Si el objetivo del último libro de Adolfo Plasencia era el de hacernos pensar, no hay duda de que lo ha conseguido y con creces.
¿Qué es la inteligencia? ¿Cómo funciona realmente el cerebro? ¿Somos deterministas y estamos determinados? ¿Es importante mantener una internet abierta y libre? Estas son algunas de las dudas que el escritor, profesor y bloguero de ciencia y tecnología plantea a 39 científicos y humanistas de todo el mundo en 'De Neuronas a Galaxias. ¿Es el universo un holograma?'.
Entre ellos encontramos a referentes del saber como Tim O’Reilly, autor del concepto de la web 2.0 y encargado del prefacio del libro; Richard Stallman, creador del software libre; el filósofo, matemático, ensayista y catedrático español Javier Echeverría Ezponda; la astrónoma Sara Seager; José María Yturralde, catedrático de Pintura; o el virólogo Luis Enjuanes, del Centro Nacional de Biotecnología.
Una consecución de diálogos, uno de los mejores caminos para la búsqueda conjunta de ‘la verdad’ o del conocimiento según Platón, que llega ahora en español, editada por la Universidad de Valencia y que es una versión ampliada del que en su día publicó la editorial del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT Press).
Como el mismo Plasencia apunta, el cometido final de este libro no es otro que hacer pensar, una actividad casi de lujo en estos días. Y lo cierto es que lo consigue. Pensar sobre los temas que él trata pero, por qué no, sobre muchos más.
¿Qué es la Tercera Cultura y por qué este libro forma parte de ella?
La Tercera Cultura, como dice el filósofo Javier Echevarría, uno de los participantes en el libro, es la fusión o la integración entre la cultura tecno-científica y la cultura humanística. No sólo por azar, sino también por necesidad porque, para avanzar en ciertos campos del conocimiento y de la ciencia, se necesita el auxilio imprescindible de las humanidades.
Es significativo que, sobre todo en el campo de la inteligencia artificial, los tres centros que se han abierto en los últimos años en Oxford, Cambridge y Harvard, aunque en sus plantillas tengan ingenieros, tecnólogos, etc., estén dirigidos por filósofos. También incluyen en sus equipos estudiosos de humanidades, desde antropólogos a psicólogos pasando por sociólogos que, además, ahora tienen un campo nuevo que estudiar que es el de la sociedad virtual global.
Hoy el conocimiento de vanguardia se muestra como un todo interconectado en el que interactúan al tiempo las ciencias, las humanidades, la tecnología y el arte.
Esa sociedad virtual, el mundo digital en el que ya vivimos, nos está llevando a dilemas y dudas para las que son necesarias las humanidades. Para resolverlos no sirve la programación informática que es totalmente determinista. De ahí que sea necesario más que nunca esa “polinización cruzada” que yo defiendo en el libro, en el que ciencia y humanidades se retroalimentan y conversan.
Se está terminado la época de la hiperespecialización en la ciencia y en la investigación. Hoy el conocimiento de vanguardia se muestra como un todo interconectado en el que interactúan al tiempo las ciencias, las humanidades, la tecnología y el arte.
En el libro recoge las conversaciones con un total de 39 científicos; de ellos, 17 españoles que trabajan en la vanguardia de la investigación mundial. ¿Para triunfar como científico, o al menos para vivir de ello, hay que cruzar el charco y dejar España?
No sería justo decir eso porque es cierto que en España tenemos científicos de primer nivel y se están realizando investigaciones de gran importancia. Pero lo que sí es evidente es que en España no le damos a la ciencia la importancia que deberíamos y la raíz del problema es social.
Cualquier canadiense o noruego, por poner algún ejemplo, sabe y tiene conciencia por su educación de que su nivel de vida está íntimamente relacionado con la ciencia. Sabe que la inversión en ella se traduce en riqueza para toda la sociedad. Por cada euro que se invierte en ciencia en un país, ésta devuelve más de siete euros en forma de tecnología, de ciencia aplicada y distintos beneficios.
Esto es una conciencia social que en España no existe. Yo creo que para cambiar la relación que la gobernanza española tiene con la ciencia tiene que darse una revolución de abajo arriba. Tiene que ser la gente la que tome conciencia y exija que la ciencia y la investigación tengan el peso que merecen. Para ello, de nuevo, la educación es la única vía.
Las conversaciones en su libro tienen forma de diálogo. La escuela de Platón defendía que uno de los mejores caminos para la búsqueda conjunta de la verdad o del conocimiento -como diríamos hoy en día- es hacerla ‘dialógicamente’. ¿Se nos ha olvidado como sociedad dialogar?
Efectivamente, no son entrevistas son diálogos entrelazados. Este método permite y enseña a utilizar las preguntas a uno mediante las respuestas de otro.
Y sí, definitivamente, se nos ha olvidado la importancia de dialogar. La conversación tiene que ver con la reflexión, con el pensar de forma conjunta, con el decirle a alguien algo que le haga pensar… Y eso hoy no se suele dar, en gran medida porque en el mundo virtual o digital en el que vivimos lo que quieren las grandes plataformas tecnológicas es que no pensemos, que únicamente veamos y actuemos pero, además, que actuemos como ellos quieren, inducidos.
Entonces, la digitalización, el llamado progreso tecnológico, en lugar de abrirnos más oportunidades de ser libres, ¿nos está haciendo más esclavos?
