Todas las grandes crisis a lo largo de la historia lo son porque cambian algunos de los cimientos del mundo tal y como los conocíamos. Y con la provocada por Covid-19 está sucediendo. Mientras tratamos de controlarla desde un punto de vista sanitario y creamos muros de contención para evitar el desplome de la economía, debemos aprovechar la oportunidad que nos ofrece de mirar al mundo como un lienzo en blanco y pensar cómo queremos que sea a partir de ahora.
La pandemia ha cambiado algunos de nuestros valores y nos ha devuelto esencias que teníamos olvidadas. Hemos vuelto a focalizarnos en la solidaridad, la sostenibilidad, la colaboración o la protección del medio ambiente como guía para crear ese nuevo modelo, en cuya construcción deberemos colaborar todos: ciudadanos, gobiernos y empresas.
Ocupémonos de las empresas. Antes de la pandemia, la Business Roundtable, una asociación de la que forman parte los CEOs de algunas de las principales compañías de EEUU redefinió el “propósito” de las organizaciones: debía pasar de proporcionar beneficio únicamente a sus accionistas a generar valor a sus stakeholders (clientes, empleados, …) y a toda la comunidad. En definitiva, ayudar a mejorar la sociedad y promover beneficios económicos, pero para todos.
Por eso, ahora junto a capacidades como la resiliencia o la rentabilidad, se valorará cada vez con más fuerza la sostenibilidad y ser parte activa de una economía circular. Adoptar políticas corporativas para luchar contra el cambio climático, como medir las emisiones que genera la fabricación de un producto e informar de ello en el etiquetado, se convertirá en una ventaja competitiva porque los consumidores favorecerán a las compañías que lo hagan.
Esperamos que esa economía circular experimente un desarrollo exponencial para reducir los deshechos y el consumo de recursos naturales porque el mundo vive una crisis de recursos sin precedentes. El crecimiento de la población ha provocado que se consuman al doble de velocidad que el planeta es capaz de producirlos y, cada año, se introducen en la economía mundial 100.000 millones de toneladas de materias primas. Una cifra inaceptable.
Por eso, pasar de un paradigma tradicional, basado en un crecimiento sin límites, y acercarnos a un modelo circular basado en la creación de valor para todos los habitantes del planeta es la única forma de que el modelo económico sea sostenible y tienda a una mayor igualdad.
Cuando los procesos son circulares, todo tiene un valor y nada se desperdicia. Los productos se diseñan para durar. Los propios productores promueven la reutilización, la reparación y la vuelta a la fabricación, de forma que los materiales se pueden utilizar el mayor tiempo posible. Y los beneficios de este modelo son enormes: según Accenture, una economía circular tiene el potencial de generar 4,5 billones de dólares de crecimiento económico; y podría mitigar el cambio climático, la mayor amenaza a la que nos enfrentamos hoy en día.
Qué deben hacer las empresas
Para que esta economía basada en alargar al máximo la vida útil de los productos se convierta en una realidad, debe impregnarse en todo el proceso de producción y salir de las paredes de la empresa para abarcar toda la cadena de valor.
Las industrias deben establecer una colaboración basada en la confianza, respaldada por la transparencia en cuanto a la procedencia de los recursos y de los flujos financieros. Es necesario un cambio cultural en las organizaciones, dejando de medir el valor de forma individualista y considerar el impacto holístico de un recurso o producto a lo largo del ciclo de vida completo. Y también una evolución de la mentalidad de la próxima generación de líderes empresariales: de la propiedad de los recursos a la creación de valor para el negocio.
Es el momento idóneo para dibujar esa visión colectiva en la que todos luchemos por un mundo más inclusivo y justo, y por conservar el planeta. Aprovechemos la oportunidad.
Anna Oró, Chief Operating Officer de SAP España