Hablar de un país que ha conseguido enarbolar la bandera de la innovación y el emprendimiento en tiempo récord es hablar, necesariamente, de Israel. Este pequeño país, creado apenas tras el final de la II Guerra Mundial, ha conseguido en este corto período de tiempo convertirse en una potencia científica y tecnológica, destacada en arenas como la ciberseguridad, y con impactos a escala global al alcance de las grandes naciones del globo, como EEUU y China.
Como pueden imaginarse, detrás de un éxito semejante en la ideación de un país innovador hay nombres y apellidos muy concretos que dieron forma a esta estrategia de nación, ahora tan anhelada e inspiradora para gobiernos de todo el mundo. En el caso israelí, ese nombre es el de Chaim Weizmann. Este bielorruso de nacimiento fue el primer presidente del Estado de Israel en 1949, pero antes había desempeñado la mayor parte de su carrera en el ámbito académico e investigador en Reino Unido y también en Jerusalén. Por ejemplo, en 1918 fue uno de los fundadores de la universidad Hebrea de Jerusalén y en 1934 fundó el Instituto Científico Weizmann.
Jehuda Reinharz es presidente del Consejo Internacional del Instituto Weizmann de Ciencias. Con él hablamos en un encuentro en la Fundación Ramón Areces acerca del rol que Chaim Weizmann jugó en esos primeros instantes de la historia de Israel para impulsar el modelo de innovación que le caracteriza.
"En primer lugar, la clave no está solo en la parte tecnológica, sino también en las humanidades. Se tenía muy claro que el pueblo judío no podría crear un país viable sin cultura ni conocimiento. En ese marco, Weizmann ayudó a crear escuelas de ingeniería y el instituto que lleva su nombre. Y gracias a esa labor, a los 280 laboratorios de este centro, se han obtenido algunas de las aplicaciones más útiles de la historia en áreas clave como la medicina», explica este experto a INNOVADORES.
"Había una idea muy clara, desde el final de la II Guerra Mundial, de que la ciencia podía ser una manera de unir a las personas, de ayudar a mejorar la condición de la Humanidad en general. Y de ahí que todo lo que se hizo en Israel, y en el Instituto Weizmann en particular, esté basado en que la ciencia debe compartirse con todos, en creer que la ciencia es una actividad colaborativa y que debe involucrarnos a todos".
Weizmann había obtenido su doctorado en Suiza e investigó acerca de la química industrial, principalmente por su propio sustento, ayudando a sus hermanos y hermanas. De los 11 hermanos de la familia Weizmann, diez fueron a la universidad. El propio Chaim obtuvo numerosas patentes a su nombre a una edad muy temprana.
Pero la fama le llegaría algo más tarde, estando ya en Inglaterra, donde inventó la fermentación aceto-butílica-etíllica, un proceso utilizado durante la primera guerra mundial para producir acetona, clave en la industria militar británica. "Gracias a esa contribución, Weizmann se hizo conocido en ciertas esferas públicas y comenzó a entrar en política. Y su principio siempre fue usar la ciencia al servicio de la política", añade Reinharz, quien profesa auténtica pasión por el legado que este científico reconvertido a presidente ha dejado en el imaginario colectivo israelí.
Ante un discurso y una historia tan épica y que promulga el bien común como fin último de la innovación y la apuesta cientifica de Israel, no podíamos obviar tratar el que muchos consideran el principal incentivo para el desarrollo tecnológico de ese país: la necesidad militar de sistemas con los que contener las amenazas que rodean a Israel por todos sus frentes.
"Siempre hay relación entre la ciencia y otros campos, para bien o para mal. Quiero decir que las guerras en el futuro no van a ser peleadas, no va a haber tanques y personas corriendo por el campo con armas para matarse. Ya estamos viendo el desarrollo de los drones, en algunos casos con fines dramáticos. Y no sé que será lo próximo, lo que nos deparará el mañana", explica Jehuda Reinharz.
Pero está claro que el ejército tiene mucha relación con la innovación en Israel. "Para muchos investigadores, ese es su primer laboratorio, y luego muchos pasan al sector académico o privado. Por supuesto, existe mucha presión y debate sobre el uso de la ciencia, ya sea con fines pacíficos, militares o para ambos. Pero es algo que siempre ha pasado, no solo en Israel".
El final
Una muestra clara de que Chaim Weizmann no abandonó nunca su vertiente cientifica la encontramos en su propio fallecimiento. Acontecido en 1952, apenas un año después de ser reelegido presidente de Israel, se optó por cumplir su deseo de ser sepultado en el propio Instituto Weizmann