Gunter Pauli, el 'padre' de la economía azul busca en los microfluidos las respuestas a los retos futuros
Defensor del cuidado del medioambiente, para este economista el objetivo de su modelo económico "no es ser más barato, sino ser más competitivo y generar riqueza local agrupando diferentes tecnologías".
28 agosto, 2022 02:26Es verano en Madrid. En una de esas escasas semanas que este año, entre ola y ola de calor, las temperaturas dan un respiro a quienes la habitan. Es por la mañana. La ciudad hace tiempo que despertó y ya hay trajín. Trabajadores descargando sus furgonetas, turistas guía en mano y feligreses a la puerta de una iglesia protagonizan la escena en una de las zonas históricas de la capital.
Entre tanto barullo, el lugar donde recibe Gunter Pauli a esta periodista es un remanso de paz: un amplio salón con salida a una terraza en la última planta de un edificio de pisos, construido probablemente en el siglo XX, desde donde se pueden contemplar los tejados de un barrio que surgió en el XVI.
Este economista belga, nacido en Amberes hace 69 años, y teórico del concepto economía azul, reside aquí por temporadas. Con una amplia sonrisa, y un tono calmado y afable que mantiene durante toda la entrevista, cuenta que acaba de llegar de Colombia.
De economía 'verde' a economía 'azul'
Aunque vive en Japón desde hace más de 30 años, el compromiso con su modelo económico no le permite recalar en ningún lugar durante demasiado tiempo. Tampoco las invitaciones para asistir como ponente a eventos internacionales (formó parte de la jornada inaugural de Digital Enterprise Show 2022, celebrado el pasado junio en Málaga) para explicar cuál es su propuesta de valor “tras 42 años dedicados a emprender por el bien común y la sostenibilidad”, deja clara nada más iniciar la conversación.
Defensor hace unos años del modelo de economía verde, el punto de inflexión se produjo tras fundar en 1991 Ecover, una empresa belga de detergentes ecológicos, que, además, fue una de las primeras fábricas ‘cero emisiones’. “Integramos diferentes tecnologías para generar energía a partir de materiales biodegradables, pero mi frustración vino tras darme cuenta de que el aceite de palma que utilizábamos se cultivaba en Indonesia y que, para obtenerlo, se destruía bosque tropical húmedo”, relata.
Confiesa que fue esa experiencia lo que le animó a crear una visión diferente, buscar la inspiración en la naturaleza (donde “no se genera basura y no hay desempleo, porque todos sus integrantes tienen una función en la que trabajar”), y desarrollar lo que denomina “agrupaciones de tecnologías”.
En 1995 publicó ‘La economía azul’, presentado originalmente como un informe para el Club de Roma, del que es miembro. En él, Pauli expone 100 iniciativas empresariales innovadoras que pueden generar 100 millones de empleos en los próximos diez años. Todas ellas contrastadas y económicamente viables sobre el papel.
Generar valor local
Sus argumentos parten de la siguiente premisa: “Servirse del conocimiento acumulado durante millones de años por la naturaleza para alcanzar cada vez mayores niveles de eficacia, respetando el medio y creando riqueza, y traducir esa lógica del ecosistema al mundo empresarial”, reza en la contraportada del libro.
Una premisa a la que durante la entrevista con D+I añade un factor más: “La economía azul es utilizar y controlar los recursos naturales locales disponibles y, así, agrupar productos. No es globalizar”. Y lo explica. Lo hace usando como ejemplo el proyecto que hace varios años puso en marcha en plantaciones de café de Colombia, donde constató que solo se utilizaba el 0,2% de la biomasa de una cosecha y el resto se convertía en desecho. “¿Eso es producir un café ecológico?”, se pregunta.
“La economía azul es utilizar y controlar los recursos naturales locales disponibles y, así, agrupar productos. No es globalizar”.
Tras diversos estudios, Pauli cuenta que ahora 6.000 fincas cultivan setas utilizando esos desechos como abono. Pero no solo eso. “La semilla del café la produce una flor que, al ser polinizada por las abejas, puede utilizarse para hacer té y, a su vez, esas abejas dan miel”.
“De esta forma, el cafetero tiene cuatro productos y cuatro ingresos, genera empleo, mejora su poder económico y, todo ello, sin depender del precio del mercado internacional, sino de lo que es capaz de hacer en su comunidad”. Y recalca que es ahí donde está la diferencia con otros modelos económicos: “La economía verde se sostiene en un sistema que busca lo barato y lo globalizado, en la economía azul el motor es generar valor usando lo que se tiene localmente”.
3.000 científicos
Pauli salta de un tema a otro, de un proyecto a otro, sin que, a priori, guarden conexión entre ellos. Deja las plantaciones de café para centrarse en cuestiones que en los últimos meses mantienen en vilo el actual sistema económico.
Los fallos en la cadena de suministros, la escasez de semiconductores, la falta de materias primas o la crisis energética son argumentos con los que justifica su búsqueda de una estrategia que se aleje de los modelos actuales. Una estrategia en la que “la tecnología, junto con las inversiones económicas, ha de ser el apoyo y la herramienta para responder a las actuales necesidades de la sociedad y el medioambiente”.
[Convertir aguas residuales en hidrógeno para lograr la inevitable descarbonización del transporte]
Una posición que para él no es ninguna novedad. Tras el golpe de realidad al que se enfrentó tras poner en marcha Ecover, decidió pasar un tiempo en Tokio (Japón) para adoptar una nueva perspectiva. Allí creó la Fundación Zeri (Zero Emissions Research and Initiatives con ayuda del gobierno japonés.
