El año acabó con una de las caídas más decepcionantes en la historia del transporte. Hyperloop One cesa sus operaciones y se acabó con el sueño americano de poder desplazarse entre Los Ángeles y San Francisco en tan solo 35 minutos. Pero todavía hay un hilo de esperanza.
Silicon Valley, la cuna de la innovación, no parece estar interesada en resolver los desafíos del transporte en Estados Unidos, un país en el que el avión sigue siendo la principal vía para viajar entre ciudades. Resulta un tanto irónico que el transporte espacial prime sobre el terrestre, pero así es, algo que la administración Biden está intentando remediar, pero a paso lento.
Las dos grandes urbes californianas permanecerán, por el momento, con un transporte totalmente invertebrado. Un viaje en coche toma unas seis horas, mientras que el avión conecta ambas ciudades en menos de una hora, con el consecuente impacto en el medio ambiente.
El concepto Hyperloop aspira a acabar con estos problemas. Fue Elon Musk el que compartió su idea con el mundo en el año 2013. En vez de fundar una nueva startup para llevar este proyecto a cabo, decidió liberar las patentes con el fin de que otras compañías pudieran perseguir el proyecto.
La idea consiste en construir un sistema de tubos herméticos con aire a baja presión por el cual una cápsula con pasajeros o cargamento pueda desplazarse prácticamente sin enfrentar resistencia del aire o fricción.
Hyperloop puede llegar a revolucionar el transporte terrestre y se convertiría en una de las grandes revoluciones de nuestro siglo, pero el cierre de Hyperloop One, la startup angelina que parecía liderar la carrera, supone un fuerte revés y desalentará otros proyectos similares.
Musk desvió la atención de Hyperloop y se centró en The Boring Company. Esta startup se dedica a taladrar los subsuelos de ciudades como Los Ángeles y Las Vegas para construir túneles que alievien el tráfico de las carreteras.
Si de algo sabe un angelino es, precisamente, de carreteras. La solución tradicional de Estados Unidos al problema de tráfico ha sido, históricamente, añadir más carriles a sus enormes autovías pero, para sorpresa de nadie, este método no ha dado el resultado esperado.
Lo mismo ocurre con The Boring Company, un sistema clasista que solo beneficia a los propietarios de un Tesla. Estos serían los únicos beneficiados por los túneles en los que se viajan de manera autónoma evitando, así, el infinito tráfico de las metrópolis.
El sistema lleva operativo varios años en Las Vegas y se sostiene gracias a contratos de la compañía con la ciudad y su centro de convenciones, pero resulta poco práctico. Lo que el CEO de Tesla ideó es un metro privado, que no beneficia a la comunidad, haciendo el transporte menos inclusivo. Mientras tanto, el tráfico sigue impactando las vidas de miles de ciudadanos.
Sin embargo, The Boring Company, a corto plazo, beneficia más a Tesla que Hyperloop, por ello no sorprende que Musk liberara las patentes de esta iniciativa.
Hyperloop One, que fue fundada en 2014, no ha muerto por falta de apoyos. La startup llegó a sumar más de 350 millones de dólares de inversiones, incluyendo capital de manos de Arabia Saudí. Incluso el mismísimo magnate Richard Branson llegó a aportar capital a través del grupo Virgin, convirtiendo el proyecto en Virgin Hyperloop hasta el año pasado.
El último inversor mayoritario de la compañía ha sido la empresa dubaití, DP World, que en 2022 decidió enfocarse exclusivamente en el transporte de cargamentos. DP World se quedará con la propiedad intelectual de la compañía y venderá su maquinaria y su pista de pruebas en Las Vegas al mejor postor.
La compañía no logró salir indemne de sus dificultades financieras y el día 31 de diciembre cesó sus operaciones de manera definitiva. La gran pregunta es si esta noticia desincentivará a otras startups e inciativas universitarias que trabajan en iniciativas similares utilizando las patentes originales de Musk.