Como ciudadana, una de las noticias recientes que me llena de esperanza es la reunión del ministro Pedro Duque con las organizaciones firmantes del Pacto por la Ciencia, el martes pasado.
La reunión en sí misma es un hecho casi anecdótico. Además, el documento ya había sido presentado públicamente hace apenas tres meses. Lo esperanzador radica en que, si en noviembre eran 38 las organizaciones que firmaban el Pacto por la Ciencia, ahora ya son 64. En ese listado están incluidas varias de las organizaciones españolas más representativas de la ciencia, la universidad o la empresa. También lo suscriben las asociaciones del sector digital y emprendedor, la Red Innpulso (de la que precisamente hablábamos este sábado en D+I) y un largo etcétera.
Para que esa suma de voluntades del ecosistema -Pacto Social- se consolide, hará falta acompañarlo de un Pacto de Estado, de modo que se sumen a la campaña las fuerzas políticas de la oposición. Para eso precisamente, está previsto que este Pacto se lleve -o se eleve, según se mire- en las próximas semanas al Congreso de los Diputados.
El documento en sí tiene 1 único folio. Es un texto de mínimos centrado en tres -sólo tres, los más prioritarios- acuerdos para los próximos años: aumentar la inversión pública en I+D+i, apoyar a las agencias financiadoras de la I+D+i y consolidar una carrera investigadora estable. A este último respecto, por cierto, el Ministerio de Ciencia e Innovación presentó el jueves otro informe con recomendaciones específicas para mejorar la situación de las mujeres investigadoras en España.
Los acuerdos de mínimos son lo que son: un comienzo. Parten de una voluntad común por cambiar algo, aparcando a un lado posibles suspicacias, desencuentros del pasado o estrategias de debate político. Este clima de búsqueda de ‘lo que nos une’, frente a ‘lo que nos separa’ ayudará más adelante a superar las inevitables discrepancias sobre el qué -las políticas públicas-, el quién -el reparto de responsabilidades- o el cómo -la ejecución-.
La 'i' pequeña de I+D+i
Urge un gran ‘pacto de país’ sobre ciencia e I+D+i en España. ¿Quién puede negarlo? La desgraciada pandemia de la Covid-19 ha constatado que sin ciencia y sin investigación no habrá ni salud, ni bienestar ni economía.
Sin embargo, todo ese esfuerzo quedará cercenado si no se acompaña de un segundo gran Pacto. Uno específico sobre la ‘i’ pequeña en I+D+i, la letra olvidada. Una minúscula de trascendencia absolutamente mayúscula. Es la ‘i’ de innovación.
Una innovación es la aplicación práctica de una idea. Es la encargada de que las ideas provenientes de la ciencia y de la investigación fructifiquen en herramientas y servicios tangibles. Se nutre para ello de mecanismos de transferencia de conocimiento pero, sobre todo, bebe de lo que podríamos llamar una “cultura emprendedora”. En otras palabras, ciencia, investigación y startups conforman tres patas de una misma realidad.
Por eso, solo planificando un gran pacto de país sobre la innovación/emprendimiento innovador lograremos impulsar el modelo productivo de nuestro país. Ese acuerdo podría nacer de la sociedad, del Gobierno de turno o, idealmente, del Parlamento -la experiencia del Pacto de Toledo evidencia que es posible-.
A veces, el consenso político puede surgir de forma espontánea, sin documentos firmados mediante. Es lo que ha ocurrido en el terreno de la conectividad: los sucesivos gobiernos han tomado el testigo del trabajo que dejaban sus antecesores. Gracias a ello -así como al indudable esfuerzo inversor de las telecos-, han conseguido que en España disfrutemos de la red de banda ancha más capilar de toda Europa.
Precisamente, esta semana confirmábamos en D+I que la entidad pública Red.es, adscrita al Ministerio de Asuntos Económicos, va a prorrogar durante al menos un año un programa de impulso de la banda ancha que fue originariamente ideado por el Gobierno de Mariano Rajoy. El real decreto que lo constituyó, en el año 2017, solo obligaba a mantenerlo hasta el 31 de diciembre de 2020.
En definitiva, en España tenemos algunas experiencias componiendo grandes consensos, por el bien de todos. Es el momento de buscar ese entendimiento en el ámbito de la innovación y del emprendimiento. Un gran pacto de país, en definitiva, para la reconversión del modelo productivo. Evitar la tragedia económica a medio plazo -una vez que España tenga que hacer frente a una deuda pública absolutamente descomunal, ante una Europa que habrá recuperado el rigor presupuestario- es razón suficiente para considerarlo seriamente.
Un 'crowdsourcing' desde la política
El jueves, el Gobierno presentó la estrategia España Nación Emprendedora, que contiene medio centenar de medidas. O mejor dicho, 50 propuestas de medidas: recomendaciones genéricas dirigidas a los diferentes ministerios, para que estos después las desarrollen. Y es que el órgano que ha preparado la estrategia -un Alto Comisionado- no tiene capacidad ejecutora ni presupuesto propio. Un hándicap de partida evidente, que ambiciona a reencauzarse como germen de ese potencial gran acuerdo de país sobre emprendimiento innovador.
De hecho, la propia estrategia España Nación Emprendedora se presenta como una invitación a todos los actores -sociales, empresariales y políticos- para consensuar el tipo de innovación que queremos que dé forma a la España del futuro, así como el modo de impulsarla. En un entorno empresarial, hablaríamos de crowdsourcing.
Previsiblemente, el Alto Comisionado Francisco Polo encontrará algunas dificultades, dentro y fuera de la política. La anécdota durante el acto de presentación de la estrategia no la protagonizaron ninguno de los asistentes, sino los ausentes. Muy especialmente la titular de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, por motivos de agenda. Su departamento ostenta la competencia sobre la medida estrella y más inmediata de este plan: la Ley de Startups.
En cualquiera de los casos, tanto el Pacto por la Ciencia como la estrategia España Nación Emprendedora tienen la oportunidad de germinar en una nueva ‘era de los consensos’.
Para 2030, será difícil que España sea reconocida mundialmente como una startup nation, entendiendo como tal un modelo como el de Israel o el de Silicon Valley. Pero no está todo perdido. No deberíamos olvidarnos de los activos y de las ventajas competitivas que ya tenemos y que, convenientemente condimentados con ciencia, investigación y una cultura innovadora, consolidarán una economía más competitiva y resiliente, una fuerza laboral más estable y de valor añadido, y un país al que el mejor talento STEM del mundo quiera venir.