesitas un cambio radical”. Es el mensaje que trasladan muchos profesionales y eventos de cabecera, e incluso los innumerables titulares que, desde los medios, denuncian la escasa productividad y competitividad de las compañías españolas o los niveles de destrucción de empleo de nuestra economía.
Sin ánimo de quitarle importancia a hechos y datos que están ahí, esas afirmaciones no dejan de ser para mí una fotografía incompleta que solo captura una parte de la realidad. ¿Está nuestro tejido empresarial en perfecto estado de salud y con todos los deberes hechos? No. ¿Necesita romper radicalmente con su forma de hacer las cosas hasta ahora? Tampoco. Y lo dice alguien con experiencia en uno de los entornos más “disruptivos”, el digital.
Abordar la transformación de la pyme para impulsarla, exige, antes que nada, acercarse a ella desde el mayor respeto y desde el reconocimiento de todo lo conseguido hasta el momento. A menudo se nos olvida que, si están ahí y llevan años operando, es porque algo han hecho bien; quizás conocen como nadie su nicho de mercado o consiguieron diversificar su oferta para superar una crisis o lograron distinguirse por su manera de tratar a sus equipos y a su clientela. Sea como sea, están ahí porque han sabido construir valor.
La base ya la tienen, y a las pymes hay que hacerles creer esto. Algo que, con suerte, nos ayudaría a atajar otro de los males que las atenazan: ese complejo de inferioridad que las arrastra a una economía de subsistencia con pocas sinergias con el entorno. Solo quiero recordar que, en 2019, las pymes aportaron el 17% del Producto Interno Bruto (PIB), representaron el 13% del total de las ventas del país y generaron el 53% del empleo. Creo que son motivos suficientes para sacar pecho.
La digitalización no debe ser percibida como un elemento que llega impuesto para romperlo todo y empezar desde cero
Ahora bien, ese enfoque positivo es especialmente importante cuando, en esa transformación para ser más productivas y ganar en competitividad, entran en juego la tecnología y la digitalización.
El último año nos ha confirmado el papel clave que ambas pueden jugar. De hecho, son el elemento que ha permitido a muchos negocios mantenerse en pie, como es el caso de los restaurantes y pequeños comercios que continuaron operando en los momentos de confinamiento más duros porque podían vender online. Incluso así, me consta que ambos términos siguen generando cierta confusión e incluso miedo en algunas compañías, especialmente, las más pequeñas y con menos recursos.
De nuevo, parte de ese temor viene infundado por entender la transformación digital como algo que nos vendrá dado desde fuera con una forma y un color que no necesariamente tiene que casar con cómo la empresa ha funcionado hasta el momento.
Nada más lejos de la realidad.
La digitalización no debe ser percibida como un elemento que llega impuesto para romperlo todo y empezar desde cero, sino como un complemento capaz de poner en valor esas capacidades probadas. Y, por cierto, tiene que partir desde dentro de la organización, hacia fuera. Es más, debe empezar desde el convencimiento en sus posibilidades de la dirección general e impregnar toda la cultura de la organización y la estrategia. Después de eso, vendrá elegir una u otra tecnología, pero antes hay que decidir para qué la quiero y pensar en cómo la digitalización me va a ayudar a generar más ingresos, a ser más eficiente con mis gastos y a crecer más rápido en un entorno global en el que el tamaño de las empresas va a ser todavía más importante.
Y desde ahí, entonces sí, hablemos de digitalización, que no es otra cosa que poner en valor los datos que se generan dentro y fuera de la organización para obtener ventajas competitivas. Lejos de lo que muchas empresas piensan, su uso no es solo válido para grandes compañías. Pensemos en ese taller o tienda de barrio. La mejor forma de mantener su clientela e incluso hacerla crecer es conocer a sus vecinos. Pues bien, hay una ingente cantidad de datos a nuestro alrededor que pueden utilizar para ese fin.
Estas empresas pueden conocer el nivel de renta de sus vecinos analizando los precios de compraventa y alquiler de los portales inmobiliarios de internet o analizar la tipología de familia del barrio con los datos del INE para adaptar sus productos y servicios. Pero también pueden dirigirse a esos consumidores a través de nuevos canales, como las redes sociales, que, además, les darán pistas sobre sus intereses.
Lo mismo sucede con el cloud. Según los últimos datos publicados por el INE en su encuesta sobre uso TIC en empresas, únicamente un 28,1% de las compañías españolas con acceso a internet utilizaba en 2019 servicios en la nube.
Soy consciente de que el objetivo es ambicioso, pero también tengo confianza plena en que es posible
Esto nos sitúa 10 puntos por debajo de la media europea y muy lejos del 70% de Suecia o Finlandia. Pero la nube permite a las pymes acceder a tecnologías más punteras en condiciones similares a las que acceden las grandes empresas. Su implementación tiene, además, un impacto directo en términos de eficiencia en sus operaciones, de optimización de recursos y de reducción de costes, por no hablar de que aumenta su capacidad de adaptación al cambio y de que las dota de mayor escalabilidad.
Digitalizar la pyme implica, por tanto, ayudarla a comprender, sobre el terreno, los beneficios que le aportará de acuerdo con su tamaño, el sector en el que opera y el tipo de producto o servicio que vende.
Y acompañarla. Porque se habla mucho de que hay que digitalizarla, pero la realidad es que se encuentra muy sola en ese camino. Por eso es importante también encontrar empresas tractoras que las ayuden a ser innovadoras, identificando campeones digitales que reviertan la digitalización en todo su entorno y creando a su alrededor un ecosistema de compañías con cultura digital.
Soy consciente de que el objetivo es ambicioso, pero también tengo confianza plena en que es posible.
Nos encontramos ante un momento clave para nuestra economía y, en particular, para el futuro de todas las pequeñas y medianas empresas de nuestro país, que suponen un 99,7% del tejido empresarial español, y que han sido las principales afectadas por el impacto económico del coronavirus. Pese a ello, por primera vez, contamos con una estrategia clara para superarlo: el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia del Gobierno. Este incluye una partida de 5.000 millones de euros para ayudar a las pymes a incrementar su tamaño, para favorecer su internacionalización y para facilitar, en definitiva, la transformación digital de su actividad.
En este contexto, necesitamos trabajar juntos, el sector público y privado, para asegurarnos de que estas ayudas acaban sirviendo a las necesidades reales de nuestras empresas. Es nuestra responsabilidad no desaprovechar esta oportunidad lanzando una cerilla para empezar desde cero y centrarnos de verdad en las capacidades que sí hemos construido en todo este tiempo, en todo lo bueno que sí tenemos.
***César Tello, director general de Adigital
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