¿Empezamos por la Gobernanza?
El síndrome de la fatiga democrática se expande como síntoma de la necesidad de renovar un sistema que ya no sirve para convertir la voluntad de las personas en gobiernos y políticas. Hacen falta herejes de la democracia
30 mayo, 2018 07:00Lo de “empezar” es una ironía. Más bien un “a qué esperamos”. Llevamos, ¿cuánto? hablando de las posibilidades de internet para la participación democrática, la cocreación de políticas públicas y la toma de decisiones de Gobierno. Desde el nacimiento de la web hace casi 30 años (marzo de 1989) han pasado muchas cosas. Ha -o hemos- cambiado la forma de comunicarnos, de informarnos, de entretenernos, de trabajar, de aprender y de relacionarnos entre iguales y con terceros. Hasta con la Administración (poco a poco).
Y con eso que llamamos democracia, ¿qué pasa? O qué no pasa. O por qué no pasa por el aro de la innovación, ni por el de la digitalización, ni se actualiza. ¿Por qué seguimos anclados a un sistema de voto y toma de decisiones concebido hace más de tres siglos? Esto, lo de los tres siglos, es lo de menos. Lo de más es el fondo del asunto: el sistema no es que no sirva, es que no es suficiente. Se ha quedado atrás mientras el resto ha seguido avanzando. Se agranda la brecha y el distanciamiento. Aumenta la frustración y la apatía
El síndrome de la fatiga democrática es una de sus consecuencias. El autor belga David Van Reybrouck describe en Contra las elecciones: Cómo salvar la democracia (Taurus, 2017) sus síntomas: fiebre del referéndum, reducción de militantes y baja participación de votantes, impotencia del gobierno, parálisis política, desconfianza pública generalizada y trastornos populistas. Van Reybrouck culpa de ello al procedimiento, al sistema representativo electoral en sí. A las elecciones que, en su opinión, se han convertido en concursos de popularidad.
“La democracia no es el problema. La votación es el problema (...) Las palabras "elección" y "democracia" se han convertido en sinónimos. Nos hemos convencido de que la única forma de elegir un representante es a través de las urnas”, escribe. El autor se pregunta dónde está la voz razonada de la gente en todo esto, dónde tienen los ciudadanos la oportunidad de obtener la mejor información posible, de interactuar entre ellos y de decidir colectivamente sobre su futuro: determinar el destino de sus comunidades.
¿Qué herramientas hay para ello? Van Reybrouck critica la escasa reflexión al respecto. “Todavía es una herejía preguntar si las elecciones, en su forma actual, son una tecnología muy pasada de moda para convertir la voluntad colectiva de las personas en gobiernos y políticas”, dice. Y expone una paradoja: si bien es posible seguir el teatro político en vivo y responder al instante, esto redunda en una cacofonía: los representantes pueden ver de inmediato si las nuevas propuestas atraen al ciudadano y a cuántas personas puede este movilizar. “Las nuevas tecnologías le dan voz a las personas, pero la naturaleza de esta nueva implicación política hace que el sistema electoral sea cada vez más quebradizo”, afirma.
Estados del siglo pasado
Otro factor a considerar es la pérdida de poder de los Estados nación en favor de las ciudades, en un contexto de globalización que, más que unificar, desencadena una localización cada vez mayor. Los populismos aprovechan las fallas en las políticas de identidad mientras surge una necesidad de búsqueda online de identidades alternativas, dice Robert Muggah, cofundador del Instituto Garapé (un think tank dedicado al uso de nuevas tecnologías para enfrentar los retos globales). Al tiempo, las ciudades ganan poder económico pero no político. “La forma en que el mundo pasa del creciente desorden de posguerra a un nuevo sistema de interdependencia administrada es seguramente una de las cuestiones más acuciantes de nuestra época”, afirma Muggah.
El investigador cree que lo más probable es que la obligación para las potencias liberales de poner sus casas en orden redundará en un proyecto económico internacional liberal menos ambicioso y una mayor dependencia de las redes transgubernamentales y no gubernamentales. “A largo plazo -añade- se necesita con urgencia una nueva hoja de ruta de gobernanza global, que tenga en cuenta la diversidad, la pluralidad y los cambios innegables en el equilibrio y la distribución global del poder”.
Algo parecido viene a decir Milton Henríquez, embajador de Panamá en España y previamente Ministro de Gobierno. En una conversación reciente con INNOVADORES, comentaba su preocupación por el envejecimiento de la democracia. Su teoría: la resistencia contra el statu quo producirá un modelo híbrido que, sin ser el óptimo en su potencialidad, servirá para cesar el enfrentamiento y como facilitador de la transición.
Un elemento de presión que, en opinión de Henríquez, es clave, es la economía. En concreto, la economía digital y colaborativa. Sostiene que la desintermediación entre productor y consumidor (que pueden ser uno mismo), la reducción a (casi) cero de los costes de transacción, el cambio de mentalidad de poseer a disfrutar y las nuevas formas de organización social que surgen por las facilidades y eficiencia que ofrecen las plataformas digitales van a movilizar el cambio. Y, advierte, si el Estado no trata de integrarlas, su actividad se seguirá dando, solo que al margen y desplazándolo.
“Estamos viviendo una revolución en las formas de producción que forzosamente va a incidir en la forma en la que nos vamos a gobernar. Es una tesis muy común en el marxismo que la superestructura está condicionada a la infraestructura y, por lo tanto, el modelo económico condiciona el modelo político. Cuando el primero cambia, el segundo se agota, colapsa y es desplazado”, explica el embajador, que aboga de forma entusiasta por renovar los procesos de gobernanza y ciudadanizar el poder.
Algoritmos. Blockchain.