El problema es que la tecnología, como cualquier otra herramienta, se puede utilizar de forma positiva o negativa. Y nosotros no estamos realmente utilizándola ni como queremos ni como realmente nos gustaría.
Richard Stallman, creador del movimiento del software libre y del conocimiento abierto, dice dos frases que podríamos aplicar todos: tienes máquinas digitales que has comprado tú, las tienes en tu casa o las llevas encima. Son tuyas y, por lo tanto, no deberían hacer algo que tú no sabes que hacen ni nada que tú no quieras que hagan.
Para cambiar la relación que la gobernanza española tiene con la ciencia tiene que darse una revolución de abajo arriba. Tiene que ser la gente quien exija que la investigación tenga el peso que merece.
Pues la mayoría de las máquinas o dispositivos que usamos incumplen esos dos principios. En un mundo en el que nos inducen casi todas las decisiones y en el que nuestro libre albedrío está en discusión, las interfaces de cualquier dispositivo, aplicación, red social, etc. están orientadas por diseño, a costa de lo que sea, incluida la integridad mental o cultural de la gente, a obtener un beneficio y el beneficio es nuestro tiempo y atención.
De ahí a la creencia de que internet es gratis porque el producto somos nosotros mismos…
Exacto, una verdad que, sin embargo, muchos no ven. Hoy, el negocio en el mundo digital se basa en la atención y el tiempo de la gente. Lo que quieren es que utilicemos el tiempo a su conveniencia. Y la diferencia entre nosotros y nuestros abuelos es que el tiempo que tenemos realmente es el mismo, 60 minutos siguen siendo una hora, pero nosotros nos enfrentamos diariamente a mil veces más información que ellos y es algo que no podemos metabolizar.
Hay tantas series, películas, documentales, libros, medios de comunicación, etc., que no tienes tiempo de verlos o leerlos todos. Y eso nos lleva a otra paradoja: se ha vuelto más importante decidir que no voy a hacer mañana que lo que sí voy a hacer.
Estamos tan desbordados y perseguidos por la información que se ha convertido en una polución cognitiva, similar a la polución del mundo físico. Es nocivo respirar el humo que sale por el tubo de escape de un coche, ¿verdad?, Pues igual de nocivo es que invadan nuestro cerebro y nuestra atención.
¿Cómo explica usted, por ejemplo, los movimientos negacionistas que se han producido respecto al covid-19? ¿Son fruto de esa polución cognitiva?
Cuando hay una época de crisis e incertidumbre como la que ha provocado la pandemia, hay mucha gente que tiene miedo y ese miedo se puede expresar acercándose a la superstición o a un estado de desconfianza total, a inventar teorías de la conspiración… Ante la hiper tormenta de información que nos invade, que satura nuestro sistema cognitivo, siempre hay una reacción.
Es importante que la gente sea consciente de sus limitaciones con la tecnología para aumentar su libertad individual y hacer realmente lo que quieren y no lo que otros quieren que hagan.
Es increíble, pero lo digital está permitiendo que haya más supersticiosos que nunca. Es cierto que tenemos más acceso a la información pero también a información falsa. Por eso, es importante y necesario distinguir la verdad de la falsedad y, sobre todo, de las grandes falsedades que utilizan la tecnología para penetrar de forma muy profunda en la sociedad.
Las teorías de la desinformación que se utilizaron entre países, por ejemplo, durante la Guerra Fría, ahora son un negocio y, de hecho, el negocio de la desinformación ya es más grande que el de la información.
Esto, incluso, ha generado un nuevo sector en los medios de comunicación que son aquellos que han nacido para comprobar si algo es verdadero o falso.
¿Y cómo podemos luchar contra ello? ¿O definitivamente es una batalla perdida?
La realidad es que, por un lado, nos encontramos con que hay una evidente falta de gobernanza en el mundo virtual; es una capa superpuesta de ceros y unos al mundo real en la que no hay fronteras y se modulan conductas. Por decirlo de algún modo, es un poco como en el lejano Oeste, no hay leyes ni reglas. Los que tienen el poder sobre las redes, como dijo Manuel Castells, tienen un poder inmenso que incluso supera al de los Estados.
El problema es que todo sucede demasiado rápido, vivimos tan al segundo que no nos paramos a pensar. A esto hay que añadirle un problema extra: mucha gente cree que sabe de tecnología pero en realidad no sabe que no sabe. El hecho de que sepas manejar una app o una interfaz no significa que conozcas las consecuencias que va a tener el uso de esa app en tu conducta, en tu vida y en la de los demás.
Es muy importante hoy que la gente sea consciente de sus limitaciones y sobre todo de lo que no sabemos frente a lo que sí sabemos. Eso debería aumentar nuestra libertad individual, que hiciéramos realmente lo que queremos y no lo que otros quieren que hagamos.
Nuestra conducta es un gran negocio para las grandes empresas de la tecnología o los grandes plataformas del mundo digital y es necesario que seamos conscientes.
En definitiva, ¿está en nosotros la llave del mañana, como defiende en la conclusión de su libro?
Por supuesto, como señalo y parafraseando a Tim O’Reilly: “El futuro no es algo que sucede sino algo que nosotros construimos”. Por eso creo que tenemos la responsabilidad sobre lo que ocurra. De qué vaya en realidad finalmente el siglo XXI no dependerá de lo que digamos sino de lo que hagamos, como miembros conscientes y asertivos de toda la comunidad global humana, mucho más que sólo como ciudadanos de un país, ciudad o lugar concretos.
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