El pasado lunes parecía un lunes cualquiera. Natalia estaba trabajando en la oficina mientras fuera el cielo encapotado anunciaba tormenta. Sonó el teléfono: “La ministra Morant quiere hablar contigo”, le comunica una persona de su equipo. La pilló por sorpresa. Hasta que no oyó la voz del otro lado no terminó de creérselo.
- – “¿Estás sentada?”, le pregunta la titular de la cartera de Ciencia e Innovación en funciones.
- – “No”, contesta Natalia.
- – “Mejor siéntate”.
La llamada era para comunicarle que el Ministerio le otorgaba el Premio Nacional de Innovación 2023 en la modalidad Joven Talento Innovador, por encarnar de forma extraordinaria el valor de la multidisciplinariedad y la creatividad en el desarrollo de proyectos de emprendimiento innovador, reza el comunicado.
“Me quedé en shock porque no me lo esperaba”, reconoce Natalia Rodríguez Núñez-Milara (Madrid, 1990) en la entrevista que concede a D+I - EL ESPAÑOL pocos días después de recibir la noticia.
Cuenta que en ese momento sintió una mezcla de alegría, orgullo y agradecimiento hacia todas las personas que en estos años han confiado en ella para llegar hasta donde está ahora, porque “emprender es como una montaña rusa, con muchos picos y muchos bajones, sin términos medios, y contar con gente que te apoye es fundamental”.
También hace alusión a algo que le dijo Diana Morant en esa llamada: “Siéntete orgullosa como mujer por ser una referente en el sector”. Un sector, el de la tecnología, en el que todavía escasea la presencia de perfiles femeninos. Al igual que sigue ocurriendo en las aulas de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) donde Rodríguez cursó sus estudios de Ingeniería de Telecomunicación a los que, confiesa, llegó “por curiosidad”.
“Cuando todavía estaba en el colegio la conexión a internet se hacía a través de un módem y poder hablar por un teléfono móvil me parecía magia, cosa de brujería. Yo quería saber cómo se hacía eso”, recuerda. Ese fue el principio de Saturno Labs, la empresa que fundaría unos cuantos años después –en 2019– y en la que ha podido aunar todas sus inquietudes, no sólo las relacionadas con sus ganas de saber, también con las de generar impactos tangibles para la sociedad.
De la cancha al laboratorio
A pesar de su juventud (33 años, aunque dice sentirse mayor cuando habla de módems o imparte clases a sus alumnos en la universidad), esta ingeniera acumula ya unos cuantos logros. Entre ellos, haber formado parte de la Selección Española de Baloncesto Femenino, una carrera deportiva “de la que aprendí muchos valores que he podido aplicar y aplico en mi vida”, asegura, pero que abandonó para sacar adelante sus estudios de ingeniería.
"Jugando al baloncesto aprendí muchos valores que he podido aplicar y aplico en mi vida"
El tiempo que hasta entonces ocupaba en entrenar, lo dedicó a investigar en un grupo de trabajo de la universidad sobre ciudades inteligentes. Ese fue su primer contacto con el mundo de la investigación, del que descubrió, según sus propias palabras, que “era muy poco práctico”. Se explica: “No había aplicaciones reales que llegaran a la sociedad”. Algo que sí creía posible si aprendía a programar.
Haciendo caso a su espíritu inquieto, no sólo adquirió los conocimientos para ello, también empezó a presentarse a los retos que lanzaban en este campo las grandes empresas. Ganó varios premios y uno de ellos le abrió las puertas a un máster sobre emprendimiento (“descubrí que me encantaba”). En 2014 desarrolló una aplicación para que mujeres que salían a correr solas conectaran entre ellas, un proyecto que sacó adelante tras contactar a través de las redes sociales con Cristina Mitre, impulsora de la iniciativa ‘Mujeres que corren’.
Mientras tanto, pasó más de un año en Pekín (China) en una escuela de desarrollo de software y siguió formándose para satisfacer su lado más creativo, hasta que se cruzó en su camino Margarita Álvarez, una de las mujeres que formaban parte de la lista Forbes de las 50 Mujeres más poderosas de España, y la fichó para Adecco. “Me dejó formar mi propio equipo y eso me dio contexto sobre cómo funcionan las grandes compañías”, dice Rodríguez.
Durante los tres años que trabajó en esta firma, seguía “empeñada” en buscar la parte más práctica de la tecnología, aprendió matemáticas para entender lo que vendría con la inteligencia artificial, estudió electrónica y también sobre negocios.
“Mucha gente me criticó porque no me especializaba y tocaba palos muy diversos, por eso el premio que me acaban de conceder me hace especial ilusión, porque precisamente reconoce esa transversalidad”, afirma orgullosa esta ingeniera, que ahora está cursando un máster en Ciencias de la Salud para “comprender de qué me hablan los profesionales sanitarios cuando sacamos adelante proyectos con ellos en Saturno Labs”.
Tecnología "emocional"
Saturno Labs es la empresa que fundó en 2019, junto a dos amigos y ahora también socios. Su idea entonces era “crear un grupo de investigación privado que nos permitiera ayudar a los demás a través de la ingeniería y con un foco social”, describe Rodríguez. Es decir, buscar esa parte aplicada que tanto echó de menos mientras estudiaba.
Aunque los primeros proyectos que abordaron no tenían tanto ese peso social, sí contemplaban la práctica. Participaron en Cibeles+, del Ayuntamiento de Madrid, para incorporar inteligencia artificial y facilitar a través de la voz el acceso en segundos a la información urbanística. También fueron seleccionados por Amazon para pasar un año investigando con la API de Alexa en Estados Unidos. “Este es uno de nuestros grandes hitos y el que nos ha abierto muchas puertas”, reconoce Rodríguez.
“Emprender es como una montaña rusa, con muchos picos y muchos bajones, sin términos medios"
A partir de ahí se puede decir que todo vino casi rodado. La financiación empezó entrar desde empresas privadas que confiaban en Saturno Labs, mientras afianzaban su objetivo: “Mezclar la más alta tecnología para resolver problemas complejos”, manifiesta su fundadora. “Abarcamos todo el proceso, desde estructurar los datos hasta su aplicación a casos concretos”.
Ahora son 32 personas en el equipo y además de los perfiles más técnicos, también hay psicólogos que contribuyen a sacar adelante proyectos como el chatbot para hacer un seguimiento de las emociones de pacientes. Ya trabajan con él en varios hospitales de Madrid, como el Hospital 12 de Octubre o el Clínico, y en diferentes compañías aseguradoras.
“Nuestro equipo de psicólogos y médicos graba audios que les permiten averiguar cuál es el ánimo de una persona e intervenir si es preciso. Es un desarrollo que también estamos aplicando para monitorizar a personas que viven solas o a jóvenes que sufren algún tipo de adicción”, cuenta mientras el brillo en sus ojos delata su orgullo por lo conseguido, y que ahora ve reconocido con el Premio Nacional de Innovación.
Tras coger aire después de recibir la noticia de boca de la Ministra, su mente inquieta sigue trabajando. Para los próximos meses se le acumulan las ideas, los planes y los proyectos. Uno de ellos le devuelve a su etapa de deportista profesional, con el desarrollo de una aplicación de apoyo psicológico para el Club Deportivo Baskonia; y otro a introducirse de nuevo en el mundo de la investigación “pura y dura” en Estados Unidos.
Un mundo con el que parece haberse reconciliado tras descubrir, en su afán por comprender cómo funciona las cosas, que es posible ayudar a los demás desde un laboratorio.