En ese camino, Henríquez plantea opciones posibles. Por ejemplo, crear las leyes de forma colectiva, en un proceso similar al que se sigue para publicar una entrada en Wikipedia, abierto a la crítica y a las aportaciones de expertos y de la ciberesfera en general, hasta obtener un texto definitivo pero siempre abierto a cambios. ¿Si así podemos crear una enciclopedia, por qué no las leyes? ¿Y si así hiciéramos las leyes y contásemos con sistemas abiertos de fiscalización del ejecutivo y sistemas participativos o por delegación de voto para aprobar los presupuestos, ¿para qué necesitaríamos la Asamblea o los consejos municipales?
El embajador imagina un futuro cercano donde cada consumidor decida exactamente dónde van a parar sus impuestos: “Se dará una serie de opciones para que, en el momento de tributar, cada persona decida si lo destina todo a educación, a salud o a seguridad, o qué porcentaje de su contribución quiere asignar a cada partida. Lo hará de forma informada porque cada Ministerio publicitará sus necesidades y propuestas. Y tendrá también derecho a no decidir y a dejar a cargo a un algoritmo que envíe el impuesto a donde haga más falta”.
Todo esto se habría de vehicular de alguna manera. Como posible solución se plantea la gobernanza mediante tecnología blockchain. Una combinación de identificación digital única para cada persona y estructuras descentralizadas de toma de decisiones. Las cadenas de bloques son únicas -señala Fred Ehrsam, cofundador de Coinbase- porque permiten probar miles de sistemas de gobierno y políticas monetarias a la velocidad del software, con consecuencias -en muchos casos- considerablemente menos graves en caso de fallo. “Como resultado, habrá una explosión cámbrica de diseños económicos y de gobernanza en la que se intentarán muchos enfoques paralelamente a velocidad ultrarrápida”, sostiene.
Ehrsam predice “fracasos espectaculares”. “En este proceso, blockchain puede enseñarnos más sobre la gobernanza en los próximos 10 años de lo que hemos aprendido del mundo real en los últimos 100 años”, afirma. Esta tecnología puede ayudar a asegurar procesos consistentes que aumenten la coordinación y la equidad, también permite una toma de decisiones más rápida. Y esa - dice el experto- es un arma de doble filo. “Es arriesgado porque el metasistema se vuelve más difícil de cambiar una vez establecido”, afirma. La cuestión es si riesgos superan las recompensas.
Gobernanza cooperativa
La investigadora de Protocol Labs Nadia Eghbal subraya otra pega de la visión de gobernanza blockchain que expone Ehrsam: todo gira en torno al concepto de voto. ¿Por qué hay que votar? La investigadora lo cuestiona en base a varios criterios: representatividad (¿Cómo asegurarla? ¿En base a qué?); juego competitivo (alguien gana, alguien pierde); utilidad (sostiene que solo funciona en contextos limitados, pequeños y homogéneos), y, por último, tiranía de la falta de estructura ante la apariencia de objetividad de los sistemas descentralizados en lo que poner nuestra fe ciega.
En la línea crítica con el electoralismo y la referendocracia de Van Reybrouck y a favor de la idea de colectividad y colaboración que destaca Henríquez, Eghbal propone avanzar hacia una gobernanza cooperativa. Pone como ejemplo las comunidades de código abierto, que pasaron de un sistema de voto a uno de consenso diferido, predeterminado a sí. “La teoría subyacente es que la mayoría de las propuestas no son lo suficientemente interesantes como para debatirse. Y, si alguien objeta, comienza un proceso de búsqueda de consenso en el que se discuten las preocupaciones hasta que no queden bloqueadores”. Algo similar a lo que el embajador panameño trata de exponer con el ejemplo de Wikipedia.
En esta toma de decisiones interviene como factor clave la reputación. Dado que nuestra atención es limitada y no tenemos tiempo para leer todo ni podemos tener un conocimiento profundo de cada tema político de importancia, confiaremos en quienes sean reputados expertos. La investigadora argumenta que los juegos cooperativos aprovechan muy bien el poder de la reputación, porque esta es necesaria para llamar la atención e influir en la toma de decisiones. Además, esta no puede -en principio- manipularse a través de propaganda e intereses especiales.
Eghbal reconoce que esto son solo ideas, y que “no será fácil pasar de la gobernanza competitiva a la cooperativa, porque la gente querrá preservar sus intereses existentes”. “La votación no fue diseñada para escalar, y no nos va a llevar a la próxima era de gobierno. Necesitamos alentar a las personas a trabajar juntas: no haciendo las cosas más difíciles, sino con alternativas igualmente simples. Necesitamos diseñar un sistema que reconozca adecuadamente la reputación como el activo poderoso en el que se ha convertido. Un sistema que no abrume nuestra atención, sino que respete nuestro deseo de centrarnos.
Si, como dice , aún es una herejía cuestionar el voto como sistema de gobierno, no nos quedará otra que ser herejes.
Gobernanza corporativa
"El tuit decía así: “En el pasado, los accionistas votaban hasta dos semanas antes de las reuniones, para permitir el recuento. La tecnología blockchain nos ayuda a acelerar el proceso dramáticamente y permite votar en cualquier lugar. Lo probamos en nuestra junta general de accionistas de marzo”. La emisora era Ana Botín, directora del Banco Santander. Así daba a conocer la noticia el pasado 17 de mayo. Había tenido lugar la primera prueba piloto de este banco en el uso de blockchain para generar, en la sombra, un registro digital del voto por delegación (que se realizó mediante el modelo de votación convencional). Broadridge fue su aliado tecnológico. Recuento de votos instantáneo; mayor la transparencia, eficacia operacional, seguridad y análisis y un aumento de la motivación para votar son las ventajas que desde Banco Santander atribuyen a este sistema. Una vía –dicen- para mejorar la democracia corporativa.