El fin del hardware
Cualquier lector que siga esta columna desde hace un par de años se habrá dado cuenta de que uno de los temas favoritos de un servidor es la «commoditización» de la tecnología. Esto es, cómo la revolución digital está convirtiendo en meros servicios muchos nichos de negocio que antaño eran relevantes y motores de innovación. Un ejemplo de ello son los operadores de telecomunicaciones, que poco a poco van asumiendo que no son más que los proveedores de infraestructuras de estos tiempos, como antaño lo fueron los constructores de carreteras o las empresas de distribución eléctrica. Pero el caso que me ocupa hoy tiene que ver con algo mucho más inmediato a todos nosotros: la «commoditización» del hardware».
A finales de los 80 y principios de los 90, tener un determinado ordenador u otro marcaba la diferencia, debido no tanto a unas capacidades físicas todavía incipientes, sino al software que montaba cada uno de los equipos disponibles en el mercado. A finales de la década y durante todos los años 2000, Windows se asentó como sistema operativo por defecto y llevó la competición al hardware, cada vez más potente. Si tenías un determinado procesador Intel podías hacer cosas que no te permitía un chip AMD. Y había juegos que solo se podían jugar en las mejores gráficas de ATI o Nvidia. Todo eso fue perdiendo interés (salvo para los gamers más entrenados) pero no significó la «commoditización» final del hardware. Y es que no tardarían en llegar los smartphones, donde los saltos de calidad del terminal marcaban la diferencia, incluso a la hora de usar el mismo SO.
Hoy, en pleno 2019, los móviles apenas anotan mejoras sustanciales (lo cual a su vez está lastrando sus ventas). Y el PC apenas reserva sus esperanzas en la demanda de los «jugones», al igual que lo hacía la única categoría de electrónica de consumo que estaba ajena a este fenómeno de declive: las videoconsolas. Pues bien, el anuncio de Google Stadia esta semana es la puñalada definitiva a cualquier resquicio de optimismo sobre la importancia del hardware. Si el modelo funciona y ofrece una buena experiencia de juego, ¿quién va a pagar miles de euros por un dispositivo que hace lo mismo que otro de mucho menos valor?
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