Nuestro estilo de vida provoca millones de toneladas de residuos al año y ocho millones de ellas acaban en los mares y océanos de todo el mundo. Una de las mayores preocupaciones de las organizaciones ecologistas es cómo reducir al máximo el uso de algunos materiales, y cómo deshacerse de toda la suciedad que ya llena el planeta. Los estudios científicos han demostrado que el 80% de la basura del mar viene de la actividad humana en tierra, ya sea a través de vertidos, accidentes o de incivismo.
El problema de la basura en el océano no es estético, sino medioambiental. Los peces, tanto las especies que no consumimos como las que acaban en nuestros platos, se tragan la basura, especialmente los microplásticos. Otros animales marinos acaban enganchados en los fondos marinos a las redes fantasma y muriendo de inanición, o asfixiados al tragarse bolsas de plástico o pajitas de refrescos.
Son conocidas las cinco islas de plástico que hay en el Pacífico Sur, Atlántico Norte y Sur, en el Índico y en Pacífico Norte. Esta última, que es la más grande, supera en extensión a la Península Ibérica. Pero la basura está en todas partes, incluso donde el ser humano todavía no ha conseguido llegar. Hace poco el hombre batía un récord de profundidad al bajar en un batiscafo a casi 11.000 metros de profundidad en las Fosas Marianas, en el océano Pacífico. Aunque hasta ese momento el hombre jamás había estado allí, sí encontraron restos de basura a esa profundidad.
Los expertos consideran que conocer el origen de los vertidos y saber a qué tipo de residuos se enfrentan los mares es el primer paso para detener los residuos marinos. Para vigilar estos restos, el proyecto piloto Litterdrone, coordinado por la Universidad de Vigo y financiado por la Comisión Europea, trabaja en sistemas de localización de estos restos con vehículos aéreos no tripulados.
Los drones, equipados con cámaras de alta resolución, recorren las zonas seleccionadas fotografiando todo lo que encuentran. El trabajo de campo se está llevando a cabo en el Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas de Galicia, una zona protegida con valor ecológico y de difícil acceso debido a que el número de visitantes está restringido.
Estos drones transmiten las imágenes a un ordenador que, gracias a un software de análisis de imagen, identifica y caracteriza los objetos. "Podrían usarse también para detectar basura flotante en mar abierto, o en zonas muy remotas o inaccesibles y mejorar los sistemas de recogida. Además, el sistema se podría incorporar a otro tipo de vehículos para, por ejemplo, explorar los fondos oceánicos", detalla Fernando Martín, director del proyecto. Si este nuevo sistema de vigilancia se acaba poniendo en marcha, los drones se comportarían como auténticos vigías que informarían a las autoridades pertinentes de las zonas de mar o de playa a las que mandar barcos y personal.
El investigador señala las características de este software: "Es capaz de distinguir los materiales de los que se compone la basura y localizar objetos muy pequeños, como los tapones de las botellas, que rondan los tres centímetros. Además, los drones podrán actualizarse con las nuevas cámaras que se vayan desarrollando, por lo que la calidad del reconocimiento de los objetos seguirá mejorando".
Mientras se vigilan las costas, los nuevos cambios ya se están produciendo. Un ejemplo es el nuevo material que ha aparecido y que ha sido bautizado como plastiglomerado; una mezcla de plástico fundido con arena, pequeñas piedras y restos de basura creado tras quemar estos materiales en zonas de acampada. El futuro está aquí, pero no es como muchos pensaban.
La basura del mar
Una bolsa de plástico puede tardar hasta 150 años en desaparecer. Una lata de refrescos sobrevive cerca de 200 años y una botella de plástico necesita 450 años para degradarse, lo mismo que un pañal. La pesca también genera residuos; el hilo de pescar se demora hasta 600 años para desaparecer.
El primer plástico se creó para cuidar el entorno
En el siglo XIX el billar estaba de moda en la alta sociedad europea y americana. Las bolas de este juego, fabricadas con marfil, provocó la muerte de miles de elefantes. El inventor americano John Wesley desarrolló un sustituto para este material; el celuloide, una mezcla de celulosa, etanol y alcanfor. Aunque no sirvió para su propósito, sí revolucionó la industria del cine y la del peine, un objeto que hasta entonces se realizaba a partir de los caparazones de las tortugas.