Durante el inicio de la primera digitalización, –la del origen del Internet 'idealista'–, los usuarios tempranos (early adopters) estábamos imbuidos por el realismo ingenuo que impulsa a la ciencia, del que hablaba Bertrand Russell, y nos contagiaron sus científicos creadores. Era el tiempo de la visión altruista de Internet.
Dijimos que la red era la herramienta más importante que la humanidad había creado para construir un acceso al conocimiento para todos. Hoy es el principal núcleo o nexo de negocios del mundo. Hay reliquias primigenias de esa primera etapa que aún funcionan: nos muestran que otro Internet es posible y las usan ciento de millones, como, por ejemplo Wikipedia.
Pero, ocurre que a ciertos nuevos de sus gestores, la tenacidad y realismo ingenuo de su fundador Jimmy Wales, –aún con 'silla' de fundador en el board en la Fundación Wikimedia que rige los 'destinos' de la Enciclopedia global y abierta– les ha empezado a resultar algo incómoda. Incómodas sus críticas al statu quo actual de los gigantes de Internet y su manejo de la comunicación global. Inadecuada, su defensa de valores con que ha lanzado su 'WT.Social', a la que define como una "red social no tóxica".
En septiembre de 2020, –es decir, ahora mismo–, Jimmy Wales, aún sigue en sus trece y declara: "El modelo global de 'sólo publicidad' ha sido 'increíblemente destructivo' para el periodismo" y afirma sobre lo que está sucediendo: "A la publicidad de las redes sociales, solamente le interesa que hagas 'clic'. Te quieren adicto, te quieren indignado... cuanto más tiempo estés en esa Web, más anuncios vas a ver, más vas a pasar el rato, más vas a consumir el contenido publicitario, y eso es un ingreso directo", y esencial junto con los datos, para la 'rentabilidad'.
Y continua: "Es muy difícil hoy para los medios sociales decir 'no queremos contenido', por muy viral que sea, por muy adictivo que sea. En realidad, el suyo es de baja calidad y no hace ningún bien al mundo. Entonces, ¿qué es lo que obtienes? Obtienes clickbait". La mayoría de usuarios de las redes sociales, a pesar de ser colaboradores necesarios y gratuitos en él, ignoran casi todo sobre el mecanismo del clickbait al que contribuyen completamente. Y finalmente de ello resultan, ni más ni menos, concluye Wales, "contenidos en Internet que apuntan hacia generar ingresos publicitarios usando titulares y 'memes' de modos sensacionalistas y engañosos para atraer la mayor proporción de clics (y likes) posibles". Eso es exactamente lo que monetizan las plataformas globales. Son una enorme máquina automática y global de hacer dinero.
El objetivo de Wales, –y el del inventor de la Web Tim Bernerns-Lee, también-, en palabras de este último, es conseguir tener "la Web que queremos" y no la que nos dan. Y, al contrario, el objetivo de los actuales gigantes de las plataformas monopólicas de Internet es convencernos subrepticiamente (si hace falta, con sus industrias de la intención) de que creamos que, en realidad, la Web "que queremos" es la misma que ellos nos dan. He ahí la diferencia.
La cultura (global) digital y social de la cancelación
El mundo pandémico actual está inmerso en una vertiginosa y enorme 'destrucción creativa' –como diría Schumpeter–. En él, los significados de lo 'ideal', altruista, lo relacionado con valores humanos se han vuelto 'subversivo', tanto como las ideas o discurso del fundador de Wikipedia Jimmy Wales. Y no es un caso único. Le está ocurriendo también al líder fundacional del software libre Richard Stallman, cuyo paradigma de software, lo usan contradictoriamente adaptado todas las grandes plataformas de Internet. Tanto el uno como el otro, han empezando a formar parte de la 'Cultura de la Cancelación'. Y ¿en qué consiste esa cultura?. Pues es fácil. Puedes saberlo, -en un curioso meta-fenómeno–, leyéndolo en Wikipedia.
Esa cultura consiste en un cierto fenómeno frecuentemente viralizado en redes sociales, que consiste en derribar el 'apoyo' o 'soporte', ya sea moral, político, financiero, digital, e incluso social, a aquellas personas u organizaciones a las que ahora se considera 'inadmisibles' (para el nuevo 'biempensante digital' de la corriente principal). Y, como consecuencia, lo mismo a sus 'ideas' discursos, o acciones, porque esas personas o entidades transgreden ciertas 'expectativas' del 'biempensismo global', en relación a las que este considera correctas. También se ha definido esa 'cultura' como "una llamada a boicotear, en las grandes redes sociales (tóxicas, según Walles), a alguien –normalmente una 'celebridad'–, que ha compartido una opinión 'cuestionable' o 'impopular' en esas mismas redes sociales".
Unas redes sociales que funcionan, por cierto, impulsadas con algoritmos orientados a reforzar y polarizar las propias creencias, simplemente porque es lo más rentable. Hay quien ha comparado estas actitudes a un nuevo 'macartismo' digital. Pero comprender la magnitud de ello, conviene conocer lo que significa el mecanismo y la potencia de las nuevas mainstream (corrientes principales) viralizadoras globales. Y comprender porqué, como expliqué en estas mismas páginas, nadie puede enfrentarlas ahora sin ser barrido o arrasado por ellas.
