El último informe del área de internet of things de McKinsey viene con el extenso título de Reconsidere radicalmente su estrategia: cómo los ecosistemas digitales B2B pueden ayudar a los fabricantes tradicionales a crear y proteger el valor. En él aparece una gráfica demoledora para todos aquellos que aprecian el valor económico de la industria para un país: apenas el 9% de las empresas han alcanzado un grado de madurez digital alto, frente al 29% que se sitúan en grado medio y el 62% en bajo (me temo que en España podría ser aún peor). Pero el dato no reposa inofensivo. En el primer grupo de empresas, la rentabilidad total del accionista (TSR) a tres años es del 42% y la tasa de crecimiento anual compuesta (CAGR) de los ingresos al cabo de cinco años asciende al 18%; en las segundas, los porcentajes bajan al 18% y 10% respectivamente; y en las terceras al 15% y 4%.
La lectura que hacen los autores del informe es verdaderamente jugosa. Según ellos el problema de raíz no es estrictamente de rentabilidad financiera -este es el efecto, no la causa per se-, sino de modelo económico. En industria el hardware, la maquinaria, aportará cada vez menos en la cadena de valor, de ahí que su precio vaya a la baja. "El valor agregado está aumentando en servicios digitalmente habilitados, software e integración de máquinas, y las compañías tecnológicas ya están bien posicionadas para dominar en este campo", sentencian.
Los actores del mundo físico deben aliarse, integrarse en ecosistemas B2B, y parapetarse tras los únicos dos escollos de la cadena de suministro que persistirán frente a los implacables gigantes tecnológicos: los servicios innovadores a los clientes y los servicios postventa. Y es ahí donde radica el desafío. Porque hemos de asumir que esta será una dinámica heterárquica, sin pirámide de toma de decisiones, en la que ningún sector y ninguna empresa puede asumir el liderazgo en solitario. Y la capacidad de cesión soberanía no es algo de lo que puedan presumir nuestros directivos.
Se podría pensar que la estrategia a seguir para no ser engullido por el tsunami implica dar por finiquitado el mapa industrial de sectores y, en particular, de clústeres que ha inspirado la política económica y hasta la composición de los órganos de gobierno de las organizaciones empresariales desde finales de los 60, cuando se inició la gran ola de internacionalización de nuestras empresas. Pero no es realmente así: ya no tiene sentido seguir operando en burbujas aisladas, pero el futuro pasa por evolucionar el modelo, no liquidarlo.
Los clústeres y sectores industriales son un punto de partida excelente para ayudar a las empresas a colaborar, a trabajar en red. Ahora bien ni el mapa de patronales, ni el de institutos tecnológicos, ni la normativa laboral y mercantil están adaptados a esa nueva realidad. Por no hablar del Muro de Hielo entre sector público y privado. Tienen tarea los políticos para la nueva legislatura, si es que algún día empieza. Y sindicatos, y empresarios, por cierto.
EUGENIO MALLOL es director de INNOVADORES
rn