Antes de salir de viaje, Roberto (nombre ficticio) cogerá su smartphone por última -teóricamente- vez para revisar su bandeja de entrada y asegurarse de que no se deja nada pendiente en el trabajo. Antes, durante semanas, él y su pareja han estado debatiendo sobre adónde ir de vacaciones, lo cual ha llevado mil y una visitas a portales de viajes, páginas de aerolíneas y comparadores de vuelos, webs de reserva de hoteles, las propias de alojamientos turísticos y mucho más. Finalmente, Google Calendar mediante, lograron cuadrar fechas y un destino apetecible para pasar los escasos días de respiro en este período estival.

Ahora ya en marcha, Roberto conduce sin prisa pero sin pausa hacia la playa, guiado por la melódica (y robótica) voz del navegador de su coche, el cual interrumpe cada dos por tres el tan cacareado Lo malo de las triunfitas Aitana y Ana War, que se repite cual bucle en su lista de reproducción de Spotify. Mientras suena esa música y discurren los kilómetros de carretera, entran un par de llamadas de amigos que gracias al manos libres Bluetooth del coche pueden ser atendidas sin problema (y sin que sobrevuele la amenaza de una multa).

Finalmente, los (ya) oficialmente turistas en vacaciones llegan al apartamento que han elegido para sus días de asueto. Ha sido mediante Airbnb, pero el contacto con el casero se centra en apps de mensajería instantánea como WhatsApp. Antes incluso de deshacer la maleta, ambos ya han metido la contraseña del WiFi en sus dispositivos, subido una actualización a sus redes sociales del alojamiento y un selfie que servirá de recordatorio de cómo era antes de volverse color "rojo cangrejo".

Aprovechando la conectividad sin límites de datos, Roberto se baja un par de apps para curiosear por la ciudad, otra para encontrar la mejor playa en la zona y otra de información meteorológica, además de algún capítulo de esas series tan buenas de Netflix para ver tirado en la arena o de noche, con la brisa del mar. Ya que está en ello, consulta también en Just Eat, Glovo o Eltenedor la oferta de restauración de la localidad. Sitios todos ellos donde no faltará la foto de rigor en Instagram (y si se tercia, también en Facebook, Twitter, Snapchat...)... ¿Soy al único al que le parece un exceso digital?