La Interacción de Alta Frecuencia (IAF) del Internet social
Quienes gobiernan la algoritmia de la gigantesca cibernética en que se basan los gigantes digitales del actual internet social son los dueños de lo que llamo la "Interacción de Alta Frecuencia (IAF) del Internet social", un trasunto, por su velocidad y magnitud, del modo social digital de la HFT (High- Frequency Trading ) o 'Negociación de Alta Frecuencia' del mundo financiero global actual, en el que vertiginosos algoritmos realizan cada minuto un inmenso número de operaciones de compraventa de acciones que duran, cada una, solo fracciones (milésimas) de segundo.
Ellos son los verdaderos intermediarios emergentes, o brokers digitales globales que, con sus ramificaciones conectadas (informáticas pero también financieras, políticas y globalpolíticas), inducen mediante las nuevas 'armas' tecnológicas sutiles e incruentas, sobre qué o quién debe caer en la 'cultura de la cancelación' global actual, en la que millones de usuarios conectados sucumben, realimentan y contribuyen manipulados algorítmicamente sin saberlo, con mecanismos de un nivel de complejidad al que no se pueden enfrentar porque, en la mayoría de los casos, les resulta incluso ininteligible.
Hay un contraste feroz entre los conceptos, valores y 'sueños' del internet de la primera digitalización y los de la segunda actual. Al principio, la Web arrancó con una especie de idealismo innato que, por ejemplo, defendía el recientemente fallecido John Perry Barlow, que promovía integrar en Internet los 'sueños' (valores, en el sentido más elevado) de líderes fundadores como los padres de la democracia americana: Jefferson, Washington, Mill, Madison, DeToqueville o Brandeis.
El mainstream del gigantesco Internet global actual, en cambio, ha optado por el 'pragmatismo' digital global, abandonado aquellos 'sueños' del Internet originario. Vivimos en un nuevo medioevo (este, digital) con miles de millones de siervos de la gleba tecnológica conectados, que, aunque no todos en su mayoría, son iletrados tecnológicamente sin saberlo (aunque no analfabetos de lectura textual, porque entonces, no podrían ser usuarios 'conectados').
Ese nuevo medioevo digital incluye transversalmente a la política y las democracias, incluido a su antiguo cuarto poder; invade la vida personal, y su obvio entretenimiento tipo Netflix, y la profesional y, por tanto al mundo de los negocios, la frontera entre tiempo y lugar para ocio y trabajo, ha desaparecido. Incluye a empresas globales y locales. Todas han de ser 'digitalizadas'.
Es una época, reitero, de una inmensa destrucción creativa, tanto económica como cultural. Se trata de una enorme transformación darwinista. Y ¿qué nos enseñó Darwin? Que no sobrevive el más fuerte ni el más listo, sino el que mejor se adapta a los cambios. Y en la actual y digital selva darwiniana, cualquier intento o acción, más allá de valores o 'sueños', está justificado por la lección de Darwin. ¿Qué mayor justificación para cualquier cosa, en una empresa, que luchar por la propia supervivencia?
Contrariamente lo que se nos dijo en el Internet del principio, hoy ya sabemos que no era cierto que internet venía a eliminar 'intermediarios'. Ni Uber fabrica o posee coches, ni Amazon manufactura los productos que vende en todo el mundo; ni Airbnb posee propiedad inmobiliaria alguna; ni Google, Whatsapp o Facebook, venden productos o servicios. Solo publicidad algorítmicamente personalizada para cada conectado, que pronto cotizará en moneda digital. (Facebook lanza en diciembre 'Diem', nuevo nombre de 'Libra' su criptomoneda global). Finalmente, ellos son los grandes intermediarios digitales globales emergentes.
Y si quieren seguir como dueños de la 'Interacción de Alta Frecuencia (IAF) del Internet social global' ¿Lo harán a costa de lo que sea? ¿A costa de ser monopolios, de parar o dificultar la innovación, laminar la calidad intelectual, de los valores, de los antiguos sueños, que aun cita hoy Wales? Parece que sí. Si el lector se pregunta mi opinión personal sobre ello, diré que sigo pensando que el uso de la tecnología no es determinista, tal como nos intentan hacer creer estos nuevos 'intermediarios globales'.
Aunque lo que vemos a nuestro alrededor parece un mundo digital inevitable sigo pensando que no es el único posible. En eso, estoy con Jimmy Wales. Esto, al tiempo, no contradice que quienes luchan digitalmente por su supervivencia personal o empresarial, no tengan justificadas su acciones. Pero la revolución digital no ha acabado. Ya veremos cómo será la tercera digitalización y cómo concluye, -que lo hará–, la segunda en la que estamos. Lo que sucede tal vez parezca ahora inevitable, pero no lo es. No olvidemos que una de las características de lo digital es que no posee longevidad. Pero reitero, lo digital puede ser, es, darwiniano, pero no determinista. De eso, estoy seguro.