Una organización cuyo objetivo es diseñar estrategias empresariales e industriales basadas en el desarrollo social y económico sostenible. La fundó en 1994, cuando las cuestiones relacionadas con la sostenibilidad y el cuidado del planeta no formaban parte de la conversación de la gente.
“Los microfluidos van a tener el mismo impacto en la economía que la microelectrónica, presente ahora en casi cualquier entorno de nuestra vida"
Actualmente, está formada por alrededor de 3.000 científicos de todo el mundo que en distintos grupos de reflexión buscan soluciones a retos complejos y las materializan en proyectos como Novamont, una de las empresas de bioplásticos más relevantes de Europa (actualmente el grupo tiene una plantilla de 650 empleados y factura unos 414 millones de euros), con filial en España y de la que Pauli es presidente.
En esta compañía han desarrollado, por un lado, una gama de plásticos biodegradables y compostables que, con tecnologías patentadas, permiten su recuperación en el reciclado de residuos orgánicos sin que el consumidor tenga que preocuparse de la separación de este desecho.
Por otro, se propusieron sacar los nanoplásticos del circuito de la industria. “Un reto que los ingenieros creían imposible, pero que ya hemos conseguido: con la nueva tecnología de microfluidos se ha desarrollado un sistema para separar las nanopartículas de plástico de otros materiales, como el agua”, afirma. En Niza (Francia), ya lo están aplicando en el mar Mediterráneo.
El entusiasmo es apreciable en su voz y en sus gestos cuando menciona esta tecnología. Asevera que “los microfluidos van a tener el mismo impacto en la economía que la microelectrónica, presente ahora en casi cualquier entorno de nuestra vida. La aplicaremos en sectores tan dispares como el de la fabricación de hidrógeno o el tratamiento de enfermedades como el cáncer”.
Barcos, cometas, papel piedra y LiFi
Cada una de las ideas que se suceden durante la entrevista los enmarca bajo una premisa en la que insiste: la creación de una plataforma de tecnologías que, combinadas, posibiliten un sistema más eficaz y que “genere valor localmente”, insiste. “El objetivo no es ser barato, sino ser competitivo. Para conseguirlo, el empresario no puede trabajar en las actuales condiciones con los conocimientos del pasado”.
De nuevo, como ejemplo, recurre a proyectos incubados en la Fundación Zeri en diferentes industrias y con resultados palpables. Es el caso del barco Porrima, botado en 2010 bajo el nombre Planet Solar, que ha recorrido 3.200 kilómetros entre Tokio (Japón) y Kaohsiung (Taiwán) propulsado únicamente por energía solar, eólica e hidrógeno.
“El objetivo no es ser barato, sino ser competitivo. El empresario no puede trabajar en las actuales condiciones con los conocimientos del pasado”.
La nave, un catamarán de 36 metros de eslora y 516 metros cuadrados de placas solares, es un laboratorio de experimentación. Ya están haciendo pruebas con dos nuevas tecnologías para eliminar nanopartículas de plásticos del agua del mar y sustituir las redes de pesca tradicionales por burbujas de aire.
En su cartera de empresas también figura SkySails, donde desarrollan y comercializan un sistema capaz de generar energía eólica utilizando contenedores y cometas que se despliegan a 200 metros de altura. “En 30 minutos está instalado y hace uso de técnicas de inteligencia artificial para adaptarse a las condiciones del entorno o detectar algún riesgo,”, explica Pauli.
Quien destaca el bajo coste de este sistema, frente a las torres de aerogeneradores, y el poco tiempo necesario para su puesta en marcha “al no tratarse de una gran infraestructura que precisa permisos para su instalación”. La compañía alemana BWTS, proveedora de energías renovables, utiliza estas cometas desde hace más de un año y ya están con conversaciones para instalarlas en las islas Maldivas.
Entre sus proyectos de largo recorrido, figura la producción de papel piedra. “Tras 17 años de investigación, y con la colaboración de una familia china, hemos logrado industrializar un material con características similares al papel que se obtiene sin usar celulosa, pero a partir de los desechos de polvo de las minas de fosfatos, sin utilizar agua y sin destruir los bosques”, describe el economista.
"Más allá de los inventos, lo que se necesita es la industrialización, así lograremos la verdadera transición ecológica que necesita la Tierra”
Ya lo están poniéndolo en práctica en canteras de Marruecos “generando, además, un valor agregado: la creación de empleo a largo plazo en una zona minera donde, cuando se acabe este recurso, los jóvenes tendrán material [polvo de fosfato] para producir papel durante al menos 100 años”. A lo que añade la eliminación de estas partículas que, si permanecen en el aire, pueden provocar a la larga problemas respiratorios.
A Gunter Pauli se le agolpan los proyectos, mientras a través de la ventana del salón donde ha tenido lugar el encuentro con D+I se cuela el sonido del mundo siguiendo su curso.
En su disertación también menciona el empleo de impresoras 3D y la búsqueda de materiales más ecológicos para la fabricación aditiva, o de LiFi (Ligh Fidelity), una tecnología de comunicación inalámbrica que funciona con luces LED y que, según este economista, “es más rápida que la 5G, preserva mejor la privacidad de los usuarios cuando se conectan a internet y requiere de una menor inversión”.
Aunque parezcan ideas inconexas, todo está conectado. “Agrupamos diferentes tecnologías que confluyen en una plataforma extraordinaria de innovaciones”, afirma. Explica que cada año, desde la Fundación Zero, elaboran una lista de tecnologías que convierten en su prioridad sobre las que investigar y materializar proyectos porque “más allá de los inventos, lo que se necesita es la industrialización, así lograremos la verdadera transición ecológica que necesita la Tierra”, concluye.