Jamie Paik tiene un extenso currículo a sus espaldas. Tras estudiar ingeniería mecánica en la Universidad de British Columbia (Canadá) antes de trabajar en Mitsubishi y desarrollar su ambición científica con un beca auspiciada por Samsung. Y aunque ahora, como directora del Laboratorio de Robótica Reconfigurable de la École Polytechnique Fédérale de Lausanne, sea reconocida como una de las madres de los robots ‘origami’, su carrera tiene tintes de lo más variado.
"Partía de la ingeniería mecánica clásica y profundicé en mecatrónica. En aquel momento, las máquinas eran muy diferentes de las actuales: ninguna funcionada sin un ordenador y siempre estaban vinculadas al ámbito industrial. Pero a mí me interesaban más los robots humanoides, que pudieran ser usados desde para construir guías en los aeropuertos con figura humana hasta el estudio de enfermedades", explica Paik a INNOVADORES.
"El movimiento humano es muy complejo, con muchísimas articulaciones unidas por tendones y músculos. Nosotros optamos por algo más sencillo. Pero eso me hizo preguntarme por cómo podríamos romper esa barrera, en superar ese desafío: cómo poder hacer sensores, motores y mecanismos que pudiera imitar el funcionamiento del cuerpo humano en componentes mecánicos más simples».
Una vez puesto el foco en que los robots pudieran hacer movimientos complejos como si de una persona se tratase (y, como subyace, que estas acciones no estuvieran limitadas por diseño, sino que pudieran configurarse sobre la marcha), el siguiente paso era reducir la escala de los dispositivos. "Imagínate lo que se podría hacer en cirguía robótica si podemos introducir estos equipos en el interior del cuerpo humano y que fueran una extensión del cirujano, pudiendo por ejemplo coser órganos o tejidos. Pero el reto era mayúsculo: los dispositivos más pequeños existentes medían demasiado, y yo me propuse hacer uno más pequeño", detalla la investigadora.
Dicho y hecho. Jamie Paik comenzó a darle vueltas a la cabeza hasta que llegó a la conclusión de que la mejor alternativa era construir robots que se inspiraran en la figura japonesa del 'origami'. "El proyecto consistía en crear un nuevo mecanismo que pudiera crear movimientos como la estructura de origami. Así que bajé, bajé, bajé de tamaño hasta dar con una suerte de plataforma de cuerpo artificial que puede ser súper interactiva", añade.
Partiendo de un hallazgo del MIT (cuyos expertos descubrieron que se puede construir cualquier objeto en 3D a partir de estructuras origami), Paik y su equipo desarrollan desde 2012 prototipos de robots de mínimo tamaño equipados con sensores y minimotores que les doten de total autonomía. Entre otras acciones, estos dispositivos son capaces de arrastrarse, saltar o realizar costuras y otras actividades de gran complejidad. Además, al estar inspirados en la filosofía del arte japonés de doblar papel, estos robots pueden plegarse y adoptar toda clase de formas, algo perfecto cuando hablamos de tecnología potencialmente usada en el ámbito médico.
Pero, ¿cuál es el objetivo último de esta aventura por los robots ‘origami’ a escalas imposibles de imaginar? ¿Todo este esfuerzo es únicamente (que ya sería bastante) para mejorar los procesos quirúrgicos? Nada más lejos de la realidad: la imaginación de Jamie Paik va mucho más allá: "Mi interés en un robot tan poco convencional es porque quiero llevar la tecnología a nuestra vida diaria. Hoy en día tenemos smartphones con una potencia increíble pero sin manos o piernas, por lo que no se mueven. La siguiente etapa es esa: hacer que un minirobot pueda limpiarnos la casa, lavar los platos o la ropa. Que la tecnología sirva para asistirnos en las tareas cotidianas de nuestro día a día. Que las personas que sufren alguna lesión puedan mejorar su movilidad sin necesidades de grandes exoesqueletos. Nuestra idea es que estos robots sean seguros, interactivos pero, por encima de todo, que sean invisibles. No visualmente invisibles, sino que no sientas que esos robots están contigo cuando están haciendo cosas por tí", defiende Paik.
La científica, que acudió recientemente a Madrid para ofrecer una ponencia en la Fundación Ramón Areces, ya ha patentado o publicado -siempre bajo esta línea de pensamiento- cómo podrían ser los joysticks hápticos plegables, dispositivos blandos para ayudar en la rehabilitación de personas con parálisis facial, instrumentos quirúrgicos reconfigurables, accionadores neumáticos para sujetos con daños en la columna vertebral o camisetas dotadas con múltiples de estos robots que ayudan a mantener una postura correcta o que suplen parte de la fuerza o el equilibrio que el sujeto pueda haber perdido a causa de una enfermedad o accidente.