Clamorosa ausencia de la investigación científica, la innovación, el emprendimiento y la revolución tecnológica en los dos debates televisivos de los candidatos a presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (PSOE), Pablo Casado (PP), Albert Rivera (Ciudadanos) y Pablo Iglesias (Unidas Podemos). En redes sociales, ha quedado patente el malestar en el ecosistema innovador español. Hubiera bastado, no ya alguna referencia a algo parecido a una estrategia de país para posicionarse en la carrera que definirá el bienestar de las sociedades en el futuro, sino siquiera una alusión a la tecnología y la innovación como herramientas para resolver los enormes desafíos a los que se enfrenta nuestra sociedad.

No se habló de 5G, ni de inteligencia artificial, ni de agenda digital, ni del laberinto que atrapa a las pymes y startup que buscan apoyo financiero para subirse a la ola de la revolución tecnológica, ni del futuro de la movilidad, ni de la reordenación de las ciudades, ni del coche eléctrico, ni del autónomo, ni de la gestión de los datos, ni de la robotización de muchos puestos de trabajo, ni de la nube, ni de la uberización de la economía, ni de nuestra clamorosa dependencia tecnológica en sectores críticos como el bancario y el TIC, ni de una estrategia para liderar nichos de innovación como el agroalimentario, ni de nuestra más que discreta posición en el ranking de patentes, ni de los bajos niveles de inversión en I+D… Apenas alguna leve alusión en el bloque sobre la reforma educativa, hasta que Pablo Iglesias retrocedió cuatro décadas: “Yo soy profesor universitario, y todo el mundo sabe que el problema de la educación es de financiación”. No, el problema de la educación y la investigación va, sin duda, mucho más allá de la financiación. Y hasta aquí.

Se discute acerca de la conveniencia de llevar asuntos complejos, como los referidos a la tecnología, al debate político, que se mueve en España en el ágora pública siempre sobre cuatro ejes inamovibles: déficit, empleo y polémica social y territorial de turno. ¿Interesa al elector que los candidatos hablen de la mejor estrategia de país en materia de inteligencia artificial? La respuesta de los responsables de campaña es “evidentemente” que no. Voces influyentes del ecosistema innovador vinculan, de hecho, esta circunstancia al hecho de que no haya resultado difícil lograr una visión concertada acerca de la agenda digital entre los cuatro grandes partidos.

Pero otras sociedades no ocultan estos asuntos en el debate político. En la reciente campaña electoral en Israel se pudo escuchar al candidato Benjamin Netanyahu hablar en diversas ocasiones de inteligencia artificial, big data y conectividad. “La inteligencia artificial está cambiándolo todo, y junto a la conectividad están transformando la estructura del crecimiento”, proclamó en una de sus comparecencias. En las elecciones presidenciales de Rusia del año pasado, el equivalente ruso a Google, Yandex, lanzó una candidata virtual, Alice, y en el municipio japonés de Tama un candidato robótico, Michihito Matsuda, quedó tercero con el lema: “La inteligencia artificial va a cambiar Tama City”. A las elecciones de 2020 en Nueva Zelanda ya está confirmada la participación del aspirante virtual SAM. Pueden parecer simples anécdotas, pero acaban convirtiéndose en fórmulas imaginativas para acercar asuntos complejos a la realidad ciudadana. Aquí, ni por esas.

Lo paradójico es que esos mismos partidos políticos españoles que no hicieron ni una sola alusión, por ejemplo, al papel de las redes sociales e internet, orquesten su estrategia electoral con toda generosidad de medios y recursos en torno a ellas. Se han convertido en expertos en el uso de bots, de perfiles virtuales, de memes y, por supuesto, de noticias falsas, las ya famosas fake news. ¡Hasta han comenzado a familiarizarse con la inteligencia artificial para alcanzar mejor a su target potencial de votantes! Vaya, con lo amplia que es la revolución tecnológica, han venido a comprar precisamente sólo la mercancía del marketing digital.

Visto desde una perspectiva rigurosa, no deja de ser preocupante que asuman el rol de meros usuarios, sin considerar que son ellos los que tienen la capacidad de marcar, en buena medida, las reglas del juego. Al parecer, debemos aceptar que la revolución tecnológica es un asunto demasiado complejo para que aparezca en dos debates electorales televisivos, pero no para cabalgar a lomos de ella para condicionar el voto de los ciudadanos sobre déficit, empleo, polémica social y polémica territorial de turno.

La brecha en innovación se está haciendo cada día más amplia y, no lo duden, habrá dos grandes tipos sociedades en el futuro: las creadoras de tecnología y las compradoras de tecnología, y quien crea que será posible el mismo nivel de bienestar en ambas es tan ingenuo como quien en su día creyó que Berlín Este acabaría dando lecciones de desarrollo a Berlín Oeste.