Hay muchas confusiones conceptuales en la que nos ha metido la digitalización, tanto en su primera ola como, sobre todo, en la actual a la que llamo segunda digitalización en cuya descripción anticipé que aún desconocíamos si sus herramientas podrán ser usadas más para el bien que para el mal. Pues bien, ya empezamos a saber que los poderes fácticos de la digitalización (verbigracia: los que conocemos genéricamente como gigantes de internet), están aprovechándose de la enorme analfabetización de los usuarios.
Una de las causas de la confusión generalizada son los cambios de las sociedades industriales a las digitales del mundo global actual. Y otra causa, no menos importante, es la instrumentalización de las empresas, que ha desarrollado herramientas de interacción cuyo uso apenas requiere pensar. Desde antiguo las decisiones humanas demandaban pensar primero para construir un criterio, luego decidir, y más tarde actuar. En la segunda digitalización, se ha invertido y los internautas actúan primero y después piensan, e incluso se saltan este último paso, que la mayoría considera ya irrelevante, presos de la resignación digital.
Esto tiene consecuencias obvias en las relaciones sociales y familiares, ya que el imperativo de la demanda de atención está planteado desde su diseño para un consumo adictivo y con el propósito de cambiar la jerarquía de la importancia, absoluta y relativa, de los actos humanos y sociales, una vez eliminado el paso de la toma individual de decisiones, cuya ‘jibarización’ o laminación está en el centro de los propósitos de este nuevo tipo de adicciones digitales, que pretende liberarnos en gran parte de una carga: que decidamos por nosotros mismos lo que desearíamos hacer.
Y este camino quieren conducirlo hacia la cuadratura del círculo de la manipulación con el agile software, que en poco tiempo nos pondrá en la situación de ‘comprar sin pensar, ni decidir’. Bastará con que miremos al botón de comprar y en una milésima de segundo habremos hecho una compra, sin pensar en ello y, además, sin haberlo decidido, ya que el sistema digital que usamos habrá anticipado nuestra intención (de esas tecnologías en breve hablaremos en estas páginas muy pronto). Visto lo visto, a la mayoría no le parecerá algo preocupante, sino ‘guay’.
Si es preocupante el deterioro en las relaciones personales, aún son más graves en el entorno de la actividad profesional. Una de las promesas más apasionantes al principio de la primera digitalización, que eliminó la diferencia entre el ‘lejos’ y el ‘cerca’ y el ‘dentro’ y ‘fuera’, fue la del teletrabajo, una trampa subrepticia a tu horario laboral. La explosión del uso masivo de smartphones ha acabado por diluir la separación esencial en la división del trabajo, que venía imperando desde la era industrial: la separación entre el tiempo de trabajo (remunerado), y el ocio (tiempo de vida personal no remunerado). Una confusión en esto siempre acaba en problemas.
Como la digitalización ha sido anunciada como si hubiera un advenimiento de la invasión de los robots y la automatización que van a sustituir en breve a todos los humanos en la mayoría de los trabajos (hay un debate sobre ello presa de una enorme burbuja), parece que mañana mismo entraremos en una sociedad utópica en la que todo el trabajo será hecho por las máquinas. Pero esto está aún muy alejado de nuestra realidad actual.
Espejismos profesionales en el internet social
Dado que las modas digitales hacen que sus víctimas crean a pie juntillas lo que les dicen en las redes sociales (aunque sean bots con tendencias que son fake news) y que las propias interfaces sociales de internet están creadas para que refuercen lo que ya creían, el resultado es demoledor para muchos jóvenes que están convencidos de buena fe que su futuro es ser famosos en internet ( youtubers o influencers) y que su futuro profesional está en las redes sociales.
Así, llegan a convencerse de que Instagram o WhatsApp son sus instrumentos de trabajo y su profesión para vivir de ello. Es un enorme espejismo: puede servirle como máximo al 0,001%, pero no para el resto. Y lo que es más grave, están convencidos de que en su tiempo de trabajo será normal en parte con la atención del pendiente del último mensaje instantáneo (aunque sea tiempo remunerado exclusivamente por trabajar para la empresa que le ha de pagar la nómina a final de mes).
Esta confusión entre trabajar y practicar la diversión con la misma herramienta y en el mismo espacio de tiempo es, por usar una metáfora agrícola, como intentar segar un campo de trigo con un martillo, en lugar de con una hoz. Contribuyen a esa confusión entre trabajo y ocio, los mensajes publicitarios y las modas de internet que hacen creer que las redes sociales sirven tanto para trabajar como para la diversión o las más graciosas tonterías.
Las cifras cuantitativas de los seguidores, los likes, los retuits, etc., sí están organizadas para impulsar el negocio de la publicidad de los majors en internet, núcleo del negocio de empresas como Facebook, Google, Amazon, etc. Y les va muy bien, porque les regalamos gratis millones de horas de trabajo no remunerado, cada día. Y encima estamos felices de ello. La emoción nos compensa.
Gran parte de los adolescentes que en España se han examinado hace poco del selectivo, se quejan amargamente de lo difícil, por ejemplo, de las pruebas de matemáticas y de las notas de corte altísimas de la carrera que querían estudiar. Si se hiciera un cálculo de los millones de horas que esos adolescentes han dedicado a las redes sociales en lugar de al estudio para prepararse las pruebas a conciencia, seguramente muchos de sus familiares entrarían en crisis de ánimo.
Y aún más preocupante. Si las personas abducidas por el uso adictivo de las redes sociales prolongan en el futuro esta práctica en las herramientas y en la separación diluida entre el tiempo de trabajo y el de ocio, y entre la vida personal y la profesional, sus problemas se prolongarán y se acrecentarán, sobre todo, entre ellos y sus empleadores, a los que no van a poder engañar usando el tiempo remunerado como de ocio porque su móvil y su máquina digital conectada lo permite.
Mientras el mundo el trabajo sea como es y quieras un sueldo digno por tu actividad profesional, o la de tus hijos, bien realizada, esto será así. Otra cosa es que te conformes con un trabajo y sueldo precario y vivas a gusto, de por vida, a merced de la gig economy, por muy moderno que parezca. Sé que esto que digo no es ‘políticamente correcto’, pero es lo que hay, por muy exagerado que parezca. No voy a decirles a los usuarios de las redes sociales lo que les gustaría oír. Para eso ya las tienen a ellas. Para los que prefieran vivir en el mundo ‘instagrámico’ de la apariencia, una de las grandes cosas del internet social, pues que sigan por ahí, aunque no lo aconsejo. La frustración está pegada justo en todo el reverso de la apariencia.